¹¹. Señor Osorio

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Las personas comenzaron a llegar, reuniéndose todos en el jardín, no podían ser más de 20 personas y un par de niños que se veían de la misma edad de Murat, los cuáles se encontraban todos jugando con Emilio. Una niña se colgaba de uno de los brazos del rizado mientras que un niño pelirrojo se colgaba de una de sus piernas, era claro que intentaban escalar al alto hombre y éste para sorpresa de Joaquín estaba encantado con los pequeños.

La mujer turca se acercó al ojimiel, quién sentado en una escalera que conectan al jardín con el resto de la casa observaba la escena con el ceño fruncido, le ofreció un plato con pequeñas rodajas de carne que había aprendido hace algunos meses se llaman köfte, las tomó gustoso desviando su mirada hacía ella.

— ¿Puedo preguntar porqué no dejas de ver al señor Osorio? — preguntó con una ceja alzada.

— Cuándo conocí al señor Osorio  — hizo énfasis en las ultimas palabras porque le parecía gracioso —, tuve una mala impresión de él, la cuál resultó ser algo cierta — se llevó un pedazo de carne a la boca y luego de haberlo tragado continuó —, pero cada vez que nos encontramos termino pensando mejor de él y ahora lo estoy viendo justo ahí jugando con esos niños cómo si nada lo hiciera más feliz. Cómo adoraría tener hijos.

Aunque lo último lo dijo casi en un susurro, fué escuchado de igual forma por la mujer. Ella devolvió la vista al hombre que ahora tenía a su hijo en los hombros y eran perseguidos por los demás niños que buscaban ser cargados también.

— Pues yo te puedo decir que es una buena persona, gracias a él Murat fué aceptado en la escuela, — confesó con una sonrisa, el castaño la miró sorprendido — cada escuela a la que íbamos nos daban largas para no aceptar nuestra solicitud de inscripción, pero el motivo real era simple... nos veían cómo inmigrantes musulmanes.

— No pueden hacer eso, la ley lo prohíbe — respondió molesto, se preguntaba porqué Kadir nunca le contó eso.

— Te sorprendería cuan fácil se dobla la ley cuándo hay racismo de por medio, nosotros temíamos que si presentábamos una denuncia nos deportaran, acabábamos de llegar, — miró en dirección a Emilio con una expresión de completo agradecimiento —. De no ser por él, jamás nos hubiéramos animado a exigir justicia.

>> Nos acercamos a él por recomendación de unos amigos a quiénes había ayudado en el pasado, si preguntas entre las minorías vas a escuchar buenas referencias del señor Osorio, — luego de decir eso se disculpó para levantarse y dirigirse a hablar con otros invitados que estaban conversando jovialmente con su esposo.

Joaquín lo vió asombrado, no podía imaginar que el hombre de quién había llegado a pensar tan mal pudiera ser tan bueno. Aunque claro, no querer una relación seria no era motivo para ser considerado despreciable a sus ojos, era el hecho de saber que no tenía problema con intimar con personas casadas, eso era algo con lo que de más seguro no podría estar de acuerdo jamás.

— ¿Ocurre algo? — preguntó el de ojos café sacándolo de sus pensamientos —, llevas un largo rato viéndome, aunque no te culpo.

Volteó a su izquierda para ver a los niños correr por el jardín en una zona dónde no había adultos para evitar choques y por consiguiente regaños.

— No te veía a tí, — le sonrió ladino — era a los niños.

— ¿Tienes hijos? — preguntó más para seguir con la conversación que por genuino interés.

Negó con la cabeza, — Andrés no quiere hijos —, respondió y Emilio frunció el ceño, por lo cúal agregó, — quiero decir que aún no nos decidimos en tener hijos.

Infieles // Adaptación Emiliaco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora