Capítulo 31. Epílogo. Samhain.

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Draco se despertó y se encontró solo en la cama como era casi lo usual entre semana, dado su desagrado por madrugar pero esa mañana de martes había sido diferente. Era de madrugada, según constató pues aún estaba muy oscuro, así que estaba intrigado por saber dónde estaba su esposa.

Salió de su dormitorio y se dirigió hacia el dormitorio de Paul, el menor de sus hijos. Los quince años que tenía de conocerla y convivir con ella no habían pasado en vano y como había supuesto, estaba sentada en el centro de la cama, con el peluche de jirafa que había sido su favorito en la infancia en su regazo. Una taza de chocolate caliente casi intacta humeaba en la mesa de noche. Él se acercó con paso lento, se sentó a su lado y la abrazó.

—Buenos días —murmuró en su cabeza luego de darle un beso.

—Hola... ¿Qué haces despierto? —le inquirió aún ausente.

—Me sentí solo sin ti —le dijo besando su hombro y abrazándola con fuerza.

Hermione tenía treinta y ocho años, su cuerpo había cambiado por haber tenido a sus dos hijos, pero Draco la veía más hermosa que nunca. Pocas veces la había visto deprimida: la muerte de Emma hacía cuatro años por un infarto del corazón, el día que Liam partió hacia su primer año en Hogwarts hacía tres, la partida de Paul al colegio en septiembre pasado y esa mañana.

Hacía doce años que había nacido su hijo menor y era el primer año que ella no lo pasaría con él, que no lo celebrarían juntos. Con Liam nunca había tenido ese problema porque había nacido el trece de agosto, pero ahora su esposa estaba viviendo en carne propia el Síndrome del nido vacío del que había hablado George Granger, algo que había vivido él de forma muy similar cuando en su momento, su única hija también había dejado la casa para ir a Hogwarts, un vacío muy similar al que también había dejado la muerte de su esposa. A raíz de eso, el señor Granger se había mudado nuevamente a Inglaterra y había vuelto al lugar donde había pasado su infancia por lo que vivía rodeado de familiares.

—Mi pequeño bebé... —dijo Hermione sobre su pecho casi a punto de llorar.

—Se lo pasará genial con sus compañeros. Ya viste que Liam se encargó de comprar el fin de semana todos sus postres y caramelos favoritos para que celebren en la noche. Y le haremos llegar nuestros regalos.

—Ni siquiera están en la misma casa...

—Con lo guapo que es, estará rodeado de todas sus admiradoras y estoy seguro que ni se acordará de nosotros —le dijo en son de broma. Su hijo menor era una copia exacta de él a su edad y a Draco le encantaba molestarla con ese hecho.

—¡Draco! —le golpeó suavemente el pecho—. Es muy joven para esas cosas...

—A mis doce años... —empezó a narrar con grandilocuencia sabiendo que el tema siempre la enervaba.

—¡No me interesa escuchar nada de eso! —lo interrumpió enérgicamente pero él sabía que estaba sonriendo.

—Hermione, estoy seguro que Liam encontrará la forma de colarse en la sala de Ravenclaw, no fue por falta de inteligencia o ingenio que no quedó en esa casa, sino por abundancia de astucia.

—Paul es tu viva imagen física pero Liam tiene tu personalidad. Ninguno sacó algo de mí...

Draco invocó una foto que estaba sobre un mueble y en el cual se mostraban los dos hermanos. Ambos habían sacado sus ojos grises, pero el cabello de Liam era rubio oscuro mientras que Paul era rubio platino. Hermione sonrió al ver el bucle de sus hijos abrazándose mientras sonreían a la cámara. Ambos los amaban con locura.

—Tienen tu valentía... nunca se dan por vencidos... y no temen expresar sus sentimientos.

Draco la abrazó con ternura y así, se quedaron dormidos cerca de dos horas más.

Y de repente, túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora