Capítulo 7: Fracturas

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Una semana después, James Arthur fue dado de alto y trasladado a su casa. Todo ese tiempo le resultó horripilante. No conciliaba ensueño alguno y comía de cuando en cuando. Abigail y los gemelos estuvieron cuidando de él todos los días, hospedándose en el hospital. Así también, recibió la visita diaria de Aronir, Zaira, Alser, Deler, la Familia Dajes. Quien nunca apareció por la puerta fue Lía Salvork. El cantoeta esperaba verla venir cada amanecer, cada anochecer, fue una esperanza lanzada a la deriva. Se preguntaba acerca de lo que Gabriel le comunicó con respecto al evento, al parecer, Lía le había mentido, según su testimonio, fue James quien se ofreció a acompañarla fuera del restaurante para esperar al chofer. Los maleantes, que merodeaban por aquel suburbio, detectaron a la pareja y decidieron atracarles para luego llevarlos al callejón del mercado y ejecutar el crimen. Fue un relato acertado, pero lejos de la verdad. Aunque, en tan terribles circunstancias fue posible vislumbrar la consolidación de una familia; los Dajes, Salvork y Alwer, tres apellidos que se volvieron cercanos.

Desde luego, prestaron su apoyo a James y sus hermanos ante la perdida de su madre.

-Vamos, amigo. No seas necio, hago esto sin ningún tipo de reembolso. Quiero ayudarte, a todos ustedes. – dijo Gabriel que lidiaba para convencer a James de que aceptase el dinero, lo tildaban de amigo porque en eso se convirtieron durante su estadía en el hospital.

-No hay modo de que comprendas, Gabriel. Lo que necesito es trabajo una vez que me recupere.

-Bien, como quieras. Tengo un jardín en casa que requiere de mantenimiento, podrías echarme una mano con eso.

-Es una buena propuesta, joven Pirs. – interrumpe Joshua. - Pero pienso que James también merece un trabajo que se ajuste un poco a su situación. Y si mejor le enseñas a Dolly a tocar el piano. Serías un profesor muy bien remunerado.

-Vaya, ahora hay excedente de trabajo. Es momento de que decidas. – arguye Gabriel.

James Arthur lo pensó durante un minuto.

-Lo haré. Por las mañanas seré jardinero y en las tardes, ayudaré a Dolly con su pasión por el piano.

-Este muchacho es sorprendente y testarudo, claro. – dijo Joshua dando a entender la impresión que genera James a quien jamás se le limitaron las oportunidades.

Esto implicó también que todos sintieran cierta admiración por los duendecillos aristocráticos y Abigail.

-¿Y quiénes son estos señoritos inconfundibles? – preguntó Aronir al avistar a los gemelos por primera vez.

-¡Dios Santo! Que niños para más hermosos. – manifestó Zaira que les tocó las mejillas con cierta presura.

-Hermanos míos, Andrew y Werdan. Ella es Abigail.

-Supongo que es la niña de las galletas. – espetó el tendero tendiéndole la mano a la chiquilla.

-Es un gusto señorita Alwer. Debo admitir que sus galletas son mucho mejores de las que preparo en casa. Ojalá y un día pueda compartirme la receta. – añadió Zaira acariciando las trenzas de la joven.

-Señor Aronir, señora Zaira, es un placer conocerlos. Les agradezco por traernos el desayuno. Cuando usted quiera, señora Zaira, estoy dispuesta a enseñarle la receta.

-Me huele a que seremos muy buenas amigas. – declara Zaira, sonriente.

-Puedes venir a la residencia cuando quieras. – sugirió el tendero.

-Agradezco su invitación, señor Aronir.

-¿Y quién es Andrew? – indagó Zaira inclinándose hacia los gemelos.

EL CANTOETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora