Epílogo

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Harper, 3 años después.

—Dio mio, ¡¿como e posible ete sucessoo?! —me quejo en voz alta viendo mi reflejo en el espejo grande de la habitación.

—¿Qué pasa? ¿Por qué imitas ese video tan gracioso? —se asoma por la puerta de la habitación, mirándome extrañado.

—¡¿Tú me amas?! —me siento traicionada. Eso de hacer drama por cosas insignificantes se me ha pegado de mi hermano. Ahora parezco incapaz de dejar de hacerlo.

—Te amo más que a nada —su ceño se frunce debido a la confusión. No entiende nada —. ¿Se puede saber que te pasa?

—¡Dices que me amas y no haz tenido la delicadeza de decirme lo horrible que luzco! —grito, señalando mi reflejo.

La ropa interior negra y escasa cubre mis partes nobles, me queda apretada. Muy apretada. El haber superado mi trastorno alimenticio ha sido genial. Pero la cantidad de libras que he engordado en el proceso, ¡no es tan genial!

Soy una persona antideportiva, odio el gimnasio y en general, cualquier actividad física (con la excepción del sexo). Como siempre he sido delgada, nunca se me ocurrió que podría necesitar perder en lugar de ganar. Pero claro, si hubiera ganado libras de tetas o nalgas, no estuviera tan histérica. Mirando mi cuerpo, parezco... un rectángulo.

—Estás hermosa —y se va, dejándome sola para revolcarme en mi mierda.

Termino de ponerme la ropa sobre el cuerpo y salgo de la habitación, aún enfadada. Conmigo misma, con él y con el mundo. No soy tan vanidosa, pero el cambio no es algo que abrazo sin reparos.

Emrralt me mira fijamente antes de subirse la camiseta que lleva y enseñarme su abdomen.

—¿Ves esto? —señala la región bajo su ombligo y yo solo veo piel blanca y apetitosa, lista para ser lamida.

—¿Tu ombligo?

—No —exasperado, pone los ojos en blanco. Con cara de querer tirarme por la escalera, agarra entre el índice y el pulgar una pequeña porción de piel del lugar que señaló antes —. ¿Sabes cuando he tenido yo grasa abdominal?

—Ehm.

—Nunca. Y esto que ves aquí, es por tu culpa —subo las cejas ante esa acusación —. No me mires así. Es cierto. He ido menos al gimnasio para pasar más tiempo contigo y por comer de más. Me gusta comer contigo, ver tu cara de satisfacción cuando estás satisfecha. Es como verte después de follar.

Se acerca lentamente mientras su voz baja en picado, volviéndose ronca por la excitación.

—¿Qué vas a hacer al respecto? —susurra cerca de mi oreja izquierda con esa voz ronca que me provoca escalofríos de placer.

—Nada —mi respuesta es casi inaudible.

—Pues eso —con la misma, se da la vuelta para alejarse. Pero no lo permito.

Rápida como víbora, le agarro la parte delantera del pantalón y con un fuerte tirón, queda nuevamente dándome la cara. Esta vez, con nuestros cuerpos en contacto.

—No enciendas un fuego que no vas a apagar —desabrocho el cinturón con movimientos bruscos. Estoy con la regla y muy sensible, pero eso no significa que no pueda disfrutar un poco.

Me arrodillo a la par que bajo su ropa hasta los muslos. Una media erección me saluda e instantes después de jugar un poco con la lengua ya está en su máximo esplendor.

Su mirada es adictiva y la forma en la que sus gestos cambian por el placer es lo más excitante del mundo. Meto la mano en mis bragas y me toco, sintiendo todo magnificado por la sensibilidad. Verme con los dedos en las bragas parece ser suficiente detonante para volverlo loco. Sus dedos terminan enredados en mi pelo y los gruñidos salen de su boca, cual lobo feroz.

Bajo la piel de HarperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora