2. Schwarze Mann.

740 87 124
                                    

Apagado el portal en mi sala, el ambiente se sumió en el perpetuo silencio de los Alpes suizos. «Respira», me dije con determinación, caminando hacia la cocina. Los 64 metros cuadrados de mi rincón del mundo se sentían como kilómetros cuando a mi cerebro se le ocurría la brillante idea de desvariar.

Bajo mi percepción, avanzaba por lo más hondo del océano, rodeado de fría y azulada oscuridad ralentizando mis movimientos.

-¡No está! -causé un desastre en la despensa, comenzaba a desesperar buscando el estúpio frasco con mis píldoras- ¡Mierda! ¡Las olvidé en la mañana! -y caminar hasta mi habitación se sentiría agónico.

Para mi suerte, un fuerte ladrido dio una sacudida a la ilusión en la que me ahogaba, llamándome a la realidad. Era Bam, mi doberman, tratando de llamar mi atención. Se inclinó para tomar el frasco del suelo y entregármelo; lo había traído para mí al entender qué me pasaba.

-Una sola... -me dije apoyado sobre la endeble mesa de madera. No debía aventarmelas todas a la boca, aunque salivara deseándolo.

Volqué el contenido del frasco en el mesón con torpeza, llevándome una de las píldoras a la boca para masticarla. Cerré los ojos, tragué en seco antes de ir por un vaso de agua que bebí sin dar un respiro. Bam seguía ladrando, ayudándome a permanecer junto a él... Cuando bajé el vaso y me senté en el suelo, mi mente comenzó a aclararse.

-¿Qué haría sin ti? -sonreí, abrazando y acariciando a mi fiel compañero.

Las píldoras harían su trabajo en unos minutos. Bam, en cambio, me causaba un efecto instantáneo; su compañía, el tacto de su pelaje cálido contra mi rostro, me calmaba con indescriptible facilidad.

-¡Ya! Estoy bien -reí apartándolo un poco, me estaba lamiendo toda la cara- ¡No más besos! ¿Quieres ir a...

«Ay, no ¿Hoy están empecinados en molestarme?». Rendido me apoyé en el fregadero a mi espalda. Mi dispositivo de comunicación avisaba de otro mensaje, uno que no me causó ningún golpe eléctrico, pero me fastidiaba aún más que atender una central nuclear a punto de estallar.

Bam ladró y saltó sacudiendo la cola, reconocía el tono de los mensajes de Rebecca; Mi hermana mayor, la primera clon de mi papá.

-Mira las noticias -leí las letras brillantes sobre la palma de mi mano. ¿Aquella era una sugerencia o una orden? El proyector de TV se encendió en la sala contra mi voluntad- OK. Miro las noticias. Mirando noticias. -rodé los ojos y gatee hasta la entrada de la cocina para sentarme contra el marco de la puerta.

Sabía lo que mi hermana quería enseñarme, lo había leído del informativo diario, al despertar.

-Esta mujer está empecinada en que me diagnostiquen -suspiré asqueado, acariciando las orejas a mi perro.

Una barra metálica de treinta centímetros, sobre la mesa de centro, proyectaba las imágenes en mi oscura sala de estar. «Así como están las cosas ¿No deberían evitar enseñar eso?», pensé asqueado. Eran tres cuerpos, suicidas hallados en sus propios hogares: uno ahogado en la tina, otro muerto en su cama por sobredosis. El último... a saber qué le pasó, parecía llevar semanas tirado en su sofá.

¿El tema que aquellos suicidas convocaban?

-Schwarze mann... -musité. La alegría de Bam se esfumó, asustado fue a esconderse a la habitación- Angst...

Angst significa "miedo" en alemán. Así fue llamada la enfermedad que estaba desquiciando a la humanidad desde hacía quince años, dando arduo trabajo al único hospital psiquiátrico con el que contaba la humanidad tras la caída de Übermensch... También, reduciendo la población mundial de golpe, cada vez que se osaba superar el millón.

ÜbermenschDonde viven las historias. Descúbrelo ahora