XIX

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Wanda se desperezó abriendo los ojos al sentir la claridad que entraba a través de la ventana. Al instante recordó toda la noche anterior, notando como un brazo rodeaba su cintura con fuerza. Natasha le apretaba contra su cuerpo desnudo, tan solo cubiertas por la fina sabana. Una sonrisa se extendió por su rostro incapaz de reprimirla. Nunca había sido tan feliz como en ese preciso momento, por su estómago revoloteaban mariposas cada vez que le miraba.

Hacer el amor con ella era la mejor sensación del mundo. Nunca habría pensado que era aquello lo que se sentía al estar con la persona que amas, y Natasha le había hecho sentir tan bien, a gusto y sin miedo que no podría imaginarse con ninguna otra persona jamás. Era su lugar seguro, su refugio, su casa. Quería repetirlo todas las noches y decirle cuanto le amaba. Natasha Romanoff era de ella por y para siempre.

Se quedó un par de minutos observando el rostro de la chica. Estaba completamente en paz, relajada, sin aquel característico ceño fruncido de las últimas semanas. Sus largas pestañas medio ocultas por el mechón de pelo que caía sobre su rostro, lo retiró con suavidad hasta ponerlo detrás de su oreja y con delicadeza recorrió con el pulgar sus pómulos y su bonita nariz hasta posarse en sus labios.

Natasha se removió bajo su cuerpo como si hubiera notado que le estaba mirando. Después de unos segundos abrió un ojo para mirarle adormilada, antes de cerrarlo de nuevo mientras que en sus labios se formaba una amplia sonrisa. Wanda no pudo evitar darle un rápido beso en los labios.

Natasha apretó aun más su agarre contra su cuerpo mientras sonreía.

—Eso sí son buenos días —murmuró la pelirroja aun con los ojos cerrados—. ¿Cómo has dormido?

—Mejor que nunca. ¿Y tú?

—Me has quitado las palabras de la boca.

Esta vez Natasha abrió completamente los ojos para mirar a Wanda. Sus ojos verdes brillaban con un brillo característico que pocas veces había tenido y una sonrisa se extendía por todo su rostro. Tomó la nuca de Wanda para acercarle, a la vez que ella se inclinaba y besó sus labios de una manera lenta y delicada. Sintió su sonrisa en el beso y aquello le derritió por completo.

La sokoviana se separó de ella con una sonrisa atontada para encontrarse con sus ojos. Se podría pasar toda una vida perdida en aquellos orbes verdes. Justo en ese momento su estómago rugió, haciendo enrojecer a la chica y provocando que la pelirroja lanzase una fuerte carcajada.

—No te rías. Tengo hambre —se quejó Wanda haciendo un puchero y separándose de ella—. ¿Bajamos a desayunar?

—Vaya, despiertas hambrienta.

—Me dejaste exhausta. —Se encogió de hombros a la vez que Natasha sonreía complacida—. Es tu culpa.

Wanda se levantó de la cama sin esperar más, caminando hacia el armario de la chica mientras a ella le daba una bonita vista de todo su cuerpo desnudo.

Abrió el armario de par en par y lo primero que hizo fue revisar los cajones en busca de ropa interior. Encontró una braguitas negras y se las puso con rapidez. Pasó a revisar con curiosidad cada prenda una a una, deslizando las perchas sobre la barra. La ropa de Natasha era en su mayoría tonalidades oscuras, pero al final encontró una camiseta ancha de una vieja banda que le serviría para estar cómoda allí.

Se la puso cubriendo su pecho desnudo. Se dio la vuelta para ver a Natasha embobada, observándole aun sentada en la cama. Sonrió de lado al notar como su mirada subía con rapidez desde sus piernas hasta sus ojos.

—¿Te gusta lo que ves? —habló con una sonrisa engreída que ocultaba su rubor.

—Me gustaba la vista de antes, aunque te ves muy bien con mi ropa —susurró Natasha con la voz algo ronca.

Suero rojo | Wandanat / ScarletwidowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora