CESAR
Bostecé que con ganas.
Que sueño sigo teniendo.
Ya me es familiar el contacto áspero de la corteza del árbol en mi espalda y más, cuando me acomodo mejor contra él.
Suspiro largamente y aún sin abrir mis ojos, siento como ese siempre viento suave y veraniego se acopla a la composición favorita y que siempre interpreta mi hermano desde que aprendió a tocar su mayor pasión, el piano.
Podría jurar y lo imagino a la brisa, como un cálido pentagrama reteniendo la melodía mientras circula como invade el campo y suavemente mueve a su compás, tanto a los árboles como la gramilla en toda su siempre extensión.
No quiero despertar, vuelvo a reconocerme sumergido en este sueño emergente como muchas veces.
Y por eso, mis párpados los abro muy lentamente.
Sonrío.
Por ese entrañable sol que me baña, como péndulo en el cielo eterno en su azul despejado sobre esta pradera.
Y más.
En la invariable grama que colma todo en ese verde tan especial con sus diminutas flores color borravino lustroso y entre esa vegetación como en cada sueño, caminando y recogiendo para armar un pequeño ramillete y a la vez sosteniendo su capelina para que la brisa no se la vuele.
Ella.
Como siempre, me oculta su rostro y como tal también, distingo su sonrisa viniendo hacia mi dirección para regalármelo como sucede en todos mis sueños.
Esta vez quiero verla.
Necesito hacerlo.
Y me incorporo, pero no la espero como siempre, yo camino a ella rogando no despertar.
Hasta le imploro a mi cerebro sobre el sol que nos ilumina, la brisa y el campo con la melodía de mi hermano aún siendo la cortina clásica entre nosotros dos.
Ocho pasos, seis, para luego dos y sonrío plenamente cuando la tengo a un paso de distancia y no desperté.
Somos niños, pero ella lo es más.
Tal vez dos o tres años menor que yo, no sabría decirlo.
Su bonita capelina no me permite ver su rostro completo mientras me extiende el ramillete que me regala y se lo acepto feliz.
Locamente, huelen a cerezas.
Su mano extendida me dice que me incline para nivelar nuestras alturas y eso hago en el momento que su pequeño dedito toca suave la punta de mi nariz y con ese gesto llega un nuevo recuerdo, porque le agradaba el diminuto lunar que descubrió que tengo.
Sonreímos y mi mano libre quiere hacer a un lado su capelina infantil para ver de lleno su rostro.
Como dije, lo necesito.
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Cherry Love [COMPLETA]
RomanceSINOPSIS Dicen que la música y una buena taza de café van de la mano en cualquier transición que uno hace en nuestras mudanzas de vida. Ya que a los cambios que somos sometidos o se experimentan y se debe resolver, acompañado de una taza de café y m...