XII: Todos deberíamos tener derecho a llorar

110 11 0
                                    

Paul

¿Era impresión mía o Camille había estado agradable conmigo?

Habíamos estado a gusto hasta que llegó Rémy. Su actitud me molestó pero pude abrazar a Camille. Pensaba que me odiaría por decir que era mi novia. Que me odiaría aún más. Pero me sorprendió cuando ella pasó su brazo por mi espalda para seguirme el juego.

Antes de llegar al trabajo, me paré en una tienda de móviles para comprarme un número de teléfono nuevo. Así podría hablar como Paul a Camille, no fingiría que era Bruno. Además me libraría de algunos contactos como Lauren, Antoine y demás.

Me la vendieron y la puse en mi móvil antes de salir de nuevo a la calle. Mientras caminaba configuré mi teléfono para que tuviera los contactos específicos que quería conservar.

Cuando al fin tenía todo como antes, cerré el móvil y caminé un poco más hasta llegar a la hamburguesería.

***

Ya era por la tarde y aunque no tenía universidad, hablé con Camille para avanzar el proyecto. No íbamos mal de tiempo pero no podíamos despistarnos. Así que mientras me comía los macarrones pulsé el botón de videollamada.

Respondió tres tonos más tarde, pero en su pantalla solo se veía una oreja. Se me había olvidado decirle que estábamos en videollamada. Era ridículamente adorable.

—Sé que tu oreja es preciosa pero esto es una videollamada —dije aguantando la risa para que no se enfadara conmigo

—Ah...

Puso el móvil en su escritorio y pude ver que estaba un poco sonrojada. Aunque en la pantalla seguía sin verse completa. Solo se veía la mitad de su cuerpo.

—Te veo a la mitad, tira el móvil un poco hacia la derecha.

Al hacerlo, por fin pude verla toda. No me resistí y le hice una captura. Esperaba que no se diera cuenta. Pero es que era digna de enmarcar de lo preciosa que era. Con ese moño descuidado y el ceño fruncido que me volvía loco...

Sacó los papeles y abrió el ordenador mientras yo hacía lo mismo. Me quedaría bizco si seguía intentando mirarla de reojo todo el rato. Pero es que cada vez que la miraba, veía una cosa nueva que no había visto antes. Un peca, un hoyuelo, un nuevo color escondido entre los matices grises de sus ojos...

Los alrededores de los labios estaban machados de salsa de tomate. Estaba muy tierna pero al avisarla, se lo quitó de inmediato y conseguí otra captura de ella sonriendo.

Nos conectamos a un documento compartido que ya constaba de unas 70 páginas y nos faltaba más de la mitad. Ella se puso a redactar unos casos especiales que teníamos que tener en cuenta mientras yo revisaba la ortografía y la información.

Estuvimos un rato trabajando sin parar. Ella se levantó para ir a merendar, según me había dicho. Su gato aprovechó el momento y se pasó por la cámara. Me miró con curiosidad mientras se frotaba. Todo lo que veía ahora en la pantalla era el pelo negro del animalito.

Al final hizo caer el móvil de cara a la mesa.

Se oyó un grito ahogado y unos pasos rápidos hacia el móvil.

—¡Spooky! ¡¿Es que no te puedo dejar solo dos minutos?! ¿Qué has tirado?

Oía los pasos por la habitación mientras removía varias cosas.

—Ha dejado caer el móvil —le informé para que no se volviera loca

Los pasos pararon un segundo para venir directamente hacia donde estaba.

NeblinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora