¿Quién escribe cartas ahora?

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Dos semanas después...

Sira:

Ella se fue después de yo volver.

Que irónico, ahora ella es la que huye de mi.

—Olivia—la llamo en la puerta de mi oficina.

—¿Si detective?—ahora me doy cuenta de que unos meses si hacen extrañar el trabajo de verdad.

—Quiero que envies esto a la dirección marcada en el sobre—ella mira el sobre y después a mi.

—Una carta—se mira sorprendida—¿Quién escribe cartas ahora?

—Creo que yo—y ella si decide responder.

—¿Algo más que pueda hacer por usted, detective?

—Creo que no, Olivia, pero gracias—le sonrió y le señalo la puerta para que salga.

Deseando que la carta sea entregada y recibida por la persona que espero no me deje con las manos tan vacías, y con la mente llena de culpa por no haberle creído lo suficiente.

Supongo que eso fue la que la invitó a irse, o quizá se dio cuenta de que no sería, ni era lo único.

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Elizabeth:

Querida Lizzie,

Sé cuántas veces me he disculpado contigo por lo mismo, y seguramente se que no responderás a mi carta como la primera vez. Pero espero puedas leerme de donde sea que te encuentres.

Fui una tonta, debí creerte, pero supongo que me cegaron las palabras de esa mujer que aseguraba que la habías amenazado para ayudarme. Si soy sincera, en ese momento si le creí porque sabía qué harías lo que sea para que Dean no me quitara a Roose, o para que me diera el divorcio.

Ahora que lo pienso, fue muy estúpido creerlo porque eso también me lastimaría, y tú, Lizzie, nunca podrías lastimarme. Supongo que ese siempre ha sido mi trabajo, y lo lamento.

Muchas ocasiones preguntaste cuál había sido aquella conversación con Dean en New York. Te lo diré, pero antes quiero que me prometas no pensar que es absurdo...

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Meses antes...

Sira:

Me tomo por sorpresa el que él apareciera de la nada, pero dadas las circunstancias supongo que estaba en su derecho desconfiar, quizá un poco.

—¿Que es lo que haces, Sira?

—¿Tomar vacaciones?—vacilo.

—De acuerdo, dejemos las bromas a un lado, ¿que estás haciendo con ella? Creí que habías venido por las invitaciones y el vestido de nuestra boda.

—Bueno es que quizá, quizá ya no me quiero casar—le suelto—y en realidad creo que nunca quise aceptar pero la presión social pudo más.

Sin mencionar que mi madre me veía y apresuraba en todo momento.

—¿Es por ella?

—¿Que?—me río esperando disimular que la respuesta a esa pregunta es tan sencilla.

—Dios, Sira, ¿sabes cuántos años tienes?—lo miro ya sabiendo la maldita respuesta a eso—¡Tienes 36 años, podrías ser su madre!

—Pero no lo soy, Dean, ¡Maldición!—me río—no lo soy.

—Despierta de este sueño absurdo, Sira. No esperes que por rodearte con una chica de 20 años, de la noche a la mañana tu también seas una chica de 20 años, ni siquiera eres capaz de lucir como una.

—Estas siendo demasiado cruel conmigo.

—Lo siento—se disculpa como si lo sintiera—pero alguien debe hacerte despertar, mostrarte las cosas.

—Pues no lo necesito.

—Oh yo creo que sí—me mira de arriba a abajo—¿Que es lo que tienes para ofrecerle a la chica?

—¿Que?

—Si esto—señala todo a su alrededor —este drama romántico tan cliché sigue, ¿que es lo que tienes para ofrecerle? Porque vamos, es joven y muy linda como para solo conformarse con tan poco.

—No no la conoces y...

—¿Y tú si?—me plantea esa estúpida pregunta que me hace cuestionar.

—Yo...

—Esta claro que no—termina por mi—No tienes nada, Sira. Solo "amor" a puertas cerradas y sexo ocasional.

Odio esas malditas comillas invisibles y cada cosa que suelta de su boca.

—Solo piénsalo, ella terminara aburriendo se de esta estupidez a la que pretendes llamar romance. No tienes 20, eres una mujer casada, de 36 años y con una hija, que juega a ser una adolescente inexperta de nuevo—se acerca a mi tan despacio que siento que me acorrala y asfixia—. Y debo decirlo porque seguramente, nadie que lo sepa va a hacerlo, no eres una adolescente inexperta, Sira. Y no tienes en absoluto, algo bueno que ofrecerle a alguien 16 años menor que tú.

Ahora sí que lo odiaba, y no por ese aire de grandeza y arrogancia, o insuficiencia en cada oración. Era porque tenía razón, ¡maldición! Él tenía razón y me hacía sentir estúpida, y tan pequeña.

Quería golpearlo.

Cartas A La Edad © | [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora