El capitán Pelsin, abatido por la furia que parecía bombear fuego en vez de sangre, busca el cuchillo de entre los cubiertos guardados en la repisa, la desesperación entumece sus manos haciendo que todos los utensilios se precipiten al suelo. El contacto inmediato provocó un bullicio que pretendía ser eludido a toda costa. Sin otra arma disponible y con el tiempo tajante a la situación, decide correr a la sala en donde James Arthur reposa sobre el sofá, al verlo aún bajo el efecto del trasnochar, se abalanza sobre su cuello y lo aprieta con tal brusquedad. La muerte del cantoeta está a hilos de acontecerse, jamás pensó en lo prolongado que sería el final y el proceso tan punzante que implicaría.
-¿Por qué? – cuestiona con la voz trizada y soltando un suspiro forzado.
-¡Esto es tu culpa! – exclama Rostreur, que intensifica la violencia. Cuando liberó toda su ira, la respiración de James dejó de coordinar ritmo y vida, nada más que un pulso inerte.
De repente, la realidad choca contra la pesadilla que lo abatía. Al entreabrir los ojos, pudo percibir que la sala fue invadida por la luz diurna. Ningún rincón volvió a opacarse por las sombras. Las aves canturreaban procurando conservar la típica sinfonía de silbidos y los ruidos de los autos callejeros le indicaban que el día empezó hace dos que tres horas. Despierta meditabundo por el sueño acontecido y una vez más, sufre de un ataque de espanto al ver la silueta del teniente, de pie, muy cerca de la ventana. Parecía un explorador observando el horizonte en busca de lo virgen y al mismo tiempo, un hombre alicaído que invierte la vida en alcohol.
-¿Acaso esperas que te agradezca por lo de anoche? ¿Quieres escucharme decir que lo siento por lo que te hice? – inquiere Pelsin cuyo semblante lúgubre denota además una indiferencia sagaz, deja caer la botella de licor al suelo.
-Yo... quise... - trastabilla James Arthur, el temor engulle sus huesos haciéndolos languidecer.
-Gracias, sí. Gracias a ti me destituirán del cargo, me enviarán a Cracovia.
-Sabe perfectamente que lo merece. – arguye James, tomando valor.
-Solo sé que si no te largas en este preciso momento, voy a matarte. – amenaza Pelsin, quien permanece atento al paisaje de afuera.
James Arthur, impulsado por el ultimátum de la muerte en persona, abandona el sofá de un solo brinco. Sin embargo, la rapidez con la que emprendía vuelo pasó a inmutarse, pues los cristales esparcidos en la alfombra lo rodearon por completo. Olvidó que el cuadro de aquella mujer con el teniente descansaba en sus piernas, lo hacía hasta estrellarse contra el suelo y hacer añicos el vidrio que respaldaba aquel recuerdo materializado.
-¡No! ¡No puede ser! ¡No! – replica Pelsin acudiendo al rescate de la fotografía cuyo valor le era más importante que vivir -. ¡Vete! Lárgate de una vez.
Las lágrimas se le precipitaron como tantas gotas que una tempestad tropical acarrea. Lloraba a gritos, hincado al piso, hundiendo la imagen a su pecho. El espectador del acto melodramático paralizó cualesquier tipo de movimiento, limitándose a respirar y rebuscar respuestas en la escena. Más tarde, comprendió el panorama que impuso cuestionamiento, pues en medio de la descarga melancólica, acentuó «Mi vida» pero con la peculiaridad de pronunciarlo en alemán. Por suerte, para James, el inglés atribuido por su lengua materna, alemán enseñado por su padre al igual que el polaco y ciertos proverbios de idiomas extranjeros que los Duendecillos Aristotélicos le enseñaron eran lenguas sumamente fáciles de comprender. Aquella robusta señora tenía también el título de madre, uno que seguro lo hizo pulir con su hijo.
-¡¿Qué haces ahí?! He dicho que te vayas, bastardo. – vocifera Pelsin con la mirada de un maniático a punto de cometer una locura.
Consciente del riesgo, James Arthur desaloja el domicilio. Expuesto a las calles, cruza a toda prisa las rutas que lo direccionan a casa, portando consigo un vilo que le impidió disfrutar del día con el optimismo casual.
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EL CANTOETA
RomanceLa familia lo es todo para James Arthur al igual que la música, poesía, el arte. Su padre falleció en la Primera Guerra Mundial y ser hermano mayor de Andrew, Werdan y Abigail le orilló a convertirse en el hombre de la casa. Así es como desde tempr...