Capítulo 4: Baño de sangre parte 1

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A medida que los días avanzaban, las noches también se desvanecían. Cada noche, ambos descansaban juntos, acurrucados en un rincón de la cueva. El frío se volvió ajeno para su piel, gracias al suave y cálido pelaje del lobo negro que se convirtió en su cosa favorita en el mundo. Esa suavidad y calidez le proporcionaban una sensación de confort, y poco a poco se estaba acostumbrando a ello.

La quinta noche llegó más rápido de lo esperado. Los días en el bosque eran tranquilos y pacíficos. Todos los lobos, excepto el de pelaje marrón, parecían haberla aceptado por completo, y se sentía muy a gusto en su compañía. Definitivamente todo lo contrario a su casa en el pueblo.

Mientras se envolvía en el pelaje negro, percibió un ruido proveniente del exterior de la cueva. Miró a su alrededor, pero parecía ser la única en escucharlo. Aún estaba adormilada y sus pensamientos no estaban del todo claros, así que decidió salir a investigar.

La noche fresca y oscura se extendía majestuosamente a las afueras de la cueva en lo profundo del bosque. Una suave brisa susurraba entre los árboles, llevando consigo el aroma terroso y húmedo de la vegetación circundante. La luna apenas se vislumbraba a través de una gran nube gris, su luz tenue y difusa arrojaba destellos pálidos sobre el paisaje sombrío.

El silencio reinaba en aquel rincón apartado de la naturaleza. Los sonidos nocturnos se mezclaban sutilmente: el lejano ulular de un búho, el crujir de las hojas bajo la brisa, el roce de las ramas mientras se mecían suavemente. La oscuridad envolvía cada rincón, creando sombras misteriosas que danzaban entre los troncos de los árboles.

Enseguida volvió a escuchar el sonido, parecía provenir del árbol a solo unos pasos de distancia. Se acercó con precaución al tronco y miró detrás de él, pero no encontró nada. Miró más allá pero apenas lograba distinguir otros dos árboles antes de que la oscuridad los engullera.

La frescura del aire se filtraba por cada poro de su piel, envolviendo el cuerpo en una sensación estimulante. Un escalofrío le recorría la columna vertebral y su aliento se volvía visible en pequeñas nubes de vapor.

De repente, Xia sintió que el sonido pasó justo por detrás de ella, lo que la hizo voltear bruscamente. Sin embargo, una vez más, no había nada allí.

Miró en todas las direcciones, parecía estar sola, o así fue hasta que el sonido volvió a aparecer justo por detrás. Era como si alguien corriera cerca de ella, pero tan rápido que no lograba identificar al responsable.

¿Y si era otro lobo, pero este no tan amigable como los que ya conocía?

Ya con cierto temor, decidió regresar a la cueva, la cual no se encontraba muy lejos, a unos veinte pasos apenas. Puso un pie delante del otro lentamente, ahora con la sensación de que alguien la estaba observando.

Aunque deseaba cerrar los ojos, se contuvo y mantuvo la mirada fija en el césped bajo sus pies. Solo tenía que volver junto al lobo negro para sentirse a salvo, pero cualquier movimiento brusco podía convertirla en una presa.

Con sutileza, comenzó a dar pasos lentos hacia la cueva, sus ojos clavados en el suelo mientras permanecía atenta y con los oídos aguzados. Se maldijo internamente por salir, pero no había sido libre hace tanto tiempo que el placer de respirar el aire puro nocturno la sedujo.

De repente, en el décimo paso, algo se interpuso frente a Xia. Observó unos zapatos negros en unos pies humanos, pero cuando finalmente levantó la vista, se encontró con unos ojos que desafiaban toda comprensión humana. Un escalofrío recorrió su espalda al percatarse de aquellos ojos carmesíes, brillantes como la sangre fresca. Parecían arder con una intensidad maligna mientras escudriñaban su rostro, deleitándose con su expresión de terror.

La joven se sentía hipnotizada por aquellos ojos inhumanos, incapaz de apartar la mirada. Su brillo penetrante la envolvía en una sensación de opresión y pánico, como si estuviera siendo devorada por su mirada insaciable. Cada detalle de su rostro estaba impregnado de maldad, desde la forma en que los ojos resplandecían hasta la sonrisa malévola que se dibujaba en sus labios.

Cuando finalmente consiguió reaccionar, corrió en la dirección opuesta al hombre, alejándose también de la cueva. Aquellos ojos carmesíes despertaron en ella una ola de recuerdos desagradables: sangre, colmillos y muerte.

Corrió sin mirar atrás ni adelante, ya que la oscuridad era demasiada para la inutilidad de sus ojos humanos. Ni siquiera le importó cuando una rama le rasgó la muñeca y la sangre comenzó a chorrear. Era un problema, pero no el mayor de ellos. Su prioridad era encontrar algo con lo que defenderse de esa bestia, pero el pánico agolpaba sus recuerdos sobre esa noche.

Tomó un pedazo de rama quebrada y lo apuntó hacia el pecho del vampiro que apareció repentinamente frente a ella.

—Ese ha sido un magnífico reflejo —se burló él, deleitándose con la persecución. Los ojos del vampiro, de un rojo intenso, brillaban con malicia mientras saboreaba el terror reflejado en el rostro de Xia. Ella tragó saliva con fuerza al escuchar su voz tormentosa, que amenazaba con desencadenar flashbacks dolorosos, dándole fuertes jaquecas.

—¿Qué es lo que quieres? —fue lo único que Xia se atrevió a preguntar, su voz era temblorosa. El ser sobrenatural la observó durante unos segundos, inhalando exageradamente y dejando escapar un suspiro satisfecho antes de dibujar una sonrisa llena de afilados colmillos en su rostro pálido y anguloso.

—Tu sangre —respondió con deleite, señalando con un dedo largo y pálido la herida en la muñeca de la castaña. Un escalofrío recorrió la espalda de Xia al sentir su mirada fija en la marca, con una sed insaciable brillando en sus ojos carmesíes.

El vampiro dio un paso hacia adelante, haciendo que la madera que los separaba se clavara ligeramente en su pecho, pero su expresión apenas mostró un atisbo de dolor. Parecía disfrutar de aquella pequeña molestia, como si lo alimentara.

—El aroma es exquisito. Voy a disfrutarlo mucho —murmuró con un tono siniestro, saboreando anticipadamente el festín que estaba por venir.

Tomó la rama de las manos temblorosas de Xia y la lanzó lejos con un gesto despectivo. En ese instante, al sentirse desprotegida frente a aquella criatura sedienta de sangre, los recuerdos dolorosos de aquella fatídica noche volvieron con fuerza. Las imágenes de sus colmillos desgarrándole la piel, la sensación de asfixia mientras él intentaba drenar su vida, se presentaron vívidamente en su mente, atormentándola.

Quería correr, llorar, incluso asesinarlo, pero el pánico la había dejado inmovilizada. Su cuerpo, como si estuviera petrificado, se negaba a responder a sus deseos desesperados de escapar de aquel depredador. Cada músculo estaba tenso, paralizado por el miedo que le había invadido por completo. Sentía el corazón latiendo desbocado en su pecho, pero sus piernas se negaban a moverse, como si estuvieran arraigadas al suelo.

Xia luchaba internamente contra su inmovilidad, desesperada por encontrar alguna reserva de coraje, pero su cuerpo ya la había condenado. Sus ojos se llenaron de lágrimas de frustración y rabia contenida, pero sus extremidades permanecían inmóviles, como si estuvieran atadas por invisibles cadenas.

El vampiro, deleitándose con su miedo y vulnerabilidad, se acercaba lentamente, saboreando el momento. Cada paso que daba hacia ella resonaba en el silencio de la noche, aumentando su angustia. Parecía disfrutar del espectáculo de su inmovilidad, sabiendo que tenía el control absoluto sobre su destino.

En ese instante, el tiempo se detuvo para Xia. El mundo a su alrededor se desvaneció mientras pensaba en la suerte que había tenido al sobrevivir el tiempo suficiente para conocer al lobo negro. ¿La extrañaría cuando muriera? ¿La recordaría con el paso de los años? Deseó que al menos encontrara su cuerpo, que quedara algo de ella que dejara claro que había muerto y que no lo había abandonado.

Cuando la mano helada del vampiro tocó su brazo, supo que su final estaba a la vuelta de la esquina. Cerró los ojos, esperando el dolor y la agonía que estaban a punto de desatarse.

Pero de repente, como un relámpago de esperanza en medio de la oscuridad, una figura surgió de la nada. Una gran mancha negra se elevó en el aire, desafiando la gravedad, y se abalanzó sobre el chupasangre, tirándolo al suelo. Sus dientes afilados como dagas, se hundieron en la pálida piel del ser sobrenatural, desgarrándola sin piedad.

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