Capítulo 27

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—¡Mierda! Que calor más asqueroso hay dentro de esta cosa —Dari se queja del vapor, en el instante que pone su bonito trasero en mi jeep.

—Parece un sauna —concuerda mi pirata, desde el asiento del copiloto a mi lado.

—¿Y qué esperaban, idiotas? En el maldito parqueo no hay ni una sombra —señalo lo obvio, alrededor de nosotros. El sol de la una de la tarde de la tarde golpeando el asfalto, dejándolo tan caliente que se podría hasta freír un huevo en el suelo —. No se hubieran demorado tanto comiendo, estuviera menos caliente.

—Princesa —Jayce asoma su cabeza por el espacio entre los asientos y me besa la mejilla —. Olvida a estos idiotas y conduce, que me estoy asando aquí atrás.

Arranco en auto y salgo del estacionamiento. La brisa producto del movimiento, entra por las ventanillas sacando el calor infernal del interior.

—Por cierto, ¿hay una razón por la cuál el Esmeraldo ha sido copiloto durante las cuatro horas que ha durado el viaje? —pregunta Dari.

—Yo soy el novio de la conductora. Este asiento es mi derecho —suelta el susodicho, petulante.

—Y nosotros somos sus hermanos, tenemos prioridad.

—¿Desde cuándo?

—Desde que los novios se botan, pero los hermanos no, duh —se une Jay a la discusión, sacándole la lengua a Emrralt.

Ellos siguen en esa tontería, mientas yo miro la larga carretera frente a mí. El paisaje irregular, es interrumpido por algunas formaciones rocosas en forma de meseta de forma intermitente. Los colores cálidos predominan, contrastando con el cielo azul.

Dentro de dos horas el paisaje cambiará y el color verde se hará presente, al igual que las montañas cubiertas parcialmente de vegetación.

La belleza de Arizona.

Mi casa está ubicada a las afueras de un pequeño pueblo cercano a la reserva apache, rodeada de vegetación. El vecino más cercano, está a dos kilómetros de distancia. Lo mejor para una antisocial como yo.

—¿Tú que crees, llyg bach? —la voz y la mirada de Emrralt sobre mí, consiguen sacarme de mis propios pensamientos —. ¿A quién prefieres, a ellos o a mí?

—No sé de que mierda hablan, ni quiero saberlo —eso ha sonado más fuerte y desagradable de lo que pretendía. A medida que nos acercamos a ese pueblo de mierda, mi humor se caldea cada vez más.

—Moco, no pagues tu mal humor con nosotros. Si cada vez que abres la boca vas a sonar así, mejor quédate calladita.

—Hermano... —Jay seguro va a decirle que le baje a la intensidad, pero lo interrumpo.

—Tienes razón, Dari. Perdónenme los tres. Yo no...

Bach, no hay nada que perdonar —un suave beso dejado en mi mejilla, alivia la presión en mi pecho.

—Bueno, probablemente deba contarles porque odio el estúpido pueblo.

—Somos todo oídos, princesa.

Y me pongo a contar la historia de mi vida.

—Declan y Elizabeth Collins (mis abuelos) tuvieron una hija, a la cual llamaron Odette —mi madre. De la cual solo recuerdo gritos y miedo.

—El parto se complicó y producto de las secuelas, mi abuela no pudo tener más hijos. De forma, que Odette se convirtió en la niña dorada y predilecta. Era una chica buena, de carácter suave y compasiva. Todos la amaban, hombres, mujeres, niños y animales.

Bajo la piel de HarperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora