Capítulo 14

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—Jay, ¿qué acaba de pasar? —le pregunto con voz incrédula. Reviso las esposas, no sé como abrirlas sin la llave que les corresponde.

—Acabo de tener el mejor sexo de mi vida —suena... como si caminara en las nubes. Tristemente, debo bajarlo de allí.

—La chica que te hizo ver las estrellas, salió corriendo como si tuviera un petardo en el culo. No creo que la encuentres.

Me mira alarmado e intenta quitarse las esposas, sin resultados.

—¡¿Dónde está la llave?! —suena como una niña histérica.

—No lo sé, imbécil. Tú eres el que está atado, ¿no deberías saberlo?

Entra en su cuarto, que no huele a sexo gracias a la ventana abierta. Las sábanas de la cama están revueltas y las almohadas están en el suelo. La pequeña chica se debe haber puesto creativa para causar tanto desorden con Jay atado.

—¡Ahí está! —señala con el dedo hacia el suelo, justo al lado de la mesita de noche, donde brilla la pequeña llave.

—¿Desde cuándo eres masoquista? —pregunto mientras abro las cerraduras de metal.

Después de tener varias conversaciones con Liah sobre el BDSM, soy consciente que aquellos que les gusta ser atados y disfrutan del rol sumiso, no son necesariamente masoquistas. Pero no puedo evitar picar a mi hermano en esta situación tan ridícula.

En cuando está libre se pone la camiseta y sale corriendo, dejándome con la palabra en la boca y mi pregunta sin respuesta. Esa chica parecía desesperada por alejarse, dudo que la encuentre. De hecho estaba vestida de negro, como Mavis, de Hotel Transilvania, ¿una coincidencia? No, hay demasiadas similitudes. Las esposas, el traje a juego y... Jajaja.

Tomo del suelo las esposas olvidadas, les hago una foto y se la envio a Liah con una pregunta.

Yo: ¿Tuviste un buen rato?

No quiero un respuesta. Espero que se retuerza de vergüenza un rato y luego, venga llorando a pedirme perdón por ocultarmelo. Si me lo hubiera dicho, le hubiera ofrecido mi ayuda. Aunque lleva varias horas sin responder mis mensajes. Anoche hablamos sobre una tarea de Biomoléculas y luego... nada.

Genial, ahora estoy preocupada.

Doy un par de vueltas en la habitación hasta que me decido a llamarla. Como era de esperarse, tiene el teléfono apagado. Me siento en la cama y mi pierna derecha se mueve ansiosa hasta que Jay vuelve con cara de desesperanza y se deja caer boca abajo en la cama.

—¿Y?

—No la encontré —suena tan triste que me entra el impulso de revelar la identidad de su Mavis, pero no puedo. Es algo que Liah debe decirle por sí misma. Si es ella.

—Lo siento —acaricio su pelo cobrizo y engominado, a modo de consuelo.

—Te juro que esta ha sido la mejor y la peor noche de mi vida —cuando Jayce se pone de este humor, lo mejor es dejarlo hablar, hasta que quede satisfecho.

—Me imagino.

—No creo que puedas imaginarlo, princesa —se levanta y va al baño, desde el cual se escucha la ducha abrirse. Ese tonto ni siquiera cerró la puerta.

Me levanto y camino en la misma dirección que él. Cuando estoy a punto se entrar, Emrralt llega a la parte superior de la escalera y me detengo cuando nuestros ojos conectan. Ojalá tuviera el mismo coraje que Liah y lanzarme sobre sus huesos, pero ese chico superficial podría dejarme como un trapo para limpiar el suelo si le doy poder sobre mí; cosa que no permitiré.

Bajo la piel de HarperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora