Capítulo 1: Joya del ángel

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Frampol, 1939

James Arthur, joven cantoeta, permanece en vilo al contemplar cierta bicicleta que yace expuesta tras la vidriera. Aquella fascinación hacia el velocípedo le insta a imaginar que conduce por el barrio Helm con los brazos en posición horizontal, palpitando a su vez, los vientos gélidos que acarrea el norte. Hace un par de semanas fue puesta en venta en la tienda de antigüedades del pueblo y desde entonces nadie se ha visto interesado en comprarla. Quizá, la indiferencia se debe a que el coche supera toda perspectiva en cuanto a transporte se refiere. De cualquier modo, James Arthur aspira llevarse a casa esa bicicleta como a nada en el mundo, pero trabajar para la familia le impide hacerlo.

-¡Maldita sea!- vocifera alguien cerca de James Arthur-. Fíjate por donde caminas ¿¡Es que acaso no ves, viejo!? - un militar embriagado increpa al anciano que se encontraba desfallecido en el suelo. Al levantar el rostro, James Arthur lo reconoció de inmediato, era Frederick, dueño de la tienda de antigüedades. Viste el mismo abrigo de siempre; pantalón grisáceo, saco ennegrecido y zapatos marrones que resplandecen ante la presencia del sol.

-Siento haber turbado en su camino, señor. - se lamenta el anciano intentando levantarse, más las tambaleantes piernas tambaleantes le imposibilitan retomar la compostura. El bastón que suele prestarle equilibrio está lejos de su alcance. Desde luego, Frederick, vulnerable a su avanzada edad debe lidiar con la decadencia humana y esta vez, tendría la desdicha de afrontarlo.

- ¿Señor? ¿Te atreves a llamarme señor? Soy el teniente Pelsin Rostreur ¡Bastardo! - escupe en la cabellos blanquecinos del tendero, seguido a esto levanta la mano puñada a pocos centímetros de irrumpir contra él. Los civiles evaden el cruel acto rodeando a la esperpéntica escena, otros ni siquiera se atreven a protagonizar el papel de espectadores, se desplazan inmersos en sus mártires que ignoran la barbarie del teniente. En caso de preguntarles por la indiferencia, manifestarían que no es asunto suyo y ya, excepto alguien llamado James Arthur, un sujeto que aborrece la justicia ironizada. De improviso, el heroico cantoeta empuja con brusquedad a Pelsin haciendo que se desplome en la cera, el golpe a Frederick estuvo a dos segundos de suscitarse.

El teniente Rostreur, de melena rubicunda y ojos azulados, experimentó el infortunio de la Gran Guerra. Accedió a enlistarse como soldado del imperio Austro húngaro, defendiendo a su patria con pólvora y sangre. Mancilló de cadáveres los campos de batalla e hizo de su posición un puente al mayor cargo del ejército, aunque, la derrota del 18 lo dejó de la meta; un teniente sin horizonte a perseguir más que el alcohol y meretrices. Resulta claro que es el tipo de hombre determinado a aniquilar lo que se interponga en su camino. No por nada fueron decenas de británicos y franceses que perecieron en sus manos.

El coraje de James Arthur pasó por alto el arma común de los uniformados, lo hizo tarde al evidenciar que el teniente empuña la pistola y apunta al pecho del defensor de Frederick.

James Arthur, asediado por el temor de hacerle compañía a los muertos del cementerio Hillmer, recobra el aliento y susurra al viento; ¿Dios, estás aquí?

-¡Arrodíllate! - grita el teniente.

Las personas emiten alaridos y huyen despavoridas. Uno a uno, vacían las calles y pronto se escucha únicamente las rodillas de James Arthur temblando sobre el pavimento. El tendero implora misericordia en silencio.

- ¿Quién eres? - pregunta enfurecido Pelsin acechando al cantoeta. - ¿Acaso no escuchas, miserable?-. Vincula la punta del arma a la oreja de James quien basta con repetir lo mismo; ¿Dios, estás aquí?

-Bien. Me dirás tu nombre de cualquier forma. - arremete contra la cabeza del muchacho de un solo rodillazo. James besa el polvo de la vereda derramando manchas rojizas por doquier. El teniente expresa su ira con el desfile de patadas que impactan las extremidades del muchacho, fuertes y veloces, casi mortíferas. Siente venir el desvanecimiento de la realidad. Entretanto, recuerda, recuerda lo sucedido por la mañana.

EL CANTOETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora