VIII: Hacer lo correcto es una mierda

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Paul

Ya volvía a ser lunes, lo que indicaba una cosa. Universidad. Y tener una excusa para ver a Camille. ¡Bien! A eso sí que se le podía llamar empezar el día con alegría.

Me levanté y miré el despertador. Aún no había sonado. Quedaban dos minutos. Agh... Como odiaba eso... Podría estar durmiendo dos minutos más... Me obligué a levantarme.

Fui hacia el baño y me preparé como siempre. Al acabar fui hacia la habitación de mi abuelo y llamé a la puerta antes de entrar. Lo encontré despierto en su cama, con los brazos cruzados. Me miró enfadado.

—¿Qué te pasa, abuelo?

—Parezco un inútil esperándote para levantarme. No necesito tu ayuda.

—Entonces levántate solo y me lo creeré.

Lentamente se puso de pie pero las rodillas le fallaron en el último momento, como yo sabía que pasaría. Lo sujeté por debajo del brazo derecho mientras lo sentaba en la cama otra vez.

—¿Ya estás satisfecho? —dije con una sonrisa. Cuando la vio frunció el ceño.

—Tan arrogante como de costumbre —murmuró con un tono divertido

—Me lo dicen mucho —me encogí de hombros sin darle importancia—. Espera aquí, ahora hago el desayuno.

Fui hacia la cocina y le preparé unos cereales integrales. A él le gustaban, a mí me parecían repugnantes. Se los di y mientras él se los comía en silencio, sonó la puerta de casa.

Marie.

Por suerte hoy llegaba temprano. No podía dejar a mi abuelo solo. Abrí y la vi empapada, no llevaba ningún paraguas. Por la ventana vi que estaba lloviendo. Ni siquiera me había fijado antes.

—Puedes darte una ducha si quieres.

—No, da igual.

Me puse unos tejanos marrones con un jersey escarlata. Agarré mi paraguas de color marfil y solo me faltó la maleta con el portátil.

Me despedí de Marie y salí a la calle.

Fui hacia el cruce donde siempre encontraba a Camille. Efectivamente estaba ahí, sin paraguas y con el pelo húmedo por la tormenta. Giró la cabeza hacia mi dirección. Saqué mi teléfono para saludarla.

—Hola.

—Hola, Bruno —dijo con una sonrisa

Me fijé en su ropa y hoy no iba nada mal. Pero detuve mis ojos en la chaqueta que llevaba. La que le di el día de la fiesta. Y ahora estando sobrio, podía apreciar lo grande y bonita que le quedaba.

Por el camino me habló de lo que había pasado en la fiesta, sin saber que yo no le había quitado la vista de encima.

—Y entonces me tocó ir con el zoquete de Paul en el armario.

Esa parte ya me interesaba más.

—¿Qué tan desagradable fue esta vez?

—Pues fue bastante amable pero lo sigo odiando. Con unas palabras azucaradas y haciéndose mi amigo en ese momento, no va a cambiar nada. Es un idiota.

Al menos no comento nada de lo que le dije sobre Élise. Seguimos caminando y hablando de lo que se nos pasaba por la cabeza. Hasta que me hizo una pregunta un poco rara.

—Bruno...

—Dime Cami.

—¿Me dejarías tocar tu cara para ver más o menos cómo eres físicamente? —me quedé un poco pasmado y se apresuró a hablar de nuevo— Es decir, no es que nada vaya a cambiar pero solo... tengo curiosidad... Pero si te parece muy raro no hace falta...

NeblinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora