Capítulo 7. Accio Story.

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Hermione no quería salir con Draco; lo que realmente deseaba era que se la tragara la tierra y así librarse de su futuro, pero esa no era una opción, así que debía salir con él. Se empezó a alistar sin saber cómo vestirse, lo que era completamente ridículo pues cualquiera que la viera diría que estaba nerviosa por encontrarse con el patán de Draco Malfoy, pero una tras otra fueron cayendo las prendas en el piso ya que ninguna la satisfacía.

Al menos tenía la tranquilidad de que las posibilidades de aparecer muerta en un callejón a manos de uno de los Malfoy habían desaparecido con lo del contrato mágico que la vinculaba a ellos y que les impedía hacerle daño. Si algo tenía que aplaudirle a los que habían redactado el estúpido decreto era que no habían dejado cabos sueltos. Lo había leído varias veces buscando huecos legales que pudiera apelar y no había encontrado nada.

Esa mañana, en la primera plana de Accio Story, el periódico que había fundado Zacharias Smith y al cual Harry se había suscrito pues parecía ser un medio de comunicación más objetivo y confiable que El Profeta, había salido la noticia sobre la selección. En la página siete había salido la lista completa de parejas y ver su nombre junto al de Draco Malfoy lo hizo nuevamente tangible y le impidió poder desayunar algo; ni siquiera la usual fruta que comía antes de salir a correr, algo que hizo muy temprano para poder calmar sus nervios por la cita. Tampoco pudo almorzar a pesar de los esfuerzos de Ginny. Ya comería algo en la tarde.

Un búho real había tocado su ventana trayendo consigo un pequeño pergamino que contenía la dirección de una zona muggle de Londres, cerca del palacio de Buckingham y eso la intrigó. No había esperado que él visitara ese lado de la ciudad. Y aunque también podía tomarse como una consideración para ella, no calmó sus nervios. Harry sugirió una poción calmante antes de ir a su cita y no dudó en tomarla. Un vial se le hizo pequeño, tal era su nivel de ansiedad.

Se apareció en un punto cercano y caminó hasta la dirección. Al llegar vio que era una pequeña cafetería con decoración estilo victoriano de aspecto muy acogedor. Draco la esperaba afuera del lugar y le hizo un gesto para que entrara primero. Luego de elegir ella la mesa, él le ofreció la silla con amabilidad y este segundo gesto de caballerosidad no la tomó desprevenida; en cierto modo le chocaba pues en nada coincidía con el niño malcriado que había comprado su puesto en el equipo de Quidditch. El momento no dejaba de ser incómodo y él también se evidenciaba incómodo.

El mesero llegó y Hermione pidió un jugo de manzana y una ensalada de pechuga de pollo y aguacate. Draco pidió un latte frío y dos scones.

—Así que esto sería oficialmente nuestra primera cita de cortejo —inquirió Hermione intentando aligerar el ambiente. Estaba jugando inconscientemente con el dije de la cadena que se había puesto.

—No lo había pensado así, pero supongo... ¡Qué considerados al darnos estos tres meses!, ¿verdad? —dijo con sarcasmo haciendo una mueca que casi podría llamarse sonrisa—. Escucha, Granger, sé que no tuvimos un buen inicio ni ayer ni hace once años —Hermione asintió—, pero anoche lo estuve reflexionando y creo que por el bienestar mental de ambos, deberíamos dejar de lado nuestros nombres y estatus sanguíneos y darnos la oportunidad de conocernos, ver qué fue lo que vio el sombrero en nosotros.

Hermione abrió los ojos con asombro ante ese pequeño discurso. Draco se veía molesto ante esa reacción.

—Suena como algo muy sensato —dijo después de unos instantes, cuando pudo conectar su cerebro con su lengua—, no quedarnos encasillados en el pasado.

—Por lo que veo, es difícil para ti imaginarme de otro modo, pero como te dije ayer —continuó mientras jugaba con el pequeño salero sobre la mesa sin apartar los ojos del pequeño utensilio—, hace mucho que dejé de creer en lo que una vez creí, incluso desde antes de la batalla final.

Hermione asintió nuevamente aún sin creer en lo que Draco decía, casi tan irreal como estar juntos en una cafetería muggle. Frente a él, podía apreciar el cambio en su físico: elegante siempre, pero con ropa muggle, su cabello rubio platino impecablemente peinado y más corto que hace cuatro años, una barba de tres o cuatro días le daban un aspecto interesante, más varonil. Atrás había quedado el adolescente delgado y desgarbado de la guerra. Nunca se había percatado del color real de sus ojos. Eran de un gris claro con vetas más oscuras. Sin embargo, aunque un halo de frialdad parecía rodearlo, era difícil ver en él al bravucón del colegio, el que se había merecido un certero puñetazo en la nariz, el que gimoteó por un rasguño en un brazo. Por supuesto que las circunstancias los habían hecho madurar o quizá era que tenían unos diez años más que en aquel entonces.

El pedido que realizaron llegó a la mesa y Hermione se dio cuenta de lo rápido que había deducido que Malfoy era un adulto. Sus ojos parecían diamantes al ver los scones; casi parecía que de un momento a otro lamería sus labios. El aroma que despedía el panecillo cuando él lo cortó por la mitad para untar una buena cantidad de mantequilla y mermelada de fresa le abrió el apetito. El pareció notarlo porque le ofreció el que había preparado como para que ella le diera un mordisco, pero ella inmediatamente se negó, sintiendo sus mejillas sonrojadas por lo íntimo del gesto. Por un momento había olvidado que el mago frente a ella era Draco. Aun así, él arregló la otra mitad y le dijo que ese sería su postre.

—Son los mejores que he probado y sin duda alguna me darás la razón cuando lo pruebes.

—¿Cómo supiste de este lugar? —se atrevió a preguntar, ya que era una duda que tenía desde que había recibido la lechuza.

—No era muy bienvenido en el Callejón Diagon o en Hogsmeade después de... —hizo un gesto con la mano que dio a entender a qué se refería y ella asintió—. Un día estaba caminando por esta zona, una de esas tardes en las que temía que iba a morir de aburrimiento en la mansión, aunque en realidad salía muy poco, y el delicioso olor a pan recién horneado me llamó la atención.

—¿Y para pagar? —cuestionó la bruja.

—Sé perfectamente cómo ir a Gringotts y cambiar galeones por libras esterlinas —respondió muy serio. Hermione se sintió muy tonta por haber hecho ese comentario.

—Lo siento, no debí...

—Han pasado cuatro años, Granger —interrumpió arrastrando las palabras y taladrándola con la mirada— y agradecería, como ya te comenté hace unos minutos, que no ofendas mi inteligencia. Sé moverme en el mundo muggle.

Sin saber cómo justificar su comportamiento, prefirió volver a su ensalada y por lo menos por un espacio de diez minutos, ninguno volvió a decir nada más.

Sin saber cómo justificar su comportamiento, prefirió volver a su ensalada y por lo menos por un espacio de diez minutos, ninguno volvió a decir nada más

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