Capítulo 11.La Sumisión de Nadia.
Mi objetivo para la semana era averiguar si todos los integrantes de mi familia estaban dispuestos a repetir la partida de Strip Póker... o si ya habían tenido más que suficiente con las anteriores.
Quería comenzar hablando con mi papá, porque además de ser uno de los líderes de la casa, junto con mi madre, también es quien me genera más incertidumbre. Pepe casi siempre parece estar feliz, incluso cuando algo le molesta. No cambia la cara a menos que esté muy enojado. ¿Y si las partidas de póker no le gustan ni poquito? Bueno, si él no está de acuerdo con repetirlas, entonces no se va a poder... de hecho, todos tenemos que estar en sintonía. Basta con que una sola persona no quiera jugar para que debamos cancelar todo.
Ese día estábamos todos en casa, lo cual me hacía fácil localizar a cada uno; pero me complicaba el poder conversar en privado. No tuve ni un segundo a solas con mi padre, él estaba mirando televisión junto a mi hermano. Como era habitual en ellos, la programación se centraba más que nada en programas deportivos, que me parecían muy aburridos. Me senté a la derecha de mi papá a la espera de una buena oportunidad para hablarle; pero Erik no se movió de su sitio. Al poco rato comencé a aburrirme, me importaba tres carajos quién podría ser el nuevo centro delantero de Boca Juniors o cuánto pagaría River Plate por un nuevo mediocampista.
Para pasar el tiempo, decidí ayudar a mi mamá con algunos quehaceres domésticos. Con escoba en mano comencé a barrer el piso. Cuando llegué a la zona de los sillones en los que estaban sentados Pepe y Erik, mi papá levantó sus pies sin que yo tuviera que pedírselo y me permitió limpiar. Sin embargo a mi hermano poco le importó. Actuó como si yo ni siquiera estuviera allí. Para colmo tenía los pies sobre un pequeño banquito de madera, cortándome todo el camino.
—Permiso Erik, tengo que pasar —no me contestó—. Erik, movete que estoy barriendo —ni siquiera se volteó para verme, parecía un zombi, mirando fijamente la pantalla del televisor—. ¡Erik! —Le di un leve golpe con la escoba en una rodilla, lo cual lo hizo despertarse de sus ensoñaciones—. Te dije que te muevas, estoy barriendo.
—¿No podés hacerlo en otro momento? —Me preguntó, con el ceño fruncido.
—Es solamente un segundo, no te cuesta nada.
—Pero...
—No jodas Erik, ya sabés que estoy muy enojada con vos así que mejor no me presiones. —Su oscura piel se puso repentinamente pálida y abrió mucho los ojos.
—¿Enojada por qué? —Preguntó mi papá, con su característica voz grave.
—Él sabe muy bien por qué —dije, manteniendo mi postura de bruja con escoba.
—¿Qué pasó? —Volvió a preguntar Pepe, esta vez se dirigía a Erik.
—Es que... hace unos días Nadia me pidió que pusiera la ropa en lavarropas; pero no lo hice. —Eso era cierto, pero no me había enojado, sabía muy bien que no lo haría y que al final terminaría haciéndolo yo misma. De todas maneras, lo mejor era seguirle la corriente.
—Es que nunca hacés nada, ¿tanto te cuesta levantar los pies un segundo? Ni siquiera te estoy pidiendo que barras.
—No es mala idea —intervino mi mamá, que se estaba secando las manos con un trapo—. Erik, por no hacer lo que te pidió tu hermana, ahora te toca barrer los pisos. Deberías aprender de Nadia, ella lo hace sin que se lo pidamos.
De muy mala gana, y sin protestar Erik agarró la escoba. Se alejó de nosotros arrastrándola toscamente por el suelo, sonreí al verlo reaccionar como a un niño pequeño castigado. En cuanto vi que se dirigía a los dormitorios, lo seguí. Lo encontré barriendo su cuarto, el cual tenía tanta tierra que se podría sembrar césped en él, o al menos eso es lo que siempre le decía mi mamá. Perdí la cuenta de las veces que la escuché decir: "¡Erik, hay más tierra en tu pieza que en el patio!".