Aceite

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Sira:

Sabía que estaba quizá, cometiendo el peor error de mi vida después de casarme con el que ahora era mi esposo, pero debía hacerlo.

—¿Tuvo algún inconveniente con Elizabeth, detective?—ella me mira demasiado sorprendida por lo que le estaba pidiendo.

—Olivia—me quito los lentes para dejarlos sobre el escritorio—solo asegúrate de que ella firme su carta de renuncia, ¿de acuerdo?

—Claro detective.

—Bien, puedes irte, tengo una cita en media hora así que manda todos los archivos de los nuevos casos a mi casa. Pasaré por Roose a la guardería así que no volveré.

—De acuerdo detective, que le vaya bien—yo asiento sonriendo tomando mi bolso para salir y subir al auto.

Para solo estancar me al ver cuando ella llega, y abre la puerta para entrar al departamento con esa maldita y hermosa sonrisa.

Basta, debía dejar de pensar de esa forma.

No podía gustarme, yo soy una mujer casada, con una preciosa hija y la edad, maldición, yo no era una adolescente.

Arrancó y comienzo a conducir.

Pero nada sirve, ni la música baja en la radio, mucho menos mi cabeza pensando solo en lo sucedido hace dos noches.

Solo respiro y dejó que mi mente se ponga en blanco por unos segundos antes de bajar del auto y entrar a la cafetería donde ella me esperaba.

Tal vez esto sería mi segundo peor error, porque seamos sinceros, el besarla no había sido un error, había sido una elección.

—¡Mi querida niña!—exclama tomándome con fuerza para abrazarme.

—Hola mamá—ella se aleja para apretar mis cachetes como siempre y después sentarse en la mesa de siempre.

—Me alegra que hayas llamado, ¿cómo está la pequeña Roose?

—Más feliz que nunca—pienso en las últimas semanas.

—¿Y tu matrimonio?—frunce el ceño.

—No he venido a hablar de eso madre—ella me mira de arriba a abajo, tratando de descifrar me.

—¿Entonces de que?

—Me gusta alguien—le suelto sin pensar.

—Oh Sira—deja de tocar la taza de café porque ya no va a beber nada, lo sé.

—Se que yo...

—Ya no eres una adolescente de 19 años, querida—me interrumpe—tienes una hija, un esposo maravilloso, y 35 años que ya se notan.

Ya había olvidado lo linda que era mi madre...

—¿Quién es él?

¿Él?

—¿Por qué siempre tiene que ser un él?

—¿Disculpa?—dice después de casi ahogarse con el sorbo de café.

—¿Por qué no puede ser un ella?

—No te entiendo, Sira—esta segura de que si lo hacía.

—Es que la que no entiende soy yo, las personas pueden enamorarse de chicos y chicas por igual. Sin importar si somos mujeres u hombres.

—Eso déjaselo a los adolescentes confundidos Sira, sin nada de Dios en su vida.

—¡Por dios mamá!—me echo a reír—¿Estas escuchándote? Estamos en el siglo XXI.

—¿Estas enamorada de una mujer?—pregunta al fin después de analizar todo con algunos minutos de silencio.

—¡No!—necesitaba negarlo si quería mantener algo del respeto de mi madre.

—Bien—se escucha aliviada.

—Quiero decir, no somos compatibles, ni siquiera sé que signo es y...—veo la mirada matadora de mi madre—Ella es como el agua y yo el aceite, ¿entiendes?

—¡Por dios, Sira!—se levanta de la mesa.

—¿Que que haces?—me levanto con ella.

—¿Cómo es que e criado a mi hija?—pregunta a la nada—¿En que falle contigo?

¿Escuchas eso?

«¿En que fallo?» de verdad me impresionaba cada vez más su forma de pensar y de decir las cosas.

Arrepiéntete Sira...

Me echo a reír como loca, o eso parece cuando todos me miran.

—Debiste ver tu cara—trato de disimular mi decepción y mi estupidez misma.

—¿Que te sucede?

—Ers broma mamá—digo con seriedad.

—Un día de estos voy a morir Sira, y será tu culpa—me señala volviendo a su lugar.

«¡Carajo y mil veces carajo!»

Ya no soy una adolescente y estoy actuando como tal.

Cartas A La Edad © | [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora