Gabriel Pirs fue en su tiempo lo que la sociedad francesa llamó un esnob de la aristocracia. Las señoritas con aspiraciones matrimoniales veían en Pirs al partido ideal siendo rodeado por encantadoras damiselas que intentaron conquistarlo a través de manipulaciones eróticas, incluso, varias de las pretendientes recurrieron al uso exagerado de perfumes que prometían engatusar a quien llegase a percibir el aroma. Sin embargo, su corazón siempre albergó un nombre que lo regocijaba como a nada en la vida: Lía.
Si bien, Pirs presumía de la belleza de Adonis. Tez de nube estival, cabello rizado y matizado con la oscuridad de la noche, sus ojos barnizados con el mismo tono, de altura promedio y cuerpo robusto, con el mentón sobresaliente. Siempre vestía de traje y los modales de dandi fueron uno de sus atributos que lo mermaban de elogios a donde quiera que fuese requerida su presencia.
Se alojaba con sus abuelos cada que el verano adormecía las clases en la escuela. A Lía le apasionaba las artes musicales durante su niñez, así que, un día en que asistió a las clases de piano con la abuela Pirs, conoció a Gabriel Pirs. Para él, Lía le inspiraba una especie de energía que aceleraba su pulso con tan solo escucharla tocar el órgano o expresarle que es un buen vecino en los muchos juegos infantiles. Cuando Pirs perdió a sus abuelos y Lía a sus padres, ambos hallaron un refugio en sus brazos para soportar el peso de las tragedias. Así fue hasta que crecieron juntos alrededor de veinte navidades.
Lía, tras haber culminado sus estudios en enfermería, la noche de su graduación, Gabriel le preparó una fiesta sorpresa y en el desarrollo del jolgorio, le propuso matrimonio a través de un discurso de amor, seguridad e ilusión que convenció a su amada. Lía, por otro lado, veía en Francia una tierra desolada después de la muerte de su madre. Frampol siempre le fascinó, su abuelo le enviaba cartas cada mes y no contando con más familia que con el tendero, habló con Gabriel acerca de una posible mudanza a Polonia. No se negó a saciar la petición de Lía. Por los negocios no se preocuparía, al fin de cuentas, trasladaría sus funciones ejecutivas a Varsovia. Asi pues, tuvo que asistir de emergencia a la capital polaca la noche del concurso en el restaurante Bilwur, desatendiendo a Lía y dejándola a solas.
La noticia del asalto a su prometido antes de tomar el tren lo devastó. Acudió apresurado al hospital donde fueron llevados Lía y James. Pudo calmarse tras el diagnóstico del médico, la señorita Salvork estaba ilesa excepto por el ligero moretón en la mejilla, aunque, quien corrió con la mala suerte fue el cantoeta en vista de que perdió muchísima sangre debido a la herida que recibió. Tras dos días de permanecer inconsciente, Gabriel se dispuso a visitarlo en el hospital. Estuvo acompañando al hombre que salvó a su amada, mientras en su cama, aconteció que entreabría los ojos.
- ¿Qué es todo esto? – se preguntó a sí mismo, rehaciendo su memoria.
-Todo está bien, James. – dijo Gabriel, un tanto contento por el despertar del muchacho.
-¿Estoy muerto? – volvió a conjeturar otra duda.
-No lo estás. Soy Gabriel Pirs.
-¿Cómo está ella? ¿Lía está a salvo?
-Se encuentra bien, gracias a ti. Voy a recompensar tu solidaridad y valentía con esto, James. -Gabriel estrecha un cheque con una cantidad de dinero muy exorbitante.
- ¿Por qué?- cuestiona el cantoeta.
-Es lo menos que puedo hacer... esperaba que...
-No quiero tu dinero. Me iré a casa ahora mismo. – James trató de levantarse, pero el dolor en el abdomen no se lo permitió.
-Llamaré a un médico.
-Mi madre debe estar angustiada.
-Debes recuperarte.
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EL CANTOETA
RomanceLa familia lo es todo para James Arthur al igual que la música, poesía, el arte. Su padre falleció en la Primera Guerra Mundial y ser hermano mayor de Andrew, Werdan y Abigail le orilló a convertirse en el hombre de la casa. Así es como desde tempr...