39. Ella es mi ídolo.

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Dahiana se miró en el espejo una vez más, antes de buscar unos ganchos para hacerse un moño como se debe. Había aceptado de una vez por todas ir a esa supuesta fiesta. Owen y Alexander estaban esperando por ella. Por algún motivo, no podía acostumbrarse en lo más mínimo a estar saliendo a todos lados con Alexander, el ser una esposa de adorno tampoco estaba en sus planes. Una vez que estuvo lista, bajó las escaleras con mucho cuidado, luego fue hacia dónde se encontraban Alexander y Owen, los cuales miraban la televisión mientras comían un poco de chocolate.

— Ya estoy lista —dijo Dahiana, sonriendo un poco—. ¿Qué están haciendo ustedes dos?

— Bueno, estábamos viendo televisión en lo que tú bajabas... —Alexander se quedó a medio hablar—. Te ves realmente hermosa, esposa mía —se levantó de su asiento—. ¿Por qué no nos quedamos en casa?

— Porque tenemos que ir y cumplir con nuestro contrato —bromeó acercándose a ellos—. Owen, te ves hermoso. ¿Quién te consiguió ese traje de hombrecito?

— Mi papá me lo compró, porque debo ir aprendiendo a cómo manejar a mi esposa en el futuro —bromeó un poco—. Me siento bien ahora, mamá. Vámonos.

— En esa fiesta, estará tu... Naisha —se corrigió a sí misma—. Tendrás que hablar con ella, porque es tu madre y...

— Ella no es mi mamá —Owen corrió hacia dónde se encontraba Dahiana, y la abrazó por las piernas—. Tú lo eres y él es mi papá, no quiero a nadie más, porque tendré que alejarme de mi hermanita después.

— Nadie te alejará de nosotros, campeón —dijo Alexander, cargándolo—. Es hora de irnos, porque después no podremos salir de la casa.

Dahiana tomó el brazo que Alexander le tendió, salieron de la casa y ella volvió a sentir un pequeño dolor en su vientre. Era como si sus hijos estuvieran molestándola con querer salir antes de tiempo. Se tomaba las pastillas como se debía, no la dejaba pasar por ningún motivo y en esos momentos se sentía un poco pesada con todo lo que estaba pasando.

— ¿Te sientes mal? —preguntó Alexander, ayudándola con el cinturón de seguridad—. No es necesario que vayamos a esa fiesta.

— Ya estamos aquí, no me arreglé para quedarme acostada en la cama —golpeó su mano—. Será mejor que nos demos prisa.

El alfa suspiró, le dio una última revisión a Owen y fue hacia el asiento del piloto, no sin antes decirles a los hombres que cuidaban la entrada que se mantuvieran en alerta.

— Mi madre tiene planes de casarse con ese alfa que conoció aquí —le informó—. Sigo diciendo que puede conseguirse a otra persona, no a alguien que estuvo metida en la mafia.

— Dahiana, ¿te sientes celosa por qué tu madre consiguió a un buen hombre?

— ¿Buen hombre? ¿Has visto a ese hombre cómo se ve? —levantó las manos—. A mi mamá en apariencia humana le lleva como diez años.

— Y él le lleva más de mil años —se burló de su esposa—. Te lo dije cuando pusiste esas mismas expresiones, esos alfas están aquí porque nadie más los quiso, ya que los ven como si fuera una escoria del otro mundo. Tu madre se siente segura y él la cuida.

— Mi madre es una humana, como yo —susurró Dahiana, un poco cohibida—. En algún momento ella envejecerá y él se aburrirá de ella. No quiero que sufra por amor, jamás me lo perdonaré.

— ¿Temes que tu madre sufra otra desilusión...?

— Ese señor quiere a la abuela —intervino Owen, llamando la atención de los dos—. La cuida mucho, ella se ve feliz, sonríe más que todos los días, y siempre la espera cuando sale del trabajo —ambos adultos se quedaron en silencio—. Me preguntó cuándo era su cumpleaños y le mostré mi cuaderno, porque tampoco lo recordaba.

Una esposa para el alfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora