VII. Un secreto no tan secreto.

132 14 18
                                    

-¡No, Daiki! ¡Espera, no lo hag-...!

-¡Muereeee!

Fin de la partida.

Eiji dejó que su espalda chocara contra el respaldo del sofá, derrotado por su amigo, quien reía de manera escandalosa y celebraba su victoria junto a su hermana. Su falsa mirada muerta observaba el techo, su mueca le preguntaba al aire cuál era el origen de la vida y por qué la suya era perder un juego de manera tan humillante.

-¡Nii-chan es el mejor! -canturreó la niña, alzando los brazos.

-Es que no hay nada que pueda derrotar el poder de un Kirby.

-Dios... -Eiji se acomodó de nuevo, sentándose como debía y recuperando la cordura que por un momento había abandonado su ser. -Eres bueno, muy bueno. ¿Cómo lo haces?

-Juego casi todos los días desde hace años, estás frente a un campeón. -se golpeó suavemente el pecho, manteniendo su espalda recta en una pose autosuficiente y soberbia.

-¡Me toca, es mi turno! ¡Quiero derrotar a Eiji-chan! -Yoko le pidió a gestos el mando de la switch a su hermano. Este rio un poco y se lo ofreció. Ella quería un duelo contra el más mayor y no iba a permitirse desaprovechar la oportunidad. -¡Y después los tres! -tras decirlo, empezó la selección de personaje en la que Eiji ya estaba planeando dejarse vencer al ser ella una niña pequeña, confiando en que su edad haría justicia a su habilidad jugando.

Daiki aprovechó ese momento para levantarse y acercarse al mueble de la TV. Abrió el cajón de abajo y sacó otro mando, diferente a los originales de dicha consola y de diseño más común para tenerlo preparado una vez que terminaran. Caminó hacia la ventana y observó la nueva oscuridad que se cernía sobre el dorado cielo. Los destellos rojos y rosas centelleaban en el horizonte de aquel lejano y alto paisaje. Sus padres debían de estar a punto de regresar... Algo en su pecho se removió, incómodo, quizás doloroso. No deseaba que vinieran aún... Significaba que Eiji se marcharía a casa y... le costaba dejarlo ir justo cuando acababa de encontrarlo. Presionó los labios y la mandíbula, resistiendo el peso en la tráquea que le ahogaba, síntoma de las ganas de llorar. Respiró en profundidad y se dijo a sí mismo que era una tontería, que todo estaría bien, que podía volver a verle. Compartían escuela, por lo que era improbable no cruzarse con él. Además... podía invitarle de nuevo, cada día. Escuchó los pitidos de la secadora, justo a tiempo para poder planchar. Se dirigió al cuarto de la limpieza, apagó el electrodoméstico y abrió la puerta. Tomó un cesto vacío y metió los uniformes junto con su ropa interior y... Sacó del tambor del aparato unos boxers. Se quedó mirándolos dos segundos hasta que reconoció que eran los que Eiji llevó. Sin poder controlarlo, la situación en su cuarto se recreó en su cabeza y su rostro adquirió un color intenso. Maldición... Llevaba tanto tiempo solo y sin afecto ajeno que se emocionó en exceso, y sus hormonas adolescentes terminaron de rematarle el sentido común. No era que Eiji no le pareciera atractivo, pero... ¡Era su amigo! Daiki no sentía nada más fuerte que eso, la cercana amistad que siempre tuvieron. Antes se preguntaba por qué algunas personas intimaban con otras sin amor y por ocio, sobre todo jóvenes, y ahora que era él quien lo sufría entendía el por qué. No era fácil resistir la llamada de la reproducción en un cuerpo que se estaba desarrollando precisamente para eso. Intentaría no volver a caer en esa trampa de la naturaleza, no quería romper su amistad por complacer los caprichos indecentes de su cuerpo. Dejó la prenda con lo demás y sacó el cesto a la sala. Regresó al mismo cuarto pequeño para llevar la tabla y la plancha.

Durante la larga partida, Daiki se dedicó a eliminar todas las arrugas que pudo mientras veía el reñido duelo entre Yoko y Eiji. Al inicio, el más mayor planeó dejarse ganar, pensando que la niña tenía menos habilidad para jugar. Se equivocó de una manera estrepitosa. La pequeña lo estaba apalizando incluso si él lo intentaba con todas sus fuerzas, pero lograba resistir. Daiki miraba de vez en cuando la dura batalla, no pudiendo quitar la vista demasiado tiempo de la ropa que planchaba. Quemarla no entraba en sus planes, menos siendo uniformes nuevos. Había visto fotografías de sus padres en época escolar, en la misma secundaria. Con el paso de los años, habían cambiado el diseño de la ropa obligatoria, suponía que por el cambio de director y todo eso. No le daba mucha importancia tampoco. Su rutina siempre era la misma. Ir a la escuela, meterse en problemas, ser castigado o no si tenía suerte, entrar en un club extraescolar al que nunca se presentaba, recoger a Yoko, regresar a su hogar y convertirse en amo de casa mientras sus padres trabajaban hasta la noche. Era aburrido, agotador... Desde la mudanza todo había cambiado. No era como en el pueblo, que solo Tanjiro iba a la panadería al ser un local pequeño, ayudado por Hanako. Inosuke siempre había estado en casa, controlando las travesuras de los dos pequeños demonios que había tenido. Daiki, a pesar de su falta de amigos, gozaba de tiempo libre cuando regresaba de la secundaria y terminaba sus deberes. Jugaba en su portátil, dormía, jugaba con Yoko, practicaba cocina y defensa personal con Inosuke, jugaba con alguna de sus consolas, cocinaba la cena y volvía a jugar en el portátil hasta que el sueño le llamara. Los días eran repetitivos, pero divertidos. Ahora... solo iban a ser repetitivos. Sus padres debían estar ambos atendiendo el local nuevo, más grande, más similar a una cafetería que a una panadería. Y él, como último recurso, debía quedarse en casa, cuidar de su hermana pequeña, y realizar las tareas escolares y del hogar él solo. Era su primer día en aquella rutina y ya estaba agotado de ella, pero... Miró de nuevo la escena que tenía delante. Oh, ambos estaban poniendo todo su esfuerzo en aquella partida, Yoko estaba contenta, y Eiji... Sonrió sin darse cuenta. Eiji se veía tan diferente físicamente, pero tan igual a como lo recordaba, tan risueño, tan amable, tan responsable... Creyó que su nuevo estilo de vida terminaría con todos sus deseos de permanecer en la ciudad y le haría necesitar regresar al pacífico pueblo. Ya no era así. No mientras Eiji estuviera ahí. Él era su motivo para quedarse.

Kimetsu no Yaiba: Next GenerationDonde viven las historias. Descúbrelo ahora