XXVI: La venganza de Jade

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Paul

Llegamos a su casa rápidamente para que tuviera tiempo de cambiarse. Aunque tampoco iba nada mal con la ropa manchada. Pero cuando se lo había comentado, me había hecho callar. Había intentado decirle lo de la libertad de expresión, pero tampoco había surgido efecto.

Entramos en su casa y ella desapareció en la habitación. Un minuto más tarde fue directa al baño. Intentaba hacer tantas cosas a la vez que no le salía ninguna. Temí por el peine cuando se le cayó por tercera vez. Aunque al final era falsa alarma, un suspiro exasperado y a seguir.

Aún quedaba bastante tiempo para que empezaran las clases pero era bastante divertido ver como iba de un lado para otro nerviosa.

Mientras tanto me paseé por la estancia. Eran espacios abiertos con grandes entradas de luz. Era entre rústico y moderno. Bien combinado y con toques de color puntuales; frutas, televisión, planta... Pero nada más. Todo era muy blanco, menos el gato.

Spooky se paseaba por la habitación tumbando libros y vasos que había en la mesita. Estaba casi seguro de que lo hacía a propósito. Sin ningún signo de arrepentimiento. Al verme, vino hacia mí feliz. Fruncí el ceño por el rastro que dejaba al caminar.

—¿Cams?

—Dime.

—¿Se supone que tu gato es negro?

Escuché un grito ahogado y la puerta del baño se abrió de par en par. Salió con una toalla y el pelo mojado. Su ropa era una combinación entre pijama y la de cada día. Vino directa hacia mí. La verdad es que me intimidaba bastante...

—¿Qué le pasa a mi gato?

—Digamos que ahora brilla. Bastante.

—¿Cómo que brilla? Se más específico.

—Está lleno de purpurina rosa.

¿Miau?

—¡Agh! ¡Jade! —gritó furiosa

Atrapé al gato y se lo tendí a Camille. Ella lo agarró con cuidado como si fuera un compuesto radiactivo. Fue de nuevo al baño sosteniéndolo. Se estaba retorciendo y maullando como si hubiera llegado el momento del sacrificio.

¡Miauuuuuuu!

Maulló en forma de aviso. No le estaba gustando por dónde iban los tiros.

La seguí porque presentía que esto no iba a acabar bien. A los gatos no les gustaba bañarse, en teoría. Nunca había tenido uno, pero había visto demasiados videos en YouTube como para saber la reacción al agua.

—Ay, Dios, Spooky. ¿Cómo te vamos a quitar todo esto? Te dije que si Jade intentaba algo la arañaras. Sin piedad.

Esa no era una frase muy típica de Daniel LaRusso. Parecería un recluta de Cobra Kai, más bien. Sonreí al recordar su mote. Lo había olvidado por completo.

El gato la miró con cara de pena y escondió su cola entre las patas.

Ella lo agarró y se pusieron los dos en la ducha pequeña. Encendió el agua y cuando la primera gota tocó al gato se volvió un demonio. No paraba de retorcerse, intentar arañar y maullar desesperadamente.

—Estate quieto, gato. Será peor.

No hizo ni caso a mi comentario, ni a mi presencia. Entonces me acordé de algo.

—Spooky, si quieres nos bañamos juntos. Como te prometí, ¿de acuerdo? Pero nada de arañazos, que nos conocemos.

El gato dejó de moverse. Camille se giró hacia mí y apagó el agua. Estaba boquiabierta mientras se giraba hacia el gato —que ahora se portaba como un angelito— y hacia mí, que estaba rojo de vergüenza.

NeblinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora