Capítulo 11:Una cúpula de hielo y un encierro

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Kota se miró las manos, y después miró a su alrededor:estaba de nuevo en los dormitorios de la UA. Llevaba puesta su ropa de civil, y no su ropa del mundo de fantasía.

Ko-chan—lo llamó Eri—. Es una pena que tengas que irte.

Ambos caminaban hacia las escaleras del exterior de la residencia, y él tenía una maleta en sus manos.

—La próxima vez, me toca ir contigo donde las Pussycats, ¿de acuerdo?—Eri sonrió mientras abrazaba a Kota—. Buen viaje.

Kota bajó las escaleras mientras Eri agitaba su mano para despedirse. Sólo se había alejado unos pasos, cuando oyó un grito de la peliazul. Kota se dio la vuelta, para ver con horror cómo su amiga caía por las escaleras y un rastro de sangre se formaba alrededor de su cabeza.

—¡Eri-chan!—Kota corrió hacia ella, dejando atrás su maleta—.

Se arrodilló a su lado, y la giró lentamente, sólo para ver la brecha que se había formado en su cabeza al caerse por las escaleras. El cielo se puso oscuro, y un trueno sonó.

Una pista de hielo se formó al lado del cuerpo inconsciente de Eri.

—¿Qué ha ocurrido?—dijo Todoroki mientras lo miraba—.

—No lo sé. Me he despedido de ella, pero ha gritado y se ha caído por las escaleras.

Bakugo se arrodilló a su otro lado.

—Debemos llevarla donde Recovery Girl—dijo el cenizo—.

Otro trueno resonó en el cielo, y una nube oscura tomó forma de una mano con garras afiladas, y avanzó con rapidez hacia ellos.

—¡Cuidado!—Todoroki se interpuso entre los niños y Bakugo, creó un escudo de hielo y paró la mano—.

Bakugo se interpuso entre Todoroki y los niños, haciendo de escudo humano. El escudo de Todoroki comenzó a ceder, por lo que el bicolor optó por hacer una cúpula de hielo, envolviéndolos a los cuatro.

Kota cerró los ojos, presa del pánico, mientras abrazaba a Eri.

Fue entonces cuando despertó de su sueño. El sudor bajaba por su frente, y su corazón latía deprisa. Miró a su lado derecho, encontrándose con Eri, quien lo miraba con preocupación.

—¿Estás bien?—dijo la pequeña. Kota abrazó a su amiga mientras sollozaba—.

—Menos mal que estás bien—dijo Kota entre lágrimas—.

Eri se dejó abrazar mientras acariciaba el cabello de Kota para tranquilizarlo.

—¿Qué has soñado, Kota-kun?—preguntó Eri—.

Kota negó varias veces, negándose a decir una palabra.

Escucharon el grito angustiado de Tamaki, quien también había despertado.

—Sangre...—murmuró el elfo—. Charcos de sangre por todas partes—decía mientras apoyaba sus manos a ambos lados de su cabeza—.

Tamaki miró a ambos niños, abrazados delante suyo, y el elfo se unió al abrazo, nervioso. Kota le leyó la mente, y deseó con todas sus fuerzas que el sueño de Tamaki no fuera una premonición.

Monoma, por su parte, estaba teniendo un sueño algo más violento que el de Kota, pero menos que el de Tamaki

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Monoma, por su parte, estaba teniendo un sueño algo más violento que el de Kota, pero menos que el de Tamaki.

Podía ver a Kendo, quien llevaba el pelo suelto, siendo manoseada por una especie de demonios quienes, además, le tiraban cerveza, vino, y algo que parecía ácido, ya que reducía a jirones las ropas de la princesa.

Kendo tenía la cara llena de rasguños y cortes, el labio partido, moretones en rodillas y brazos y sangre saliendo de los trozos de piel por los que le habían lanzado ácido.

Su ropa era algo provocativa, parecida al vestido que llevaba Momo cuando fueron a rescatarla. Monoma se sonrojó. ¿Por qué el señor del Mal vestiría así a las chicas que tenía presas? Miró a Kendo, quien rogaba con sus ojos que esa pesadilla terminara ya.

Monoma parpadeó, y en la escena, sólo quedaban él y Kendo, quien se encontraba arrodillada mientras jadeaba, presa del miedo y el pánico. Sus muñecas estaban encadenadas entre sí, y su vestido se había reducido a un corpiño corto y una falda corta.

—¿Qué te han hecho?—murmuró Monoma—.

Kendo giró la cabeza, alertada por el sonido de su voz, pero al verlo, comenzó a sollozar, se levantó del suelo y se lanzó a los brazos de su amigo. El rubio acaricio con delicadeza la espalda de la princesa mientras susurraba palabras de consuelo.

—Te sacaré de aquí, lo prometo—susurró Monoma al oído de Kendo—.

La pelinaranja se estremeció al oír tan de cerca la voz del rubio, pero se tranquilizó al sentir sus manos envolviéndola en un abrazo protector.

—Cuando vengas—habló Kendo—, debes buscarme en las celdas del castillo del señor del Mal. Están en los subterráneos, pero son difíciles de localizar para los extranjeros—la princesa miró a los ojos de Monoma—. Sin embargo, si escuchas risas de voces más graves que el sonido de un chelo, debes seguirlas. Sólo así podrás encontrarme.

Monoma asintió y abrazó de nuevo a Kendo.

—Espérame, princesa Itsuka. Vendré a por ti, y te devolveré a tu reino—Monoma dedicó a Kendo una sonrisa amable—.

Kendo se sonrojó, mas enterró su rostro en el pecho de Monoma, esperando el momento en que su imagen se desvanecería.

El bárbaro y el príncipe durmienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora