Luego de que Abigail terminara de empaquetar las galletas, Adeline solía realizarle las trenzas. La última conversación la reviviría de por vida. Aún resonaba la voz de su progenitora con el tono dulce de siempre.
-Eres muy hermosa, hija. – dijo Adeline deslizando sus dedos a través de la cabellera de la señorita.
-¿Cómo la sabes, mamá?
-¿Nunca te has visto en un espejo?
-Los reflejos son para los escépticos.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Pienso que... un espejo no contiene toda la realidad.
-Bueno, nadie ha dicho lo contrario. – replicó Adeline -. ¿En qué reflejo ves la realidad tal cual es?
Abigail se quedó meditabunda por un momento, explorando una respuesta acertada.
-El alma refleja una estética intangible y embellecedora.
-Las almas también visten de matices, hija. La mayoría son oscuras, muy lejanas a la lindeza, por lo tanto, son escasas de belleza.
-Tienes razón, mamá. Por eso, prefiero la belleza intangible, la belleza del bien.
-Gozas de aquel privilegio; eres la belleza que atesoras. – dijo Adeline terminando de enlazarle las trenzas a su pequeña.
-¿Tu lo crees?
-En tu corazón albergas la belleza del bien. No olvides nunca que eso importa como a nada. Es el ingrediente principal para conseguir ser felices. Tus galletas llevan impregnaba tu belleza, por lo que, saben a paraíso. – espetó la mujer que amaba a su retoño aun cuando el recuerdo de la noche en que la concibió le estremecía la piel de temor. Sin embargo, ahora que cuenta únicamente con las palabras de su madre ¿Quién le hará las trenzas? ¿Con quién charlaría antes de salir a trabajar? ¿Quién la recibiría cuando regresase a casa? ¿Quién la aconsejaría en el arte de la vida?
La soledad duele aún más cuando sabes que la muerte te arrebató tu compañía.
La mañana en que Alser recogió a los niños para sus clases. Abigail se encontraba horneando las galletas, había limpiado la cesta lidiando con un colapso de emociones en memoria de Adeline. Alguien toca a la puerta dos veces. La damisela reacciona de su estado nostálgico y sale fuera.
-Buenos días, señorita. – saludó el teniente Pelsin Rostreur sosteniendo con las manos su gorro militar.
-Bien día, señor.
-¿Puedo hablar con James?
-¿Quién lo busca?
-Soy el teniente Rostreur.
-Que extraño, conozco a los amigos de mi hermano y sé que ninguno es teniente.
-Supongo que... prefirió no hablar del hombre que lo golpeó aquella tarde.
-¡Es un canalla! - exclamó Abigail enfurecida. - ¿Cómo se atreve a venir hasta aquí y preguntar por mí hermano? ¿Acaso pretende volver a acribillarlo?
-No, señorita. Le pido que me escuche, por favor. Lo que hice...
Abigail le interrumpió.
-Lo que hizo angustió a mi madre, que en paz descanse.
El teniente bajó la mirada.
-Siento mucho su perdida. – dijo condolecido.
-Espero que un día reciba su merecido. – sentenció Abigail cerrando la puerta con brusquedad.
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EL CANTOETA
RomanceLa familia lo es todo para James Arthur al igual que la música, poesía, el arte. Su padre falleció en la Primera Guerra Mundial y ser hermano mayor de Andrew, Werdan y Abigail le orilló a convertirse en el hombre de la casa. Así es como desde tempr...