Cómo empezó todo

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20 años atrás...

Sira:

El café está caliente, tiene leche deslactosada y solo dos sobres de azúcar.

Frunzo el ceño mirándola para después sonreír y probarlo.

—¿Y... Que tal?—espera impaciente.

—Mmm— sonrió al saborearlo—perfecto, ¿cómo es que has aprendido tan rápido como me gusta el café?

—Solo observo, señora.

—No retrocedas con eso, no estoy tan vieja—o no lo suficiente como para usar ese apelativo—dime Sira, así me llamo, así me dicen. ¿Cuantos años dijiste que tenías?

—Cumpliré veinte el siguiente mes, y creo que miente—frunzo el ceño.

—¿Perdona?

—Quiero decir, todos la llaman detective Spencer.

—Muy formal, pero de acuerdo, supongo que dentro del departamento debe ser así. Pero hablaba de tu edad, se ve que tienes contactos eh—ella asiente casi con timidez desgraciada y aprieta sus labios para no reir—Gracias Elizabeth.

No dice nada, solo se va para seguir ayudando a los demás.

Entro a mi oficina y me siento, cuando de inmediato otra mujer entra cerrando la puerta con prisa.

—Lidia—la miro—son apenas las diez de la mañana como para haber problemas.

—Lo siento señora—que apelativo tan molesto.

—¿Que sucede? Ya he tenido bastante esta semana con una nueva y muy joven asistente, contratada sin mi consentimiento.

Aunque no me quejaba lo suficiente, ni lo haría, era eficaz, lista y rápida.

Quizá más inteligente de lo que la hacían ver, y mejor que los demás del departamento.

—Es su hija—algo me decía que eso diría.

—¿Ella está bien?—asiente—¿Entonces que ha pasado? Vamos, no puedo adivinar con tan pocas pistas.

—A llamado el señor, no podrá cuidarla hoy así que viene para acá.

Suspiro pesado cerrando los ojos para pensar en algo.

Sabía que tarde o temprano lo haría, y me molestaba, siempre peleaba por lo mismo y al final no podía con ella.

—¿Que hago señora?

—Deja que la traiga y recíbela, ya veré qué hago yo— sonrió y le señalo la puerta— gracias lidia, puedes irte.

Ni siquiera sabía porque ella venía con esa prisa, ni tampoco porque ella me lo decía.

Era mi secretaria, no la niñera o mensajera.

Mi esposo tenía mi número, ¿por qué no llamar a mi celular?

Camino hacia la puerta y la busco con la mirada, no era tan difícil ayar la, considerando que todos tenían más de treinta, casi de mi edad.

—Elizabeth, ven aquí por favor—pido haciéndome a un lado para que pase.

—¿Le puedo ayudar en algo detective Spencer?

—Si, pero no es nada del departamento, es algo personal.

—Oh— no dice más.

—Mi esposo traerá a mi hija, tiene seis y no puedo dejarla con nadie.

—¿Quiere que le ayude con ella?—pregunta sin entender.

—¿Podrías?—le ruego—te daré un aumento si quieres, pero te necesito ahora.

—Claro no hay problema—exhalo aliviada—y no es por el aumento.

—Gracias gracias—me acerco para abrazarla sin que ella lo reciba—lo siento, es que creerás que es ridículo, pero me has salvado la vida.

—No hay problema detective— sonríe y se va, así con esa frialdad de siempre.

—Si que es rara—susurro encogiendo los hombre para terminar mi café y volver al trabajo.

Había mucho en el escritorio que odiaba ver lleno, pero que nunca vaciaba.

Cartas A La Edad © | [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora