Capítulo 8: Devuelta.

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Me desperté en la cueva, todavía adormecida por el sueño, cuando escuché las voces de Zien y Meir conversando a las afueras de la cueva. La curiosidad me impulsó a incorporarme con dificultad y dirigirme hacia ellos, tratando de entender de qué estaban hablando.

Las palabras de Meir resonaron en mis oídos, llenas de frialdad y rechazo.

—Ella no pertenece a nosotros, es de los humanos —afirmó con su voz rígida. Su ceño fruncido y su expresión tensa me indicaron que algo no iba bien. La angustia se reflejaba también en el rostro de Zien, quien parecía debatirse internamente. Me sentí incómoda al escuchar esas palabras. No quería irme de allí, no quería ser considerada "de ellos" como él insinuaba.

Pero Meir era el alfa, el líder de la manada, y temí que incluso Zien no pudiera resistirse a sus órdenes. Aunque no comprendía del todo las complejidades de las dinámicas de poder en una manada de lobos capaces de transformarse en humanos, Zac me había explicado que cuando el alfa emitía una orden, cada fibra de su ser los obligaba a cumplirla.

Sin embargo, si eso era cierto, Meir podría haberme enviado de vuelta al pueblo desde el primer día. Era evidente que no deseaba mi presencia allí. ¿Por qué esperar dos semanas para tomar esa decisión? ¿Por qué permitir que me encariñara con ellos? ¿Tanto así le desagradaba?

Quise hablar, preguntar que estaba sucediendo, pero antes de que pudiera intervenir en esa absurda discusión sobre mi pertenencia, una oleada de debilidad me invadió repentinamente, como si mis fuerzas me abandonaran. Me apoyé en la pared de piedra de la cueva para no caer. Todo me daba vueltas y mi vista se había vuelto oscura.

Zien, preocupado, se acercó rápidamente y me levantó en sus brazos, mirándome con tristeza y cariño en sus ojos. Pero, cuando su mirada se cruzó con la de Meir, percibí una sombra de oscuridad en su expresión.

—Tienes razón —musitó Zien con una mezcla de resignación y dolor en su voz. Un nudo se formó en mi pecho al escuchar esas palabras. Había creído que Zien se rebelaría contra la orden de devolverme, que él también deseaba quedarse a mi lado. Pero su conformidad me hizo comprender que todo lo que habíamos compartido, nuestros momentos íntimos y los lazos que habíamos tejido, no eran suficientes para desafiar la voluntad del alfa. Sentí cómo mi corazón se rompía en mil pedazos, una agonía que no lograba comprender del todo.

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Zien comenzó a alejarse de la cueva, llevando a Xia en sus brazos. Desde que perdió la conciencia por primera vez, el mundo del lobo se había desmoronado. No había vuelto en toda la noche y su alfa tenía razón: no era saludable para un humano vivir de la manera en que vivían.

La castaña comenzó a recobrar la conciencia una vez más, y luchó con todas sus fuerzas para rogarle a Zien que no la abandonara. Sin embargo, el cansancio la consumía y cada palabra requería un esfuerzo inmenso. Mantener los ojos abiertos era un desafío en sí mismo.

—No, Zien, por favor... —susurró, pero él no la miró.

Después de lo que pareció una caminata interminable a través de manchas de verde, Zien saltó la cerca que separaba el pueblo del bosque y, convertido en humano, se adentró ágilmente sin ser visto hasta llegar a la puerta de su casa. Era una pequeña cabaña con techos de paja y paredes de madera, igual que todas las demás casas del pueblo.

—No me abandones... —logró musitar. Todo su cuerpo estaba entumecido y su vista se volvía borrosa en momentos. Zien se detuvo en seco al escuchar su voz suplicante y, cuando finalmente la miró a los ojos, deseó no haberlo hecho.

—Meir tiene razón, no perteneces a nosotros. Preferiría que estés sana y salva aquí, con tu gente, en lugar de tenerte débil y enferma conmigo... —ni siquiera él parecía convencido por completo de las palabras que salían de su boca. Al contrario, parecía a punto de derramar lágrimas en cualquier momento.

Con delicadeza, Zien la sentó en el pequeño porche de la choza. Xia se aferró a la columna de madera, pero apenas podía mantenerse consciente. Quería decirle que estaba equivocado, pero las palabras se desvanecían en sus labios mientras lo veía alejarse cada vez más. Finalmente, todo se volvió oscuro y ella se desmayó sin poder hacer nada más.

Cuando Zien vio cómo Xia se desplomaba, sintió un impulso abrumador de correr de vuelta hacia ella. Sin embargo, se detuvo en seco cuando una mujer abrió la puerta de la casa y soltó un grito de horror.

Dio media vuelta, ignorando cómo su alma lo atormentaba, y se perdió en la oscuridad.

Xia yacía postrada en la cama. Su frágil cuerpo estaba rodeado de cables y bolsas de suero que la conectaban a aparatos médicos. Era tortuoso para Zien verla en ese estado, pero suponía que así debía de ser la vida de un humano, con una chimenea a los pies de la cama, en una pequeña habitación, emanando un suave calor que envuelva el ambiente y porporcione una sensación reconfortante. El crepitar del fuego acompañado por el aroma de la leña ardiendo. Con unos padres preocupados entrando y saliendo.

Su madre, una mujer petiza de cabello castaño y ojos cansados, cambiaba los paños de la frente de la joven cada noche. Su padre, solo la miraba a la distancia.

Zien sabía que su condición era completamente su responsabilidad. El alfa lo había advertido desde el principio: los humanos deben convivir con otros humanos, de lo contrario, morirían. Él estuvo a punto de llevarla a la muerte por su egoísmo y no podía perdonarse por ello. Pero tampoco podía dejarla ir, que egoísta de su parte, ¿verdad?

Cada noche, durante cuatro días seguidos, Zien se acercaba a la cabaña de Xia y se quedaba contemplándola desde el exterior. La luz de la luna iluminaba su rostro mientras sus ojos se posaban con ternura en el cuerpo inmóvil de la joven. Un sentimiento de impotencia y anhelo llenaba su pecho, desgarrando su corazón con cada latido.

El sol naciente anunciaba el fin de la noche, y Zien se veía obligado a alejarse, dejando atrás a la durmiente Xia sin que ella se percatara de su presencia. Cada vez que se marchaba, su corazón se desmoronaba un poco más, como si el alejamiento físico resonara en su interior, arrancándole pedazos de su alma.

Sin embargo, la quinta noche fue diferente. Un impulso incontrolable invadió el cuerpo de Zien, nublando sus pensamientos y arrastrándolo hacia ella de manera irremediable. La miró a través del cristal de la ventana y un torbellino de emociones se desató en su interior. El deseo de tocar su piel, de escuchar su voz y ver el brillo de sus ojos se intensificaba con cada segundo que pasaba.

El recuerdo de los momentos compartidos inundaba su mente, como un torrente de imágenes y sensaciones que lo envolvían por completo. La complicidad entre ellos, la forma en que sus sonrisas se entrelazaban, la profundidad de su mirada, el suave roce de su cabello... todo ello se convertía en una fuerza abrumadora que lo impulsaba a actuar sin reflexionar sobre las consecuencias.

Sin pensarlo dos veces, se deslizó ágilmente por la ventana abierta, sintiendo la emoción y la adrenalina correr por sus venas. El dulce aroma que chocó sus fosas nasales tampoco le dejó pensar con claridad. Estaba decidido a llevarse a Xia consigo, a recuperar a esa humana que se había adentrado en lo más profundo de su ser. Cada pequeño contacto entre ellos era como una llamarada ardiente que quemaba su carne y lo sometía por completo a su poder.

Pero justo cuando estaba a punto de acercarse a ella, el recuerdo de Xia débil y desmayada se abrió paso en su mente. La imagen de su fragilidad, de su cuerpo vulnerable, lo atormentó como una reprimenda. Un conflicto interno se desató en su interior, luchando entre el deseo egoísta de tenerla a su lado y el temor de arruinar todo el progreso que habían logrado.

Con un nudo en la garganta y una mirada cargada de dolor, Zien se apartó de la cama y volvió a salir por la ventana, abandonó el pueblo en silencio. Cada paso que daba era una renuncia a su propio deseo, una promesa a sí mismo de no volver jamás.

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