1

5.1K 426 69
                                    

Por supuesto que ni siquiera podía morir como cualquier persona normal. No, claro que no. Y de verdad, ni siquiera sabía por qué se sorprendía por todo ésto.

Había despertado recordando aquella luz cegadora, para luego reconocer que revivía aquel despertar del desmayo que había sufrido luego del shock de estar dos días junto al cuerpo sin vida de su padre. Creyó firmemente que era una pesadilla o un castigo divino por los errores que cometió en su vida.

Estaba aterrado de estar condenado a vivir este momento en específico y sin poder contenerse lloró hasta desplomarse y recordar todo lo que sucedió antes y después de este momento de su vida.

Su padre había estado tan deprimido desde aquella misión en la que falló para salvar a sus amigos. Él se había encontrado tan confundido por la actitud de todos los aldeanos y en especial de su padre, porque "El Colmillo Blanco de Konoha" era una sobra del hombre fuerte y amoroso que conocía. Supo que algo pasaría, lo sentía, y aún así no supo qué hacer para sacar a su padre de esa oscura depresión y solo había intentado no causarle más problemas al hombre mientras se recuperaba de lo que lo atormentaba.

Porque había estado seguro que su padre se levantaría y recuperaría el honor que proclamó perdido días antes entre lágrimas.

Pero esa esperanza de que todo volviera a la normalidad se esfumó en cuando había llegado a su casa para encontrar a su padre muerto. No recordaba cuántos días estuvo junto a su cuerpo sin vida, ni quién lo encontró en una especie de estado catatónico junto al cuerpo en descomposición.

Y ese detalle borroso de sus recuerdos lo volvía a enfocar de nuevo a este momento. Revivirlo lo hizo pensar en que sí, fue luego de ésto que dejó de vivir, que solo se dedicó a sobrevivir y cumplir con su deber. Quiso restituir el honor de Sakumo a la vez que albergaba un resentimiento que lo amargó por mucho tiempo.

Pero ésta vez, luego de lo que pareciera horas, parpadeó y miró fijamente el cuerpo sin vida de su padre. Olfateó el olor a sangre y muerte tan claramente como aquella vez. No quería pasar nuevamente días en esta posición, siendo torturando por su resentimiento y miedo. Y aunque creía que era algún tipo de castigo divino se puso de pie y salió se la casa.

Vio las palabras como "traidor" pintadas fuera de su hogar tal cual recordaba, las ignoró. Rogó que al alejarse no volviera a ese mismo lugar o a otro recuerdo traumático de su vida como tortura. Pero entre más se alejaba y veía a las personas susurrando a su alrededor, comenzó a creer que no estaba simplemente reviviendo un mal momento.

Estaba perdido y avergonzado por no saber qué hacer en esta situación que cada vez se le hacía más real y menos un truco mental. Quería vomitar.

Porque, francamente... ¿por qué no podía morirse de una vez por todas?

Cerró los ojos y dejó de caminar, quedando inmóvil debajo de un árbol esperando que todo este mal truco terminara de una buena vez por todas. Pero pasaron las horas y nada pasó, es más, comenzó a creer que todo era real.

Ésto no era parte de sus recuerdos, de sus vivencias. Él no había podido dejar su posición junto al cuerpo de su padre aquella vez, pero aquí estaba en el pueblo esperando algo. Lo único que concordaba era que no dio aviso a ningún oficinal, ninja o ANBU sobre el suicidio de Sakumo Hatake.

—¿Estás herido?— escuchó una voz infantil y extrañamente familiar obligando que sus ojos se enfocarán en la persona que estaba frente a él mirándolo con curiosidad.

Era Gai, la versión de niño de su amigo-rival Maito Gai. Y esto lo desconcertó porque no habló con él aquella vez. Aunque tampoco había salido de casa, así que tal vez no debía sorprenderse por las discrepancias por estos "nuevos" eventos.

Reiniciando (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora