🌹 Los heraldos de la reina (parte 2) 🌹

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Las negociaciones con el reino del Piroxeno fueron lideradas en un principio por la reina, pero el consejo acabó insistiendo lo suficiente para que Riddle formara parte de la conversación oficial, más allá de limitarse a aconsejar a su madre.

Todo se hizo por medio de comunicados oficiales, pero cuando llegaron a un punto en el que ambas partes se interesaron en el acuerdo el gran duque y su corte fueron invitados al imperio a discutir más apropiadamente.

El pelirojo ya contaba con varios días de no salir de su oficina. Su propuesta inicial era interesanste y estaba fundamentada en el tiempo que pasó como inivitado en el archiducado, pero necesitó más que eso para convencer a su consejo y mucho más para llegar al punto en el que estaban, a punto de cerrar el trato. El pobre chico no conoció más luz de sol que la que entraba por la ventana de su oficina desde lo que parecía más de una semana.

Llegado el momento resopló. Dejó caer los papeles que hasta entonces estuvieron en sus manos y clavó sus codos en la mesa. En esa posición llevó su frente a sus manos para tirar de la piel de esta y rezongó muy fuerte. Otra vez se le hizo tarde y no encontró una solución al problema que tenía ahora mismo.

Se masajeó el entrecejo. La situación lo disgustaba a niveles biblicos. Solo le faltaba un punto, una idea que uniera las propuestas que quería llevar a sus invitados, pero se le escapaba. No hizo algo más que meterse en los libros de historia y registros imperiales que guardaba sobre la relación y politicas que aun se sostenian con el reino de piroxeno, pero seguia en blanco. A este paso, pensaba Riddle, con la reunión diplomatica pisandole los talones, el principe genuinamente se veía superado.

Reclinó su silla hacía atrás y respiro hondo. En su salón personal se creó un silencio que le taladraba la cebeza. Ni las practicas de sus soldados o los pasos de las sirvientas podían ser percibidos desde su lugar. Lo único que lo acompañaba era el sonido de su silla reclinable crujiendo cada vez que respiraba.

A Riddle nunca le gustó el silencio. No del tipo que se apoderó de su sala. Ese silencio era mortal para él, así como mortal para su calma en el instante en el que recordó con demasiada exactitud lo que vivió hace solo ocho años atrás.

Un pequeño él con ojos tristes, entre papeles, sentado y solo. En una habitación pequeña y silenciosa.

Abrió sus ojos como si fuera un espasmo y se sentó de golpe. Su piel normalmente nivea terminó de palidecer. Se desesperó por tomar aire.

Intentó recordar sus ejercicios para tranquilizarse. Observó lo que estaba a su alrededor. Los objetos, los olores, los sonidos y los sabores. Hizo un esfuerzo para identificar cada cosa mientras recuperaba el aliento.

Sintió salir una lagrimas.

"No debí dejar de trabajar".

Se sorbía la nariz mientras intentaba con todas sus fuerzas no arrancar a sollozar.

"No. Tengo que dejar de tenerle tanto miedo. Me prometieron que no iba a volver ahí. Puedo confiar".

Casi en un movimiento inconciente levantó su mano derecha a la altura de sus ojos. Esta temblaba y recordaba cosas que su cabeza intentaba bloquear.

Un niño que lloraba y una rosa en sus mejores años que se reía.

"Eres igual a tu padre. ¿En serio vas a llorar por algo así? Sientate y regresa a estudiar".

Cerró sus ojos con muchisima fuerza, tanta que sintió que su cabeza podía explotar.

De pequeño solo deseaba ver su mundo pintado de colores que no sean rojo.

¿Como era posible que un niño odiara tanto un color, una voz?

"Mi pequeño carmín".

Golpeó su escritorio con tanta fuerza que hizo saltar sus documentos y herramientas. Dejó una grieta pronunciada en el lugar del impacto. Fue ahí donde Riddle aceptó que necesitaba un descanso.

Historias Retorcidas (Oneshots Twisted Wonderland)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora