La torre Berk podía ser avistada incluso desde las afueras de Frampol. Era la única edificación que jactaba altura sobre las demás. Alargada y circular en todas las dimensiones. Hace ya varias años, fue tallada con enormes piedras grisáceas, perfectamente simétricas, del suelo desciende con una pequeña puerta de roble teniendo en el extremo una antigua cerradura cuya llave la anduvo a llevar el viejo Languerd. Una larga escalera en espiral sube hasta llegar a la pequeña alcoba ee la cima que posee como ventana un espacio gigantesco, del cual, cuelga el inmenso reloj. El viejo Languerd ha sido por décadas el guardián de la torre ubicada dentro de su propiedad, nunca dejó pasar a nadie excepto a un par de jornaleros que tras convencer al anciano de colocar un reloj en beneficio del pueblo, logró acceder aún con aires de mezquino. Desde entonces, tuvo que morir para concederle la llave al anonimato. Los hijos de Languerd vendieron todas sus pertenecías. La herencia estuvo más que clara; llévense hasta el polvo del piano que espero sacie su hambre mis malditos cuervos, llévenselo cuando quieran pero eso sí, a la torre ni siquiera se atrevan a mirarla, es a prueba de aves carroñeras. Con ella no hay heredero. Mi palabra deberá honrarse más allá de la muerte, dicho esto los veré arder en el infierno.
Una vez que el minutero del reloj en la torre apunta las siete de la noche, diversas brisas norteñas asaltan las calles abaratadas de muchedumbre. Por esos muchos callejones sombríos, James Arthur iba cabalgando su bicicleta, sosteniéndose fuerte de cada lado y pedaleando en un vaivén. Transita de lo más contento, una sensación que involucra felicidad y a la vez, nerviosismo. Por la mañana, hubo un desayuno inesperado y maravilloso, una carta animosa que acarreó las consecuencias del valor humano, el cantoeta salió al taller de autos, terminó su horario y con la paga compró víveres para dos días, llevó el diario matutino a los gemelos, se bañó y vistió el mejor atuendo pese a que ninguno parecía presentar calidad en tela o diseño, guardó el traje de Aronir y un paquete de galletas que Abigail preparó en señal de gratitud, subió a la montura de la bicicleta y recorre las rutas que determinan la causa del destino; cenar con el viejo tendero.
Se detiene en la entrada del domicilio Salvork, procede a tocar el timbre y de inmediato, las dos enormes puertas aceradas le abren paso, permitiéndole incorporarse sin requerir permiso. Avanza por en medio del jardín mermado de flores de diversos colores y olores, justo detrás de cierto auto estacionado, desacelera el impulso y baja de la bicicleta. Se mira fijamente en el retrovisor del aquel lujoso vehículo, el cuello de la camiseta le aprieta y el pantalón le queda un tanto ajustado.
-Si la presentación te preocupa, creo que estás en la residencia incorrecta. – aclara una voz misteriosa que aflora en la oscuridad del vehículo. La enigmática silueta empuja la puertecilla de los asientos traseros y las luces de la casa aclaran a un hombre uniformado, ojos oscuros, barba remontada en toda la extensión del rostro y un cigarrillo que entra y sale de su boca.
-¿No es esta la casa de Aronir Salvork?- pregunta James Arthur confundido y fingiendo no haberse atemorizado por la inadvertida aparición del hombre.
-Por supuesto que lo es. Me refiero a tu incertidumbre de presentarte bien. El señor Aronir quiere verte, no calificar la fineza de tu vestimenta. – soltó con rotundidad.
-En ese caso, puedo quitarme un peso de encima. - responde el cantoeta con modestia, llevaba puesto ropa casual y lo ordinario no suele ser prudente en casas de dandis.
-Soy Deler Gray, el conductor de Aronir. – le estrecha la caja de cigarrillos.
-No, muy amable señor Gray, pero no fumo.
-Esperaba que no lo hicieras. – dice Deler guardando los cigarrillos en el bolsillo, arrimándose contra el auto.
-¿Por qué?
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EL CANTOETA
Roman d'amourLa familia lo es todo para James Arthur al igual que la música, poesía, el arte. Su padre falleció en la Primera Guerra Mundial y ser hermano mayor de Andrew, Werdan y Abigail le orilló a convertirse en el hombre de la casa. Así es como desde tempr...