XVII: Una fiesta de pijamas un poco descontrolada

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Camille

Vale. ¿Qué se suponía que debía ponerme para ir a una fiesta de pijamas?

Nunca había ido a una. No sabía ni porqué había aceptado. Sahar era demasiado convincente y no había podido decir que no. Ni siquiera sabía qué haríamos.

Jade, claramente no quiso saber nada del tema. Ni de mí tampoco. 

Spooky no era de mucha ayuda. Solo se dedicaba a arañar el sofá cuando estaba distraída. Jade ya me había amenazado con matarlo si seguía así. La tortuga solo hacía que dormir y dormir. ¿Debería despertarla para comer o...?

Suspiré cansada de rebuscar entre la ropa. No sabía ni cómo eran mis pijamas. Estando frustrada no conseguiría nada.

Cogí el móvil de la mesa con fastidio. Pensé en llamar a Paul, pero no pintaba nada y no quería que viera mi armario. A saber qué había por ahí tirado.

—Llama a Sahar.

—¿A quién quieres que llame? —preguntó

—Sahar.

Nada.

—SAHAR.

Nope.

—¡SAHAR!

—No hace falta que me grites, Cami.

Bien, empezando genial la conversación. Muy educada y buena haciendo amigos.

—Ah, hola.

—Hola —dijo claramente divertida

—¿Qué tengo que llevar? No sé cómo tiene que ser el pijama. Ni qué debería llevar a parte de eso.

—A ver, vamos a hacer videollamada y te ayudo. ¿Cuelgo y te llamo, bonita?

—Sí, gracias.

***

Si hubiera sabido que la casa estaba tan lejos, me hubiera planteado ir en metro. Casi no podía respirar. Había perdido la cuenta de cuánto tiempo había estado caminando.

Presioné el timbre. Oí como la puerta se abría. Un olor a chocolate se filtró hacia mi dirección. Estaban cocinando algo que olía de maravilla. Mis tripas rugieron pidiendo algo para comer. Con mi antebrazo presioné para intentar tapar los sonidos. Qué vergüenza.

—¡Camille! Pasa.

Entré con la bolsa pegada a mi costado. La tenía retenida con tanta fuerza que al final se iba a romper. Temía por el estado de lo de dentro.

Sahar me guio con la mano en mi espalda. Resulta que habían puesto colchones en el suelo como si estuviéramos en una acampada. Estaban en forma circular, según me habían dicho.

Dejé la bolsa en la encimera más cercana y me senté en el primer colchón. Era bastante cómodo. Cogí un cojín que habían tirado por ahí y lo abracé.

—Estamos cocinando un bizcocho de chocolate con las instrucciones de la madre de Julie —me dijo una voz femenina a mi lado—. Soy Océane, por cierto.

—Encantada.

Las demás se sentaron esparcidas por los otros colchones. Suponía que había uno para cada una. Nadie se había sentado conmigo. Todas las voces sonaban de sitios diferentes.

—Entonces empecemos. ¿Verdad o reto, Colette?

Iban diciendo los nombres para que yo me situara un poco. Este juego podría ser problemático si era como los de la fiesta. No quería acabar borracha y enviando mensajes a Bruno. O a Paul. O a cualquier otro. No quería acabar con la poca dignidad que tenía.

NeblinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora