V. Quiénes somos

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No sirvió. Hizo un amigo nuevo que era muy agradable, molestó con gusto a aquel papanatas de pelo naranja, subiendo su nivel anímico y mejorando su humor. Creyó que con eso bastaría, que podía continuar su mañana escolar con la normalidad a la que estaba acostumbrado. Se equivocó. Nada más entrar Shinazugawa Sanemi, su profesor de matemáticas, el mundo se le vino abajo una vez más al recordar. El aula se tornó tan oscura a sus ojos, tan vacía y fría que no fue capaz de escuchar nada más que su propia voz interna, una voz que no dejaba de repetir una y otra vez en constante bucle por qué le habló así a su ex mejor amigo, por qué no aceptó que el otro llevaba la razón, por qué demonios tenía que ser tan orgulloso y rencoroso. Era la voz del sentido común, esa a la que cerró la boca cuando estalló contra el otro chico, y que ahora pagaba las consecuencias por no haber querido dar el brazo a torcer. Él solito se había hecho daño tratando mal al más mayor, desperdiciando la última oportunidad que tuvo para recuperarlo. Idiota. Jodidamente idiota, se autoproclamaba.

Dos horas. Dos horas de una agonía incesante que le ponía las manos en el cuello y apretaba sin descanso, ahogándolo en una miserable situación que él mismo provocó. Normalmente la soledad le hacía sentir la oscuridad de la depresión, le robaba la alegría y los deseos en cualquier ámbito, le arrancaba del pecho las ganas de esforzarse. Pero esto... Fue la gota que había derramado el vaso. Mil veces peor, no sabía cómo describir un dolor tan intenso, tan desesperante. Podía llegar a jurar que un disparo hacía sufrir menos. Por primera vez en su vida sintió que ya no podía avanzar, que había tocado el fondo del pozo, y no tenía ganas ni fuerzas para salir. Se sentía muerto. La única meta que tuvo en su vida fue recuperar a su amigo, incluso si resultaba imposible, y había tirado todo a la basura por los malditos celos y su asquerosa prepotencia. Fue una eternidad hasta que escuchó la campana de salida.

Era el primer día, por lo que todo el mundo se iría a casa en lugar de quedarse en los clubes escogidos. No tenía ganas de levantarse. Se quedó inmóvil, observando la madera de su mesa como si pudiera contar cada átomo que la componía. Esperó hasta un rato después de no percibir ni una sola voz, ni un solo ruido. No se levantó hasta asegurarse de que el recinto se quedaba vacío, probablemente con la única presencia de algún profesor y el conserje rondando por las aulas. Tomó su mochila y emprendió su lento camino hasta el exterior, con el corazón más pesado que su cuerpo. Jamás había pasado por algo así. No prestaba atención, nada la merecía. Ni siquiera al grupo de muchachos que esperaban fuera de la puerta.

-Tú.

Lo llamó alguno de ellos cuando estuvo al lado. Se detuvo y observó, detenidamente y con una nueva y creciente ira, quién era el desgraciado que osaba molestarlo ahora. Eran cuatro imbéciles a sus ojos, todos ellos con caras de ser lo peor de la sociedad humana. Reconoció a dos, el idiota del baño que estuvo golpeando a Himejima y al de cabello verdoso, el cual imaginaba que era el hermano mayor de su compañera. Fue este último quien captó su atención.

-¿Qué mierda quieres? -gruñó con poco interés en perder el tiempo, debía ir a recoger a Yoko a su escuela.

-¿Es cierto que amenazaste a este? -señaló al joven con pelo negro.

-¿Y qué si lo he hecho?

-Vaya... -el chico agachó la cabeza por un momento y la levantó con una risotada. Miró de reojo a los otros tres. -No sabe cómo funciona este lugar. -su atención se centró de nuevo en el de primer curso. -En esta escuela solo los incompetentes van en solitario, los demás tenemos grupos. Y meterte con uno es meterte con el grupo entero, ¿entiendes? Pero como no lo sabías, te perdono por esta vez.

-¿El qué me vas a perdonar? -su ceño se frunció más. -¿Me vas a perdonar que tu perro faldero no sepa ser un matón en condiciones?

-¿A quién llamas perr-?

Kimetsu no Yaiba: Next GenerationDonde viven las historias. Descúbrelo ahora