Capítulo 1: Mi salvador.

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El aire frío se colaba entre los árboles, penetrando en los huesos de Xia. A pesar de ello, sentía cómo el sudor resbalaba por su frente, mientras su cuerpo yacía entumecido en el suelo. El rocío de la noche parecía congelarla, pero no era solo el clima lo que la hacía temblar. Cualquier movimiento le provocaba un dolor agudo en cada fibra de su ser.

Su cuello ardía, una molestia que se extendía por su piel y la dejaba palpitante. Su visión comenzaba a fallar, pero al pasar sus dedos por la zona del dolor y ver el líquido carmesí, supo que estaba desangrándose. Tirada en el suelo, a un lado de la solitaria carretera, justo en el límite peligroso del bosque, se había convertido en una presa fácil para cualquier depredador que quisiera acabar el trabajo.

Levantarse era un anhelo inalcanzable, y sabía que nadie la encontraría allí, en medio de la nada. El instinto de supervivencia, que todos los seres humanos supuestamente poseían, la había abandonado. En su lugar, se afianzaba una extraña sensación que le recomendaba dejarse llevar y sucumbir a un profundo sueño...

Sus párpados pesaban como si estuvieran cargados de plomo, y sus pestañas superiores se encontraban cada vez más cerca de las inferiores. Cuando parecía estar lista para ceder, alguien emergió de la oscuridad del bosque.

Atraído por el olor de la sangre, un lobo se acercó cautelosamente a la joven moribunda. Era evidente que había sido atacada recientemente, con su cuello desgarrado y los borbotones de sangre que brotaban de la herida. A pesar de todo, Xia aún conservaba cierta lucidez.

El aullido de su manada resonó en la distancia, y el lobo se detuvo en seco. Dio media vuelta y se adentró de nuevo en el bosque, ignorándola. Después de todo, era solo una humana. No debía involucrarse con estos seres. Su destino ya estaba escrito, esa joven moriría. Moriría sola en la oscuridad de la noche, moriría a manos de un depredador... y no volvería a oler ese bendito aroma.

Cuando quiso darse cuenta, estaba de nuevo junto a ella. Sin pensarlo demasiado, el lobo cargó con el cuerpo inconsciente de la chica en su espalda peluda. Apestaba a sangre, pero había un aroma dulce que inundaba sus sentidos, el mismo que había sentido desde el primer instante que la vio. Era dulce y llenaba sus pulmones de pureza, como si oliera una hierba medicinal.

El cuerpo de la joven aún estaba caliente, pero no sería así por mucho tiempo si no paraba de brotar sangre de su cuello. La herida debía ser sanada enseguida.

Avanzaron en silencio hacia el corazón del bosque, dejando atrás el resplandor de la carretera y sumergiéndose en la densidad de la vegetación. A medida que se adentraban, la oscuridad se volvía más profunda, pero la luna y las estrellas se alzaban en el firmamento, derramando su luz sobre el terreno de una manera casi mágica. Rayos plateados se filtraban entre las ramas de los árboles, creando un ambiente irreal y misterioso.

Finalmente, emergieron en un claro oculto, donde la naturaleza había esculpido un rincón secreto y virgen. Allí se encontraba la laguna, un lugar sagrado que había permanecido inexplorado por los seres humanos. El entorno exudaba una pureza y serenidad inigualables, alejado de cualquier forma de corrupción antinatural. El aire estaba impregnado de un aroma fresco y salvaje, mientras que los sonidos del bosque susurraban en armonía, creando una sinfonía natural. Era un remanso de belleza en medio de la naturaleza salvaje.

El césped oscuro se extendía a su alrededor, cubriendo el suelo con una alfombra exuberante y suave. Parecía vivir en un eterno crecimiento, sin restricciones ni límites. Cada brizna de hierba parecía vibrar con vida y energía, danzando al compás del viento nocturno.

Frente a ellos, se desplegaba la laguna en toda su majestuosidad. Sus aguas cristalinas revelaban su fondo arenoso y las piedras brillantes que se encontraban en su lecho. Reflejaba el brillo plateado de la luna y el cielo estrellado con una fidelidad sorprendente, creando un espejo líquido que parecía fusionar el cielo y la tierra. Era como si un portal a otro mundo se abriera en aquel lugar, transportando a quien se atreviera a sumergirse en su belleza a una dimensión de ensueño.

La superficie del agua permanecía inalterada, sin ninguna perturbación, como si estuviera imbuida de un poder invisible que la protegía de cualquier alteración humana. No había señales de contaminación ni rastro de la interferencia de la civilización moderna. La laguna era un refugio puro y prístino, donde la naturaleza se manifestaba en su forma más auténtica y mágica.

Xia se sintió irresistiblemente atraída por la laguna, como si su esencia estuviera en sintonía con aquel lugar místico. El resplandor de la luna sobre las aguas la llamaba, susurrándole secretos ancestrales y prometiéndole un refugio seguro en medio de la oscuridad del bosque.

Con cada paso que el lobo daba hacia la orilla, podía percibir la energía vibrante del lugar, envolviéndola en una sensación de paz y asombro. Al sumergirse en el agua fresca, experimentó una conexión profunda con la naturaleza que la rodeaba. Era como si los elementos se fusionaran con su ser, transformándola en una parte integral de aquel entorno encantado.

El agua estaba fría contra su piel empapada, pero no sintió el escalofrío que normalmente acompañaría a esa sensación. En cambio, un cálido resplandor parecía envolverla por detrás, proporcionándole una extraña sensación de protección y calma. El lobo observaba atentamente cada uno de sus movimientos, como si estuviera guiándola hacia algo importante.

Xia se encontraba paralizada por la mirada penetrante de aquel lobo imponente. Sus ojos, como dos gemas doradas resplandecientes, parecían tener la capacidad de leer su ser más profundo. Cada rasgo de su rostro era analizado minuciosamente por aquellos ojos intensos.

La joven experimentaba una mezcla de asombro y cautela. Aunque la situación parecía sacada de un cuento de hadas, no podía evitar sentir una conexión inexplicable con aquel majestuoso animal. A pesar de la confusión que le embargaba, no sentía miedo, sino más bien una extraña familiaridad que desafiaba cualquier lógica.

El lobo, con su mirada penetrante aún fija en ella, dio un paso hacia adelante, acercándose lentamente. Xia pudo ver los músculos poderosos bajo su pelaje oscuro y brillante, revelando la fuerza y la gracia que habitaban en su imponente figura.

El animal frente a ella era extremadamente grande, incluso para ser un lobo. Su tamaño superaba el de cualquier hombre que vivía en su pueblo, y estos no eran particularmente pequeños. Pero, aunque su tamaño imponía respeto, no emanaba hostilidad ni agresividad, sino una sabiduría ancestral y una presencia enigmática.

La joven se sentía atraída magnéticamente hacia aquel ser, como si estuviera siendo convocada a adentrarse en un reino desconocido y lleno de misterios. Aunque no comprendía del todo lo que estaba sucediendo, no podía negar la magia que envolvía aquel encuentro en el corazón del bosque.

El lobo, con movimientos lentos y controlados, levantó una de sus patas delanteras y se la lamió delicadamente, como si estuviera realizando un gesto de limpieza. Luego la miró, pero ella seguía fascinada por su majestuosidad e ignoraba sus indicaciones.

Cuando él repitió el movimiento una segunda vez, la joven observó aquel acto con asombro. ¿Acaso el lobo le estaba indicando que se lavara? La idea parecía absurda, pero el animal parecía comunicarse con ella de una manera inexplicable. Un sentimiento de confusión y asombro la embargó, preguntándose si estaba perdiendo la razón o si realmente existía una conexión entre ellos que trascendía los límites de la comprensión humana.

En ese momento, el lobo repitió el gesto de lamerse la pata una vez más, mirándola fijamente. Entonces, Xia finalmente comprendió el mensaje implícito en aquel acto repetitivo. Y aunque la idea de que un animal pudiera transmitirle mensajes parecía absurda, la intensidad de su mirada y los gestos repetitivos no dejaban lugar a dudas. Era como si aquel ser le estuviera indicando que se uniera a él en un rito de purificación, que se sumergiera en la laguna cristalina y dejara atrás todo lo que la afligía y perturbaba.

La joven se sintió abrumada por la mezcla de emociones que la embargaba. Por un lado, estaba la atracción y la curiosidad que la impulsaban a seguir adelante, a sumergirse en aquella experiencia única. Pero también había una voz interior que la instaba a la prudencia, a cuestionar la realidad de lo que estaba viviendo.

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