XXIII. Cuestión de confianza

48 5 19
                                    

El tiempo se detuvo. Todo se puso en pausa. La película no avanzaba, los ruidos de algunos espectadores se silenciaron. Eso era lo que percibían. Daiki no pudo mantener la conciencia a flote. Aquel inesperado acto cortocircuitó todas sus conexiones cerebrales. Lo inundaba el calor, el sofoco. Notaba su corazón latir con fuerza y velocidad mientras los cosquilleos internos recorrían su cuerpo y se acumulaban en su entrepierna. Placentero; era la palabra. Pero incómodo, y no poco. No sabía qué hacer, qué decir, dónde meterse para evitar confrontar el hecho de que había soltado un sonido sugerente que sólo Ken pudo oír. Y este no salía de su confusión.

Oír aquello fue impactante. Sus intenciones fueron otras muy distintas. Su amigo más joven ya había demostrado molestia alterada antes, cuando le babeó los dedos al tomar su último trozo de pastel. Imaginó que se molestaría más si lo repetía en su oreja, que se asquearía un poco por dejarle los cartílagos húmedos, pero... No fue así. Jamás se le pasó por la cabeza aquella reacción en concreto después de haber confirmado que le daba repelús. A pesar de la leve oscuridad, la luz de la pantalla iluminaba lo suficiente. Veía un profundo color rojo bañar la nuca del otro, quien miraba al lado contrario para evitarle, encogido. También percibía su calor corporal, más potente. Era evidente lo que había provocado en él. En su opinión, habría estado muy bien si hubiera sucedido en medio de uno de sus flirteos, pero no ahora... Era embarazoso, tanto que adquirió un rubor en sus pómulos por lo avergonzado que estaba frente a la situación. No sabía cómo afrontarla tampoco, así que decidió intentar continuar con la película.

El resto del filme fue en un total silencio y poniendo entre ellos la mayor distancia posible. Ni una sola mirada surgió. Las luces se encendieron y ellos se levantaron. El pelirrojo observaba a su amigo, pero este ni siquiera se daba la vuelta para nada. Solo le daba la espalda. Decidió ir detrás de él para salir de allí. Sin embargo, no le interesaba aquel mal ambiente. En cuanto estuvieron fuera, en la entrada del cine, lo forzó a detenerse agarrando su camisa.

-Perdón por eso. Mi intención era molestar. -no recibió respuesta. -No buscaba excitarte.

-No me he excitado... -murmuró sin moverse.

Ken no respondió. Era obvio que mentía, un sonido así no podía confundirse con nada más. Soltó despacio la camisa morada.

-Lo malinterpreté entonces. Te quería molestar, pero no tanto como para enfadarte así. -decidió fingir creerle. Hacer confesar a Daiki si fue excitación o no les llevaría a terreno pantanoso. Prefería la paz.

Más silencio, pero al menos, el chico no estaba huyendo.

-No lo hagas de nuevo. -su voz recuperó volumen. No estaba enfadado, aunque hacer creer al más alto que sí era su mejor baza. Estaba convencido de que, a pesar de aquel placer físico y la excitación, sintió una incomodidad enorme y una tensión desagradable. No era difícil darse cuenta de que aquellas sensaciones negativas eran por falta de relación y cercanía, y porque fueron unilaterales esta vez. No fue un coqueteo mutuo, ahí residía el problema. De toda formas, no tenía caso darle vueltas. El pelirrojo se disculpó por su error. Suspiró y se dio la vuelta, mostrándose visiblemente afectado.

-No pongas esa cara, vas a hacer que me sienta mal de verdad. -culpable sí, pero no mal. -Te compenso con lo que quieras, pero quita esos ojos de cordero triste.

-¿Con lo que quiera?

-Lo que quieras.

Y ahí estaba su oportunidad de volver a la tienda que tanto dolor de cabeza le dio al no poder llevarse nada. Y salió de allí abrazando su nuevo peluche grande de Spyro el dragón. Aunque hubo más cosas que también quiso no las pidió por respeto y porque estaban a punto de cerrar. Según la hora, ya debía de estar oscureciendo el atardecer. Y no se equivocó. Al salir pudo ver el cielo anaranjado e intenso entre los rascacielos.

Kimetsu no Yaiba: Next GenerationDonde viven las historias. Descúbrelo ahora