Capítulo 35

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Emrralt

—Si me muero, nos vemos en el infierno —y sale corriendo la muy cobarde.

Gritamos su nombre, pero no sirve de nada. Se ha ido. Y una sensación extraña, como algo gelatinoso, se asienta en mi estómago.

Deprisa salgo corriendo de la sala siguiendo la misma dirección de ella. La busco como un loco por los pasillos, hasta verla discutiendo con la enfermera.

Mi fierecilla, siempre dando guerra.

Harper y la enfermera se percatan de mi presencia al mismo tiempo. La mujer desconocida me regaña con la mirada por seguirlas, pero nos da un momento a solas.

—¿Qué pasa, Em? —me mira preocupada. Amo cuando me dice Em. Igual que cualquier otra palabra que salga de su boca.

—No podía dejarte entrar a ese quirófano sin decirte lo mucho que te amo —por primera vez en la historia de su existencia, alguien ha dejado a Harper sin palabras. Sorpresa —. Sé que todo va a salir bien y en dos meses vas a estar dando la misma guerra de siempre, pero... en el remoto caso que ocurra algún imprevisto. Te amo.

Ahora que he empezado a hablar no puedo parar.

—Te has convertido en una parte fundamental de mi vida. A pesar de tus intentos de mantenerte lejos —después que me contara la historia de sus padres, entiendo sus miedos.

Que una persona se convierta en el centro de tu universo y luego perderla, es lo más desgarrador que existe.

—Eres el oxígeno de mi alma —beso la frase tatuada en su antebrazo, "La libertad es el oxígeno del alma" —. Si te pasara algo... continuaría viviendo, pero con el alma enjaulada.

Ella sale de su trance y se lanza a mi boca. Nos besamos desesperadamente, hasta que un carraspeo incómodo nos interrumpe. La maldita enfermera señala un reloj imaginario, metiéndonos prisa.

—¿No puedes darnos quince minutos a solas en una habitación tranquila? —pregunta mi novia descaradamente. Los párpados de la mujer se achican hasta ser un par de rendijas —. Esa cara significa que no.

—Anda, vete. Te veo cuando te despiertes —me reacomodo una nueva e incómoda erección, producida por el roce de nuestros cuerpo y ese beso tan rico.

—¿Vas a estar ahí? —su mirada decidida es suficiente para saber que ella también me ama. Me lo dirá cuando esté preparada.

—Claro que sí —le doy un besito en la frente a modo de despedida.

Justo antes de separarnos, siento un dolor en la barbilla. Me ha mordido. Sigue pellizcando mi piel con sus dientes hasta llegar a mi cuello. Lo que endurece más la polla. Siento su sonrisa contra mi piel.

—Esto de aquí —me agarra el paquete y lo masajea con dureza —, es todo mío. Va a tener que descansar unos meses, pero voy a disfrutar mucho con solo ver como te tocas.

—Joder, Harper —se ríe de mí y se aleja con pasos cortos. Su semblante cambia un poco, sin dejar del todo el deseo.

—Quiero que seas lo primero que vean mis ojos cuando me despierte.

—Te lo prometo —me pecho se estremece por esa muestra de vulnerabilidad.

Su figura delgada se aleja y siento como si me arrancaran una extremidad. Respiro profundo y camino de vuelta a la sala de espera. A esperar.

Las horas se hacen eternas y el murmullo de los demás se difumina en mi cerebro. Solo repito en bucle todo lo que ha pasado desde que nos conocimos.

El primer contacto de nuestras miradas en el pasillo, hace casi un año. El encuentro en el restaurante, cuando supe su nombre. La desastrosa cena en fin de año y sus manos sobre mí.

Bajo la piel de HarperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora