XXXIII: Que empiece la obra

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Camille

Los primos de Paul, de los que no recordaba los nombres, me arrastraron hasta lo que debía ser el jardín trasero. Con su ayuda subí a una plataforma que estaba en un árbol. ¡Una casa del árbol!

—Vale, ¿qué queréis hacer?

—¿Nos podrías pintar las uñas?

Eso me sorprendió bastante. Me esperaba un interrogatorio o algo por el estilo.

—¿Tenéis pintauñas?

Me tendieron una bolsa. Dentro sonaba el cristal repicando contra los otros. Debía haber como 20 distintos ahí dentro.

—Tendréis que darme el color que queréis.

Todos pusieron la mano en la bolsa. Y empezaron a pelear por los colores. Según su lógica, dos chicos no podían llevar el mismo color. Llegaron a un acuerdo y el más pequeño me tendió el primer pintauñas.

—Ro-o.

—Rojo —le corrigió el mayor

Destapé con cuidado el esmalte. Me tendió su mano y pasé mi dedo por su uña. Cuando tuve claro por dónde debía pintar, empecé. El niño era tan inquieto que era difícil pintar sin salir de la uña.

Repasé con una capa más para que se extendiera bien.

—Bien, ahora tienes que estar quieto un rato hasta que se seque.

Repetí el proceso con cada niño. Cada vez era más fácil. Los mayores no se movían en absoluto. No tardé ni diez minutos en terminar.

—¿Algo más que os haga ilusión hacer?

—Jugar en el jardín.

Bajamos con cuidado por esas escaleritas de madera. No eran muy estables, sobre todo por el hecho de que yo era una adulta. Pesaba un poco más.

Lo de ser adulta no lo tengo tan claro.

¡Oye!

-Vamos a jugar al fútbol.

—Chicos... —intenté explicarles que no iba a ser posible

—Ya lo sé. Le he puesto un cascabel a la pelota para que la puedas oír.

Mi corazón se contrajo. Habían pensado cómo adaptar el juego para que todos pudiéramos jugar. Aunque para mí iba a ser muy difícil de todas formas.

Chuté con todas mis fuerzas la pelota. El primito pequeño gritaba para situar la portería. No entró y todos salieron corriendo hacia otra dirección. Me paré con las manos en ambos costados intentando recuperar el aliento.

Me agaché un momento para atarme el zapato. Justo en ese momento noté como una cosa me rozaba la parte de detrás de la cabeza. Uf. Casi me volaban la cabeza con la pelotita.

Me levanté sobresaltada y empecé a correr en dirección a la pelota. No llegué muy lejos porque el mayor de los primos me tiró al suelo.

—¡Eh! Eso es falta amarilla por lo menos.

—¿De qué hablas? No ha pasado nada, ¿verdad, chicos?

—No —respondieron los compinches

Me crucé de brazos y me levanté de un salto.

—Si vamos a jugar así, voy a reunirme con mi compañero.

Hice una seña con las manos. Lo que se suponía que era un tiempo muerto. El niño se acercó corriendo.

—Vale. Súbete en mi espalda y dime hacia donde correr. Cuando estemos cerca de la pelota bajas y te toca jugar con toda tu fuerza. Yo voy a distraer a los otros. No mires atrás, soldado.

NeblinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora