Capítulo 32: Tribu de orígen.

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Xia ya llevaba nueve meses de embarazo, y a pesar de la fatiga que se apoderaba de su cuerpo, seguía ayudando a los lobos en los quehaceres diarios. Había encontrado una sorprendente adaptación a su nueva vida en la tribu del norte. Aunque en un principio temía que su estancia allí sería difícil, se sorprendió al descubrir que esta tribu era mucho más urbanizada que la del sur. Los lobos disfrutaban de la libertad de moverse sin preocupaciones, gracias a la magia que protegía su claro, lo que les permitía pasar gran parte de sus vidas en su forma humana.

La hora de la comida no era un festín sangriento, sino un banquete civilizado en el que todos compartían alimentos variados. Los cazadores traían carne y las frutas y verduras cultivadas en la tribu también formaban parte de la dieta. Además, las comodidades se extendían a sus hogares. La cabaña que Xia compartía con Zien era acogedora, y era la misma en la que habían pasado su primera noche a solas, antes de que fuera interrumpida por Gieviv.

Las paredes de madera estaban decoradas con símbolos de la tribu y algunos tejidos coloridos. El mobiliario rústico, tallado a mano, le daba un aspecto acogedor y hogareño. La cama estaba cubierta con pieles suaves y mantas tejidas con destreza. La vela que reposaba en una pequeña mesita de noche esparcía una luz tenue pero suficiente para iluminar la estancia de manera suave y relajante, que le confería a la habitación un toque cálido y reconfortante.

Cuando llegó la noche, Xia se recostó en la cama, sintiendo cómo el aroma reconfortante de Zien llenaba el aire. La respiración pausada y el latido rítmico del corazón de su compañero la sumían en una sensación de seguridad y calma. Sus dedos se entrelazaban con los de Zien mientras se abrazaban, compartiendo el cálido cobijo de la cama.

Mientras Xia se dejaba llevar por los brazos de Morfeo, Zien permanecía alerta. Aunque algunos lobos de la manada se turnaban para mantener la guardia durante la noche, Zien nunca se permitía relajarse por completo. La responsabilidad de proteger a Xia era su prioridad, y no confiaba plenamente en que el resto de los lobos cuidara de ella con la misma vivacidad y dedicación que él. A pesar de que la confianza ciega era una característica común entre los miembros de una manada, él nunca había experimentado esa sensación de entrega total que se describía en las historias de las tribus.

Mientras la vela continuaba esparciendo su suave luz, cerraba los ojos ocasionalmente, disfrutando del aroma dulce y reconfortante que desprendía la humana a su lado. A veces, sus dedos acariciaban suavemente el vientre de Xia, asegurándose de que su bebé estuviera bien. Aunque anhelaba poder entregarse por completo a un sueño reparador, su naturaleza protectora lo mantenía alerta y en guardia constante.

Zien nunca había sentido esa poderosa corriente eléctrica que recorría el cuerpo de los lobos en el llamado o ese hilo invisible que unía a las manadas como una sola entidad. Tampoco había experimentado el inquebrantable sentido de obediencia que se tenía hacia un alfa. Sus lazos con la manada eran diferentes, todo en su interior era diferente.

Incluso la tragedia que vivió cuando su tribu de origen fue masacrada y presenció la muerte de su propia madre no había despertado en él esas emociones intensas. No comprendía por qué su conexión con la manada no era tan profunda como la de los demás lobos, pero su devoción por Xia era genuina y apasionada, y estaba decidido a protegerla y cuidarla con toda su fuerza, imprimado o no.

Ni siquiera la masacre de su tribu y el asesinato de su propia madre habían despertado en él una chispa de esa intensidad.

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La infancia de Zien transcurría en un camino diferente al de sus compañeros de tribu. Mientras los días se deslizaban en compañía de otros cachorros de lobo, la primera fase, esa transformación que marcaba el inicio de su transición hacia una forma más humana, tardó en llegar para él. Pasó largos años viviendo en su forma lobuna, mientras sus compañeros experimentaban esa transición a una edad temprana. En esa etapa, sus juegos se veían dominados por patas peludas y hocicos puntiagudos, mientras sus compañeros ya mostraban una dualidad entre sus formas humana y lobuna.

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