Capítulo 30: Linaje parte 2.

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—Supongo que si dos manadas de nuestro clan pretenden defender la vida de esta humana y su bebé, no queda más remedio que pensar en su... pedido —la idea de disfrazar este levantamiento como una petición, aunque no lo fuera realmente, le pareció una estrategia perfecta para mantener cierto control temporalmente.

—No es una petición —advirtió Zien contundente. Sus palabras eran frías y duras.

—Ese rojo creciendo en ella, algún día nos destruirá a todos. Los dioses se lo han dejado ver a nuestra gran Chamana —agregó Cassius, ya que incluso Grand Obaba parecía haber olvidado porqué estaban ahí en un comienzo. Nadie parecía estar hablando de lo verdaderamente preocupante.

La mujer parecía nerviosa, inquieta. Los ojos del lobo negro estaban clavados sobre ella, esperando una respuesta convincente que le permitiera preservar la existencia de su amada y de su bebé. Una oleada de incertidumbre y miedo recorrió el cuerpo de Xia mientras presenciaba la tensión entre ambos. Sabía que la vida de su hijo estaba en juego, y cada palabra pronunciada podía sellar su destino.

—Lo que los dioses me han querido decir está claro. Pero tal vez, puede que haya algo más que no he podido ver bien. Si me permitieran tocar su vientre, tal vez...

—No —intervino Zien, sin dejarla continuar. La sola idea de que esa mujer pusiera sus manos en el cuerpo de Xia una vez más lo repugnaba.

Lo que los dioses habían revelado a la chamana, las visiones que habían atormentado su mente, habían sembrado el temor en el corazón de todos. El destino de Xia y su bebé parecía estar entrelazado con una profecía oscura y apocalíptica, pero la joven humana se aferraba a la esperanza de que tal vez, solo tal vez, hubiera algo más que no había sido revelado, algo que pudiera cambiar el curso de los acontecimientos. Tal vez si la anciana veía algo que desmintiera los dichos sobre su bebé, los dejaría ir en paz. Y por eso, con su mano temblorosa, tocó el brazo de Zien, quien volteó enseguida para verla.

—Está bien —dijo Xia a Zien, su voz temblorosa pero firme. Aceptaba la petición de Grand Obaba de permitirle tocar su vientre en busca de una verdad oculta. Aunque no estaba completamente segura de confiar en las palabras de la anciana, sentía la presencia protectora de los lobos a su alrededor. Eran su salvaguardia contra cualquier amenaza que pudiera surgir.

Zien no estaba del todo convencido, pero confiaba en el juicio de su humana. Rezagado, se apartó un paso hacia atrás, permitiendo que Grand Obaba se acercara a Xia con paso lento y cauteloso. La anciana, con sus manos temblorosas y arrugadas, se acercó al vientre hinchado de la joven. Un silencio denso envolvía el lugar, interrumpido solo por el sonido del viento entre los árboles y los latidos acelerados del corazón de Xia.

—Un solo movimiento extraño y arrancaré tu brazo de su sitio —le advirtió el lobo, y todos allí sabían que lo haría de ser necesario.

Cuando la mano arrugada de la chamana hizo contacto con el vientre hinchado de Xia, una oleada de energía sobrenatural se desató. La conexión entre ambas era palpable, trascendiendo el plano físico y sumergiéndose en lo más profundo de sus seres. Un cosquilleo eléctrico recorrió la piel de la joven, erizando cada vello de su cuerpo y provocando un escalofrío que parecía resonar en el aire.

Con los ojos cerrados, Grand Obaba se sumergió en un trance silencioso, entregándose al poder de la visión divina que se le estaba revelando. En el santuario de su mente, las imágenes se sucedieron, borrosas y fragmentadas al principio, pero gradualmente tomando forma y coherencia. El sudor perlaba la frente de la anciana, testigo de la inmensa carga mental y emocional que recaía sobre ella.

Los presentes observaban en silencio, conteniendo la respiración mientras aguardaban el desenlace de esta intrincada danza entre lo sagrado y lo humano. Sabían que la chamana estaba en un estado trascendental, en sintonía directa con los dioses, y que su capacidad para descifrar y traducir las señales divinas en palabras significaría la diferencia entre la vida y la muerte.

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