IV. El amigo, la rosa y el bufón

130 15 25
                                    

Había sido una eternidad. Sabía que el paso del tiempo no perdonaba, no importaba si era humano, animal o planta. Todo terminaba sucumbiendo, todo tenía fin de alguna manera. Si no era de una, era de otra. Nada duraba para siempre, ni siquiera el propio mundo. El amor, la amistad, los gustos, las personas, las vidas... La existencia misma del todo era efímera, por lo que cada cosa cambiaba en algún momento, no había casos en los que algo como aquello hubiera durado hasta el fin. Los noviazgos y los matrimonios se rompían algún día, las amistades se terminaban con el paso de los años, los individuos cambiaban su forma de ser y pensar según los factores del entorno... A la gente no le agradaba pensarlo. Las personas preferían creer y mantener la esperanza incluso si sabían que era inevitable. La mente humana funcionaba así, era un arma de doble filo. Una mente avanzada de poderosa inteligencia, pero de resistencia frágil que dependía de la propia sociedad para mantenerse sana. Eiji era consciente de todo eso, y lo aceptaba, él no era alguien influenciable. Y aun así, su naturaleza humana le creaba rechazo a esa realidad, por mucho que la considerara cierta. Él mismo había sufrido de aquello; la experiencia de un matrimonio roto y una amistad en declive, a riesgo de ser exterminada. Si le hubieran dado a escoger en su momento, jamás se habría movido de su lugar y hubiera pedido el deseo de que sus padres nunca se separaran. No había que confundir las cosas, él amaba a su hermana pequeña sin importar si era hija de su tío, y no la abandonaría por nada, pero si hubiera sido de otra manera... Tal vez, solo tal vez, tendría a sus padres felices y juntos, y a su mejor amigo de la infancia a su lado. En cambio... lo que tenía era unos padres separados que, a pesar de llevarse bien, tenían ciertas rencillas, y un ex mejor amigo a punto de darle la patada definitiva que lo echaría para siempre. De todas formas, de nada servía lamentarse por cosas que él no pudo controlar. Lo único que podía hacer era arreglar los problemas de su actualidad, los que estaban a su alcance. Y Daiki era uno de ellos ahora. Bajaba con rapidez las escaleras que conectaban la azotea con el tercer piso, todavía asimilando lo que acababa de ocurrir y a quién acababa de ver. Él ya había aceptado hacía unos pocos años que no volvería a tenerlo delante, por lo que fue un impacto bastante grande para su memoria y emociones. Lo último que recordaba de él era su tamaño igual al propio, su cara redonda, cabello corto y negro azulado en su totalidad, su inconfundible marca en la frente, sus enormes ojos verdes que sabían demostrar muy bien lo pillo y travieso que era, con un cuerpecillo igual de pequeño y plano. Y ahora, seis años más tarde, lo que acababa de atravesar sus pupilas no se asemejaba a ese recuerdo, solo un par de colores y las pestañas de sus ojos era lo único que había permanecido intacto en el tiempo. Todo lo demás era... diferente. Apenas le había dado tiempo a analizarlo por completo debido a la sorpresa y a lo rápido que se había ido, por lo que no pudo fijarse en nada realmente. En su memoria se habían activado y despertado tantos recuerdos, tantos momentos que olvidó y que mantuvo plasmados en fotografías. Ahora ya no solo estaban en aquel papel brillante, metidos en un álbum. Recuperó muchos de ellos con tan solo un rápido vistazo en vivo a aquellos ojos esmeralda. Quería más. Necesitaba más. No podía dejarlo así, desistir de volver a experimentar en su carrete mental lo que creyó oxidado. Quizás, la vida les estaba dando una nueva oportunidad para regresar juntos, para retomar esa amistad que ninguno quiso abandonar. Si era así, entonces no dudaría en intentarlo.

-¡Espera! -Eiji no tuvo demasiados problemas para alcanzarlo en el pasillo. No obstante, su desesperación por hacer que se detuviera fue mayor que su sentido común. Daiki ni siquiera estuvo corriendo o intentando huir, en un principio. No se cercioró del momento repentino en el que le atrapó la muñeca desde atrás, obligándolo a parar y a girarse por el tirón en el brazo. El rostro del más bajo era asustadizo a causa del fuerte agarre que, de hecho, le había ocasionado un leve daño en el hombro. El más mayor no se dio cuenta de su acto hasta que tuvo aquellas esmeraldas clavándose en sus propios ojos, mirándole con un deje de temor, confusión y decepción. No era para menos, Eiji era un chico grande, fuerte y con una apariencia poco común entre los estudiantes japoneses. Intimidaba y generaba cierto miedo por su tamaño. Arrepentido por su comportamiento, soltó al otro, quien sin pensarlo dos veces retiró la mano con rapidez, como si le hubiera estado quemando el simple contacto. Se masajeó la muñeca y apartó la mirada hacia la misma. Le había dejado marca. Había tatuado con fuerza bruta sus cinco dedos sobre su piel, ahora roja. -L-lo siento... -Eiji no podía hacer más que disculparse de corazón por ello, nunca tuvo intenciones de amedrentarlo o dañarlo. -¿Te duele?... -su naturaleza amable no le permitía pasarlo por alto o ignorar su responsabilidad, por lo que trató de acercarse un paso para ofrecer su ayuda. Sin embargo, el otro chico retrocedió la misma distancia. Bien... Entendía que no lo quería más cerca que eso y no era precisamente agradable viniendo de alguien a quien añoró tanto.

Kimetsu no Yaiba: Next GenerationDonde viven las historias. Descúbrelo ahora