48. ¿Aceptarías?

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Dahiana movió la cabeza de un lado a otro, ese día se había despertado con más antojos de lo normal a tal punto de que imaginó que sus hijos iban a nacer antes de tiempo. Cada día que pasaba, presentía que las cosas no estaban saliendo como quería y se debía al hecho de que Alexander no estaba dando mucho de su apoyo para que ella no se fuera luego del año.

— Por cómo te quedas mirando a la nada, presiento que mi hijo tiene mucho que ver en esto —dijo Rebecca, ladeando la cabeza—. ¿Qué hizo ahora?

— Nada, señora —sonrió un poco hacia su suegra—. Su hijo, aparte de ser mi esposo, nunca me ha fallado en algo.

— ¿Segura que es solo eso? ¿Es por qué él no quiso venir a comprar ropa para los bebés?

— A Alexander no le gusta salir de compras —murmuró, recordando la vez que compraron los anillos—. Es más, si le dieran a elegir entre comprar ropa o estar todo un año en la oficina elegiría lo segundo —ambas mujeres rieron—. Además, ahora que Owen se quedará un tiempo con ustedes, de seguro buscará algo más que hacer.

— Dejándote de lado, eso es lo que te tiene en pésimo estado de ánimo —Rebecca fue viendo la ropa de los bebés—. No estés triste, mi hijo te quiere, solo que no sabe cómo demostrar sus sentimientos como se debe.

— Ya me ha demostrado sus sentimientos...

— Pero no te ha detenido —Rebecca la interrumpió—. Sigues esperando que Alexander diga que no te vayas de su lado, que te quedes con él a pesar de que cuando termine el contrato...

— Él no me detendrá.

— Las dos sabemos que Alexander nunca te dirá que te quedes por más que su corazón le grite que debe encerrarte bajo llave —Rebecca tomó un carrito—. Siempre ha sido de ese modo, cuando era más pequeño, las personas creían que sacaría mi personalidad, no obstante, a medida que los años fueron pasando y sus dones fueron en aumento, se volvió más reservado como su padre y odiando todo lo que sacó de mí.

— No sabía eso...

— Alexander no habla de su niñez porque tampoco fue fácil —chasqueó la lengua—. Él es uno de los pocos lobos que puede hablar con su parte animal y ponerse de acuerdo. Eso fue lo que desató que sus dones no tuvieran control; hasta que te marcó. Ese lobo es todo un loquillo que no se enamoró de ti también.

— Yo no recuerdo muchas cosas de esa noche —mordió su labio—. Alexander tampoco, no obstante, tengo entendido que su lobo sí o al menos, el por qué me marcó.

— Bueno, ya tienes un punto —Rebecca se detuvo en los teteros—. Mi hijo es algo especial, ya lo sabías. Kiara es especial también, pero a su manera.

— Kiara pasa mucho tiempo trabajando en el hospital y casi no la veo —se encogió de hombros—. Si no la busco, ni me dice nada de sus problemas y después me dicen que soy una madre chismosa por querer saber si sus hijos se encuentran bien de salud.

— Alexander me dice que usted es una chismosa, pero que su abuela Marsella le gana por muchos kilómetros.

— Marsella en el pasado cometió un pequeño error con el padre de Bahir, es por eso que ahora ella está más calmada.

Dahiana asintió y dejó ahí la conversación, porque el saber mucho de esa familia de locos, sería meterse en la boca del lobo y con el esposo que tenía, ya no sabía si su plan funcionaría cuando terminara su contrato. Ya cuando se quiso dar cuenta, uno de los camiones de esa tienda se estaba llevando las cosas de los bebés hasta la manada de Alexander.

Tuvo que enviarle un mensaje, diciéndole que tenía que llegar antes a la casa para que los de la tienda pudieran atravesar esa barrera que puso. Rebecca no la dejó marcharse, todo lo contrario, la llevó hasta una cafetería en dónde vendían uno de los mejores cafés y de paso, chocolates.

Una esposa para el alfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora