Capítulo 8

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Emrralt

Ella está aquí. A dos puertas de distancia. En la ducha. Desnuda. Voy a morir.

Entro en mi habitación y me visto con lo primero que encuentro. Tengo que pensar. Más bien, tengo que dejar de pensar en ella y en como luce bajo la regadera.

Me dejo caer en la cama y cierro los ojos para descansar. Una escena que se reproduce en mi cabeza: Yo, aún mojado de la ducha, abriendo la puerta después de tocarme pensando en Harper Collins, para encontrarla al otro lado de la maldita puerta. Y ella mirándome sin disimulo.

Ahora que la he visto bien cerca, puedo decir que tiene los labios más sexys que he visto en mi vida, llenos y rosados; puedo imaginarlos perfectamente alrededor de mi polla. Esa imagen me provoca una erección instantánea. Suspiro, me acomodo el miebro dentro de la ropa interior y recreo en mi mente su piel clara, de apariencia suave; el cuerpo delgado y elegante como un cisne. Esos grandes ojos oscuros y enigmáticos que demuestran tanto como ocultan.

Cuando nuestras manos se estrecharon, sentí un rayo de deseo. Por suerte, el soldado no se levantó ahí mismo, esa escena hubiera sido en extremo humillante. Ella me encuentra atractivo, lo vi en su cara. Quizás... no. El intenso brillo en los ojos de Jayce cuando la ve, me impiden ser un cabrón. Ella está fuera de los límites, ahora y para siempre.

Es hora de llamar a mamá.

Cuando estoy en una encrucijada personal, llamo a mi madre. Ella no me dice que hacer, solo me aconseja y me señala lo obvio cuando yo parezco ciego. El teléfono da tres tonos antes que la preciosa cara de mi progenitora aparezca en primera plana.

—Mi pequeño, ya no tan pequeño. Te has convertido en un chico muy guapo —siempre me dice lo mismo al verme, ya sea en persona o por teléfono. Las maravillas de ser el primer chico de la camada.

—Igualito a su padre —dice mi padre, asomándose en la pantalla. Besa a su esposa en la mejilla y me guiña un ojo antes de desaparecer.

—Ese padre tuyo, ¿sabes lo último que hizo?

Hablamos un rato sobre ellos. Hace unos meses decidieron tomarse unas largas vacaciones del trabajo y retomaron sueños olvidados, siendo el más importante: salvar especies en peligro de extinción y repoblar bosques deforestados. Se fueron al Amazonas como voluntarios para recuperar parte de la biodiversidad perdida en un incendio o algo así.

Los echo muchísimo de menos y estoy el triple de preocupado. Ya no son jóvenes y me carcome que no estén cerca de mí para ayudarlos cuando lo necesiten. Mis hermanos y yo hemos hablado, en la próxima reunión familiar de Navidad, les pediremos que vuelvan. Si están preocupados por el fin del mundo, que funden una organización sin fines de lucro o algo así. Tales pensamientos son muy egoístas, pero quiero que mis padres en el mismo país. Punto.

—Ahora, cuéntale a mamá lo que te preocupa —me cede la palabra cuando ella ha terminado de quejarse de la torpeza y las ocurrencias de mi padre, que los han metido a ambos en mucho problemas.

—Hay una chica que me gusta, mamá —decirlo en voz alta es diferente a pensarlo.

—Normal. Eres un universitario cachondo, siempre te gusta una chica —responde con naturalidad. Ella siempre nos ha hablado claramente sobre el sexo. Es una necesidad humana, pero la protección siempre por delante.

—Es más que eso, ma. Ella me atrae mucho.

—¡Pues a por ella, tigre! —grita y doy gracias a Dios de tener los auriculares puestos o toda la casa se hubiera enterado.

—No puedo —le digo con la cara un poco arrugada.

—¿Por qué? —su voz indica confusión y también está marcada en su bella cara.

Bajo la piel de HarperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora