La noche fue invadida por los incesantes relámpagos que trajeron la tormenta al pueblo. Cada rincón -modesto o cutre- fue acariciado por las gotas de agua que caían con suma salvajidad. La llegada del invierno será un hecho en poco tiempo. Para muchos, la mezcla de lluvia y una manta terciopelada superan todos los deseos del momento. Para pocos, esa combinación no apetece en lo absoluto, al menos, no para los Alwer. La razón de preferir el sol más que la lluvia reside en el techo agujerado. La familia Alwer no puede permitir que su hogar se inunde, pues en ese caso, terminarían viviendo en las glaciales callejuelas. Sin embargo, aquella oscura madrugada, Adelain, los gemelos Andrew y Werdan, la dulce Abigail y en especial, James Arthur se encontraban dormitando. Fueron a recostarse muy tarde. La celebración del cumpleaños de James y el tiempo que se tomó contándoles sobre lo sucedido aplazó la rutina del sueño. El cantoeta encontrábase adormecido gracias al cansancio, recostado en el suelo, sumergido en un pintoresco sueño. Sentado en la cálida arena de una playa colmada de palmeras, observa la magnificencia del mar. Las olas humedecen la sequedad de sus pies en su milenario vaivén. Mira hacia arriba y pronto el sol se pondrá del este, a segundos del atardecer.
-James Arthur. – la voz de una mujer lo llama a sus espaldas.
Al percatarse de la extraña, sonríe enternecido. Es la mujer del anillo, sostiene un remo entre las manos y cerca de ella, hay un pequeño bote adornado de flores blancas. La brisa del mar juega con el vestido y moviliza lentamente su deslumbrante cabellera rojiza.
-¿Vendrás conmigo? – pregunta la damisela, extrayendo otro remo del bote.
-Por supuesto. – afirma él.
Corre de prisa, dejando huellas a medio hacer en la arena.
-Apresúrate, ven a mí James Arthur.
Ella empuja el bote al agua al mismo tiempo que logra subir.
-¡Espera, no me dejes! – grita James desesperado al verla alejarse de la orilla.
-Corre, James, corre. – no puede alcanzarla y sin pensarlo dos veces, se lanza al mar a nadar en contra de la corriente. Sumerge el rostro y lo expone al aire. La voz de la chica disminuye en la lozanía y de pronto...Despierta.
El suéter está mojado a causa de la feroz lluvia que acecha la zona. La herida en su cabeza le duele al igual que las lesiones impregnadas en el abdomen y piernas. La oscuridad le impide visualizar alguna candelilla, espera a que un luminoso relámpago aparezca. Cuando pasa, esclarece los alrededores mostrando la ubicación del portador de luz. Enciende la candelilla e inspecciona la habitación de Adelain. Los niños y Abigail la abrazan por ambos lados y el ruido del aguacero no provoca nada en ellos. Busca los contenedores vacíos destinados a retener el agua y los ubica por debajo de los orificios. El alba todavía no hace aparición.
James cambia su pijama por otra que le impida sentir el frío de la madrugada. La mayoría de los golpes le molestan, desea examinarlos pero el vendaje los oculta. Arroja el agua de los recipientes una vez que estos llegan al tope y vuelve a la cama esperando a que deje de gotear. Divaga en el recuerdo de lo vivido, de la situación familiar.
-Dios. – dice en susurros.
James acostumbra a dialogar a solas, aunque, sabe que no lo está del todo.
–Permíteme traer el pan a casa. Ayúdame a no meterme en más problemas. Líbrame y líbranos de pesares. Cuida mucho a mamá, su enfermedad avanza y temo lo peor... - adhiere las sabanas a su cuerpecito. – Todo lo bueno que pondrás en mi camino, dáselo a Andrew, Werdan y Abigail.
Reflexiona sobre cómo día a día, la decadencia se apodera de las calles, el hambre esparce imponente su prominencia, las necesidades abaten a los de bolsillo roto. El presente y el mañana tienen tanto en común. Esconde el rostro en las almohadas y abandona la melancolía momentánea.
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EL CANTOETA
Lãng mạnLa familia lo es todo para James Arthur al igual que la música, poesía, el arte. Su padre falleció en la Primera Guerra Mundial y ser hermano mayor de Andrew, Werdan y Abigail le orilló a convertirse en el hombre de la casa. Así es como desde tempr...