Había sido un día largo para el joven Flamm. Desde que se convirtió en asistente del primer juez de la ciudad tenía toneladas de trabajo diarias que aplastarian el ánimo de cualquiera.
Pero ese no era el caso de Rollo. Ya que sabía que, después de cada jornada, por más largo o estresante que haya sido el día, había alguien que lo estaba esperando.
Cruzó el puente junto a un viejo amigo que Jean también estaba ansioso por volver a ver.
Cuando bajó de su caballo después de cruzar el puente y llegó a los terrenos de la iglesia aprovechó para estirar su cuello hasta hacerlo tronar. El equino acercó su hocico a la cara de su amo, algo preocupado por lo que estaba haciendo.
-Tranquilo. Ven, se pone triste si tardamos.
Tomándolo de la riendas, siguió a pie con el animal al lado hasta la entrada de la catedral.
Todavía era difícil para él pasar por ese lugar, pero ya habían pasado cinco años, y todo era muy distinto de ese entonces.
Le dio la vuelta al templo hasta una parte más atrás, a propósito más escondida, donde estaba el establo que armó para su compañero.
Le dio un par de miradas rápidas a su alrededor. Se cercioró de que no hubiera nadie.
Solo entonces llegó hasta una de las entradas más aisladas de la iglesia y la abrió. Un par de pequeños ojos verdes y rasgados lo recibieron.
-¡Papá!
El pequeño Jean, ya un infante, saltó a su cuello y lo hizo cargarlo.
Como ya le dijeron los doctores de confianza que consultó, el niño no tendrá la habilidad de ocultar sus alas y su cola a su voluntad hasta que llegue a los doce años, por lo que cuando se enredó en sus brazos también pudo sentir como su cola escamosa le daba latigazos en su costado. Así de felíz estaba de verlo después de todo el día.
Él se dejó abrazar y acarició la espalda de su hijo. La tela de su ropa era gruesa dado que era temporada de frío, pero ni siquiera así ocultaba del todo los relieves de sus escamas.
Un relinchido se hizo escuchar detrás de ellos. Jean extendió sus manos por detrás del abrazo que sostenía con su cuidador y sonrió emocionado.
-¡Bola de nieve!
Rollo lo bajó y dejó que fuera a darle mimos en la cabeza al caballo. Cuando le regalaron a un potrillo que encontraron abandonado a las afueras de la ciudad hace dos años dudó un poco en presentarlos, pero el pequeño dragón y el animal se hicieron amigos. Fue Jean quien le puso su nombre, ya que cuando se lo mostró por primera vez había estado jugando con algo de la nieve sucia de la entrada.
Lo ayudó a darle su cena de heno y a cargar su bebedero con agua nueva, para después acostarlo.
Jean saltaba con alegría dando vueltas alrededor de su padre. Este hace tiempo que dejó de intentar seguirlo con la mirada porque siempre acababa mereandolo.
-¡¿A qué vamos a jugar ahora?!- preguntó. La ilusión hizo brillar sus ojos.
-¿Qué tal te suena uno que se llama "hora de cena, estudio y baño?".
Jean cruzó sus brazos e infló sus mejillas, como cualquier niño pequeño al que acababan de negarle algo.
Tuvo la necesidad de dar un trago gordo de saliva cuando lo vio haciendo eso, pero no dejó que lo notara.
-Animate Jeany. Si terminamos rápido te prometo jugar a lo que quieras hasta que sea hora de acostarse.
El niño dejó de hacer puchero y asintió. Se agarró a los pantalones del más alto para estar cerca de él. Flamm sonrió de ternura al verlo hacer eso.
ESTÁS LEYENDO
Historias Retorcidas (Oneshots Twisted Wonderland)
FanfictionCuentos y minihistorias sobre una vida normal y maravillosa en Night Raven College.