Capítulo 27: Náuseas.

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La noche envolvía el bosque con su manto oscuro, mientras Zien y Xia caminaban juntos, sus pasos entrelazados como un baile eterno. Dos décadas habían transcurrido desde que sus vidas se entrelazaron por primera vez, pero el paso del tiempo no había dejado huella en sus semblantes. Sus rostros resplandecían con una juventud eterna, mientras el amor que los unía seguía ardiendo con la misma intensidad que el día en que sus destinos se encontraron.

Era una noche especial, pues se trataba de ese día de la semana en el que acudían juntos a los límites del bosque. Lo que en el pasado solía ser una visita cargada de ansiedad y angustia, ahora se había convertido en una rutina sagrada, una forma de mantener a Xia viva y saludable. Después de todo, era la sangre que fluía por sus venas la que les permitía estar juntos de esta manera.

Los rayos de la luna se filtraban entre las ramas de los árboles, iluminando el sendero que conocían tan bien. Zien y Xia caminaban en silencio, con sus manos entrelazadas. Mientras avanzaban, el olor fresco y terroso del bosque los envolvía.

Finalmente, llegaron a la colina que llevaba a vieja mansión al borde del bosque. Sus muros de piedra cubiertos de enredaderas, y sus altas rejas negras eran testigos silenciosos de los años que habían pasado juntos.

—Nos veremos en la mañana—advirtió Zien con ternura, mirando a Xia con ojos llenos de devoción.

Ella asintió con una sonrisa suave, y le dio un pequeño beso de despedida. Habían hecho este ritual por vente años, pero aún le daba un gusto amargo en la boca verla alejarse.

Zien esperó pacientemente recostado en el suelo a las afueras de la mansión, durante toda la noche, anhelando el regreso de Xia. Cada minuto que pasaba sin ella a su lado se sentía como una eternidad, pero finalmente, con los primeros rayos del sol asomándose en el horizonte, la vio acercarse. Radiante y hermosa, aunque impregnada del olor distintivo del conde rojo al que había acudido en la mansión.

La alegría se reflejó en los ojos de Zien al verla, pero algo más captó su atención de inmediato. Había una presencia familiar, una figura oscura que los observaba desde una de las ventanas de la mansión. Era el conde, el dueño de aquel lugar, contemplándolos con ojos penetrantes y un semblante serio. Un instinto primario se apoderó del lobo en ese momento, y sin pensarlo, besó a Xia con pasión y fervor, como si aquel gesto pudiera marcarla como su posesión exclusiva.

Los deseos de posesividad dentro de él se intensificaban cuando se trataba del conde rojo, un ser cuyos poderes oscuros habían dejado huella en el cuerpo y la sangre de Xia. Pero a pesar de todo, Zien se deleitaba en marcarla con su propio amor y pasión. Sabía que el conde podía obligarla a recibir su sangre, a someterla a pasar una noche a la semana en su propiedad, pero Zien tenía algo que él nunca podría poseer: tenía el corazón de Xia, un corazón que le pertenecía por completo y que nunca entregaría. En ese beso, Zien afirmaba su posición como el protector de su alma.

Mientras se separaban, los ojos de Zien se encontraron con los del conde Hawke a través de la ventana. Había un desafío en su mirada, una promesa de que la batalla por el corazón de Xia estaba lejos de terminar. Pero Zien no retrocedió, no mostró temor. Él estaba dispuesto a luchar y protegerla de cualquier amenaza que se interpusiera en su camino.

Emprendieron el regreso a casa mientras el bosque se envolvía en una tranquila serenidad. Los árboles se alzaban majestuosos, sus ramas extendidas como abrazos protectores. A medida que caminaban, los sonidos del bosque llenaban el aire. El suave murmullo del viento acariciando las hojas, el canto melódico de los pájaros que buscaban alimento y el suave crujir de las ramas bajo sus pies se mezclaban en una sinfonía natural. El aroma de la tierra húmeda impregnaba el aire, mezclado con la fragancia dulce de las flores silvestres que adornaban el camino.

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