12. Almas gemelas

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Dahiana se estiró lo más que pudo en la cama, luego de unas largas horas de sueño. Los recuerdos de lo que hizo con Alexander, lograron que sus mejillas se pusieran rojas de la vergüenza, no cabía duda de que se iría al infierno por ser una persona tan pecaminosa y que no tenía reparo alguno al momento de tener tentaciones por un alfa que en el pasado odiaba. Se levantó de la cama para darse un baño, ponerse un vestido cómodo y de paso hablar con su hijo y madre durante un rato.

— Pensé que estabas dormida —dijo Alexander, entrando a la habitación con una bandeja de comida—. ¿Está todo bien contigo?

— Sí, ¿por qué no lo estaría? —se estiró un poco con ayuda de sus brazos—. Me sanaste ayer, no siento dolor.

— Es porque te pasaste mordiendo en el hombro a tal punto de que tomaste de mi sangre sin darte cuenta —el alfa se aclaró la garganta—. Jolanis está abajo, comiendo un poco. Tienes que hablar con ella, porque nos iremos en unas horas.

— Bien...

— Hay algo de lo que tengo que hablar contigo antes de que te vayas —se acercó a ella—. Hace un tiempo, te dije que podías ir a vivir conmigo.

— No pasaron ni cuarenta y ocho horas desde la última vez que me dijiste —Dahiana cruzó los brazos en su pecho—. ¿A qué viene todo esto?

— Es sobre tu estadía en la empresa, no es necesario que vayas a trabajar...

— No tienes ningún derecho de decirme que no trabaje, no soy una mantenida.

— No tienes que trabajar, recuerda que tienes un hijo que cuidar —Alexander trató de hacerle ver que era por su bien.

— En ese caso, olvídate de este matrimonio y vamos a divorciarnos, porque de todos modos, me quedaré con tu dinero —cruzó los brazos en su pecho, haciéndose la fuerte—. Te casaste conmigo por un error, lo admito, pero en ninguna parte de lo que firmamos decía que los dos teníamos que llevarnos bien todo el tiempo.

—Te dije que es por tu bien, el que trabajes, lo único que puede generar es que a la larga las personas comiencen a decir que te tengo como una sirvienta.

— Lo que digan los demás me tiene sin cuidado —se acercó a él—. No te pases de listo, las cosas se harán en la cual los dos estemos de acuerdo —se pasó la lengua por los labios—. Tiene mucho dinero, por lo que necesito que se vea lo más legal posible que yo soy la única madre de Owen, que tenga tu apellido de paso.

— ¿Mi apellido?

— Sí, hasta el día que nos divorciemos o tal vez para siempre —rodeó el cuello del alfa con sus brazos—. Lee bien las reglas de ese contrato, para que después no te dé por no cumplir.

— ¿Me estás seduciendo? —preguntó incrédulo el alfa—. Eso es muy bajo.

— Todo es posible, cariño —dio unos pasos hacia atrás—. Iré a ver a mi amiga, trata de hacer que Bahir no intente meterle mano a ella, porque la verdad sería complicado que te quedaras sin primo.

Le dio un beso en la mejilla, y salió de la habitación, llevándose una mano a la cabeza cuando un fuerte dolor de cabeza volvió a azotarle de golpe sin que ella pudiera aguantarlo por mucho tiempo. Bajó hasta el primer piso del hotel, en dónde ya se encontraba una gran parte de la familia de Alexander.

— Dahiana —susurró Jolanis, antes de abrazarla—. Me alegro mucho que estés aquí. La verdad es que quería hablar contigo desde anoche, pero Bahir me dijo que...

— Sé que te dijo algo sexual, no le hagas caso —dijo sonrojada—. Escucha, ahora estás a salvo y espero que puedas continuar con tu vida, y que me expliques con lujos de detalles lo que realmente sucedió en Berlín.

Una esposa para el alfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora