19. Don del Tacto.

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00:00" En la siembra de girasoles; hora de despertar. El "sol" amado por las flores de la nave no era el núcleo brillante de la misma, sino su capitán Adia, por lo que al asomarse por su balcón, Vy siempre recibía su saludo, divisando amarillo y marrón en toda dirección. Sentado en el suelo, entre los pilares de piedra caliza y largas cortinas, añoraba las tardes en las que JK se sentaba fuera de su casa en la pradera, sólo para permitirle ver la hierba alta agitarse con el viento. En la nave no existía la más leve brisa, y la temperatura era estable, por lo que la noche anterior se repetía en su mente con perturbación y sólo buscaba otros recuerdos con los cuales apartarla.

JK estuvo a punto de congelarse en "tranquilos" -20°C, temperatura que a un Adia trae sin cuidado pues su regulación térmica es perfecta. Para Vy fue aterrador presenciar la fragilidad del humano, «como si fuese un simple animalito», sufría abrazando sus rodillas. Su amor no sólo estaba lejos de él, sino que era físicamente débil a pesar de su apariencia fornida. «La radiación, temperatura, presión, horas de sueño, incluso su alimentación exige cuidados... Ay, no, ¿En el vacío del espacio también muere? No no no no, tiene que aguantar al menos eso ¿Cierto?... Ay. Cosita...» hizo un puchero alzando la vista hacia su cama, donde ajustó la imagen recibida por la señal del astrónomo para verlo dormir como si descansara en esta. «Si pudiera traerte a mi presente te cuidaría muy bien, sin sacarte de esta nave o morirías».

Su nave era apta para cuidar "animalitos".

Se levantó, estiró brazos y piernas. Rondando ante el espejo que cubría el muro tras su cama, tuvo la escasa modestia de admirar el brillo recuperado de su piel y desordenar sus rizos al frente, riendo a gusto. Sin más que ropa interior y su camiseta para dormir, dio un par de vueltas lentas, alineando sus adis en aros perfectos a su alrededor. Sus tres ojos, de vívido azulino, parecían llevar destellos... Dentro de su gran nubarrón de angustia, a ratos era invadido por fulgurosa alegría.

«¿Cómo no amar al alma que me hace sentir vivo?», la confesión de JK se repetía en su mente, dándole ánimo y confianza. Entre toda la porquería que amenazaba con robar su esperanza, prefería dar protagonismo a lo que consideraba más importante. Un «te amo», lo era todo. Estaba seguro de que JK lo dijo para él. Arrogante, necio y loquito, ese humano de "a quién le importa dónde y cuándo", era suyo; de entre las millones de almas del cosmos, era su par.

Sonrió al recostarse a su lado, apoyando el rostro en la almohada para verlo de cerca. Embobado. Enamorado como nunca, sonreía entre dolorosos suspiros. El curioso efecto que mezclaba su cama con la del astrónomo, cual bug de superposición en un videojuego, delataba la verdad, pero no le importaba. Mientras pudiera acompañarlo, y palpar su mejilla con suavidad, se daba por complacido.

Rebecca respetaba el experimento de su hermanito y puso a cargar la cámara en la habitación sin apagarla. «¿No es linda mi cuñada? Nos deja estar juntitos», celebró Vy besando la punta de la nariz de JK, quien no reaccionó. Deslizó el pulgar por sus finos labios de corazón, abultados por la presión de la almohada contra su mejilla. El Adia recordaba su propio atrevimiento con alevosía; el desesperado beso que le robó cuando, débil y orillado, el humano necesitó de él... Y ansiaba repetirlo, «pero que estés en tus sentidos esta vez. No podrás negarme ¡ahora sé que me amas! pero... me pregunto ¿Cuántas amarguras más dirás al respecto, antes de entregarte a lo que sentimos?».

Falta de paciencia, autocontrol, respeto o, más probablemente; todas las anteriores. Acarició la mejilla del humano una vez más, en un sutil intento por despertarlo. Sutileza que fue a volar al cuando notó cuán profundamente dormía. Mordió su propia sonrisa morbosa, sus dedos dibujaron la pálida quijada con su tacto, bajando por su cuello. Cerró los ojos.

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