18. Amor Correspondido.

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Diecinueve años atrás, un pequeño astrónomo de seis años admiraba las estrellas desde el observatorio. Sentado en el alto banquillo que le llevó su primer padre, denotaba plena concentración tratando de plasmar las constelaciones en su cuaderno, sorteando la mirada entre el cosmos a través del telescopio, y el que aguardaba en sus manos. Terminada su tarea sonrió satisfecho, estrechó el cuaderno contra su pecho y corrió a enseñarselo a su segundo papá, quien aguardaba viendo el anochecer afuera, en el desierto.

Naranja y púrpura, el cielo se salpicaba de destellos, los que el inexperto 2-T prefería ver desde su humilde lugar en el cosmos; como un ser vivo más. Fascinante, en cambio, le resultaba recibir al pequeño científico que cada día le contaba sus mil descubrimientos, sin parar de hablar un instante.

El cosmos era fascinante a ojos del pequeño JK, como él lo era para quienes lo veían crecer.

— ¡Papá Tete~! —exclamó ansioso al llegar hasta él, a un costado del gigantesco observatorio, y sentarse a su lado entre rocas amarillentas, oyendo un par de insectos comenzar su concierto nocturno— ¡Mira! Descubrí otra constelación —presumió su cuaderno con ímpetu, señalando con su dedo sobre el papel—. Parece un conejito.

— Como tú —rió su papá tomando el lápiz para dibujar la cola que le faltaba al conejo en la constelación.

— ¡Sí, es mía! Yo la encontré —el pequeño astrónomo estaba orgulloso—. Lukie dice que tiene esta estrella grandota es compañera de un agujero negro, por eso se menea; gira con él.

— ¿Que las estrellas bailan?

— ¡No~! —se largó a reír, sin entender que el adulto le tomaba el pelo— Eso es tonto. Las estrellas no bailan.

— ¿No crees que esa linda estrella quiera bailar con el agujero negro? Si se la pasan juntos, se deben querer mucho.

— ¡Aish! ¡No! Tete, las estrellas no se quieren ¡no son personas!

— Oh, lo siento, es que yo no entiendo qué son —exageró fingiendo perfecta intriga.

— Tranquilo, yo te explico —sobrado de confianza, apartó su cuaderno y ajustó su pequeña bata blanca para comenzar el sermón—. Mira; las estrellas no son puntitos de luz, son bolas gigantes de gas quemándose, pero están tan lejos que las vemos chiquitas —su papá asintió "asombrado" por la revelación, enorgulleciendo a su pequeño. Tete sólo quería verlo enseñar sus grandes incisivos, recién asomándose en sus encías—. Bien, ahora; que no se te olvide nunca ¿Sí?

— Gracias por enseñarme, mi pequeño científico —sonrió atrayéndolo para abrazarlo y dejar un beso en su frente—. No lo olvidaré nunca, lo prometo.

En el presente, la ingenua fascinación por el cosmos del pequeño astrónomo se hallaba apagada, sofocada por la estrecha realidad que la vida humana alcanzaba a tocar

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En el presente, la ingenua fascinación por el cosmos del pequeño astrónomo se hallaba apagada, sofocada por la estrecha realidad que la vida humana alcanzaba a tocar. Avanzando a paso acelerado sin más luz que el escaso reflejo de la aurora boreal, se hizo de una ruta casi libre de nieve junto a las grandes coníferas. Avanzó, más y más lejos de la casa, con el corazón golpeando en sus oídos, los sentidos perturbados. El alcohol en sus venas podía distraer su mente, dar a su cuerpo la sensación de calor, no obstante, al dilatar sus vasos sanguíneos sólo aceleraba el descenso de su temperatura corporal.

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