Meses después...
Gabriel Pirs permaneció en Frampol por mucho tiempo. El dolor de la perdida de su amada le orilló a beber alcohol noche y día, lo que hizo que perdiese la realidad de todas las personas que llegaron a rodearle. Se emborrachaba hasta perder el equilibrio de sus pies y lloraba cuando los recuerdos de Lía le atacaban de la nada. Siempre fue ella y aun así hizo lo que hizo.
Aquella noche, vagaba por los callejones, tras salir del burdel y con una mano en la botella, detuvo un auto y subió a bordo. Habia despedido a Tomeur y nunca más supo sobre él, sobre sus empresas, sobre los Dajes, los Alwer y los Salvork. Se encerró en su duelo.
-La fiesta estuvo buena. – le dijo el conductor al arrancar por la principal.
-Eso no te incumbe. – contestó Gabriel entre dientes.
-Supongo que lo llevo a casa.
-No quiero ir a casa. – dijo Pirs, arrojando la botella por la ventana. – Quiero divertirme.
El conductor rió.
-¿Te parece gracioso, imbécil?
-Conozco un lugar así. Para divertirse. – comentó al encender un cigarrillo.
-¿Podrías...?
-Oh, por supuesto. – el conductor le tendió un cigarrillo y el encendedor.
-¿Qué hora es? – preguntó Pirs.
-Pronto amanecerá. – continuó el chofer tomando la ruta fuera de la casa de Pirs. – Y si preguntas por la fecha, es 13 de septiembre, 1939.
-Ha pasado tanto tiempo.
-¿Te preocupa el tiempo? – cuestionó el conductor, dejando ir el humo de sus dientes.
-Lo que ha ocurrido en él, lo que se ha ido con él.
-¿Qué es lo que has perdido? – preguntó el chofer, doblando una manzana.
-A mi esposa.
-¿Cómo se llamaba?
-Haces muchas preguntas ¿acaso eres policía?
-¿Qué es una charla sin preguntas?
Gabriel arrojó el cigarrillo por la ventana.
-Una mierda.
-Entonces, ¿Cómo se llamaba ella?
-Lía Salvork.
-Un nombre muy bonito. Parece que lo he escuchado antes.
-Una boda sin Dios. – dijo Pirs. – Así lo llamaron los diarios locales.
-¿Así que esa era tu boda?
-Cállate y conduce. – ordena Gabriel.
El conductor se detiene frente a la mansión Languerd.
-Hemos llegado. – anunció al apagar el vehículo.
-No veo ninguna luz encendida.
-Como te dije, es un lugar para divertirse. Ven, quiero que lo conozcas.
-No me pongas tus sucias manos encima. Yo puedo solo. – dijo Pirs pero al primer intento de pararse, cayó a la vereda y el conductor procedió a ayudarlo.
-Que lamentable debe haber sido perder a tu amada.
-Lo es.
La puerta de la mansión se abrió.
-¿A dónde demonios me trajiste?
-Aún no hemos llegado. – contestó el conductor al atravesar la sala.
ESTÁS LEYENDO
EL CANTOETA
RomanceLa familia lo es todo para James Arthur al igual que la música, poesía, el arte. Su padre falleció en la Primera Guerra Mundial y ser hermano mayor de Andrew, Werdan y Abigail le orilló a convertirse en el hombre de la casa. Así es como desde tempr...