Capítulo 33

690 29 1
                                    

Una semana después

¿Alguna vez has visto tu infancia de pasar frente a tus ojos, a la misma velocidad con la que viaja un tren bala?

Jamás me había ocurrido. Ciertamente, no se me pasó por la cabeza cuando la alarma me despertó en la mañana y mi día empezó como cualquier otro. Mal humor, desayuno ligero, higiene personal y un poco de música. Justo en el instante que salgo de mi edificio, con la idea de ir a casa de Em para que me de una psicoterapia porque quiero ir preparada a conocer a su familia; me encuentro con un fantasma.

No uno traslúcido, los que dan ganas de ir a cazar o hablar con ellos sobre sus vidas antes de morir. No. Mi fantasma es de esos que dan miedo, los que te hacen daño y te abandonan. El motivo de todos mis males, de mi odio y mis recelos; mi torturador y también progenitor.

Fred Spencer, en persona.

Pensé que nunca iba a verlo de nuevo. Me gustaba imaginarme que había cometido un asesinato/suicidio con mi madre en un bosque en medio de la nada.

Que se fueron a la Antártida y murieron dentro de un iglú después de una avalancha.

Que se convirtieron en presas una manada de leonas hambrientas africanas.

O... vale, se entiende.

Sus ojos, de un color café igual al que veo en el espejo todos los días, se quedan fijos en mí. Un escalofrío me recorre de pies a cabeza y empiezo a sudar frío. Siento la sangre abandonar mi cara, a la par que el miedo, ¡ese viejo compañero de cama! se apodera de mí.

—Harper —mueve una de sus manos en mi dirección, ¡esas malditas manos que me hacen cagar de miedo!

Y como la maldita cobardica que soy, huyo. Regreso sobre mis pasos y me aseguro de cerrar la puerta del edificio detrás de mí. Intento arrastrarme por la escaleras de vuelta a mi apartamento, pero mis piernas son como dos fideos sobrecocidos que no hacen lo que yo quiero. Me siento en el escalón más bajo, escuchando al hombre que más daño me ha causado nunca.

—Harper, por favor. Necesito hablar contigo. ¡Abre la puerta! —sus gritos lo empeoran todo.

¡Quédate aquí y no salgas!

¡No puedes salir! ¡¿Cuántas veces lo tengo que repetir?!

¡Deja de tragar, no tengo dinero para alimentarte tanto!

¡¿Podrías callarte?!

¡¿Por qué naciste?!

Él no deja de gritar y yo me tapo los oídos, para sacarlo de mi cabeza. Pero no funciona, está aquí dentro conmigo.

Todo vuelve de golpe. Gracias a sus palabras retrocedo en el tiempo, allí donde el miedo, la impotencia, la frustración, el abandono, el resentimiento y el dolor eran la manta que me cubría todas las noches. De nuevo soy esa niña que se esconde en los rincones, con el anhelo de desaparecer entre las sombras.

Una música conocida me saca del círculo vicioso de reproducir mi pasado en bucle. Mi teléfono suena con la melodía de mi saga de películas favorita y unos hermosos ojos verdes me devuelven la mirada desde la pantalla. Sin dudarlo, descuelgo la llamada.

Bach, ¿estás en camino? ¿Puedes comprar leche antes de venir? Resulta que tu hermano se le ocurrió la magnífica idea de... —se detiene, notando mi respiración acelerada y el silencio —. ¿Pasa algo, llyg bach?

Ahora mismo no me siento como una fiera. Soy más bien, una presa que corre asustada del cazador. Odio sentirme así.

—Necesito que vengas. Mi padre está en la puerta y... —otra ronda de gritos y golpes a la puerta de entrada silencian mi voz —. Te necesito —termino susurrando.

Bajo la piel de HarperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora