† Desahogo Emocional †

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Los odio. Los odio. Los odio.

¿Qué les hice? ¿Fui mala amiga? Me olvidaron, literalmente me ignoraron en todo ese día. Ellos sabían que para mí el día de mi cumpleaños era un día muy importante y más desde que mi papá se había ido.

Los odio. Los odio. Los odio.

Sentada, en una esquina de mi habitación, con las piernas recogidas y abrazadas contra mi pecho, miraba hacia otro punto de la habitación, y pensaba qué haría a partir de ese momento, pero mi puerta fue azotada por golpes.

—¡Muset!

Era mi mamá.

Me levanté del piso y caminé hasta el ventanal, ignorante a los llamados de mi mamá. Lo menos que quería era escucharla, me hacía odiar más todo.

¿Acaso Dyan no existía para hacer algo en la casa?

Miré los arbustos, las calles intrancitadas. Por mi calle no se asomaban ni las aves en las puestas del sol. Los llamados de mi mamá seguían, y yo solo quería...

—A la mierda —agite mi puño, antes de pararme en el marco del ventanal con la mitad del cuerpo fuera.

Me impulse y en un abrir y cerrar de ojos estaba en el techo. Sería algo en plena luz del día, igual no me verían porque nadie se la pasa por esas calles.

Llené mis pulmones de aire y lo solté poco a poco. Observé todo el lugar desde el techo: pájaros, sin abundancia de sol, nublado. El clima de Nigthtown es así, a veces hasta llovía en serio. Calles vacías con asfalto roto, arbustos donde vi a Mafe, antes de besarme...

Agh, como odiaba todo. Una lágrima cayó por mi mejilla. Si un paso más hacia el borde del techo. ¿En serio iba a hacer eso? Sí. ¿Quería retractarme? No. Tomé mi última respiración profunda antes de saludar al infierno.

—¡Muset!

Otro grito de mi mamá. No lo pensé más y me dejé caer del techo de mi casa. Sintiendo el peso de gravedad y el viento contra mi cara, pero todo hubiera sido toda una noticia a nivel regional o hasta estadal, si hubiera caído en el picoso pasto de el jardín con arbustos, pero en su lugar caí en algo no tan duro que amortiguó lo que iba a ser mi felicidad eterna.

Ese algo no tan duro, se quejó y se removió en el picoso pasto del jardín. El poco dolor que yo sentía, mi amortiguador lo sentía al triple. Abrí mis ojos para ver sobre quién o qué caí, encontrándome cara a cara, nariz con nariz, mirada con mirada con Kendall.

¡Kendall! ¿Estaba sobre Kendall? Siempre pensé estar encima de él, pero ninguna vez con el contexto de que me quería suicidar. Con una mueca de dolor, sostuvo mi cintura con sus manos, y me sonrió. Traté de devolverle el gesto, pero ese inesperado rescate —que no quise— y ese inesperado toque con mi mente maquinando otras intenciones —que siempre quise— no me sacaban las palabras de la boca.

—Muset, ¿qué planeabas hacer? —me preguntó incrédulo, con su voz ronca a falta de aire y exceso de dolor.

Jugar a que era un pajarito para poder irme de este infierno llamado casa, Kendall.

—Estaba midiendo los arbustos desde mi techo y, por accidente, casi termino suicidandome —reí como pude, en serio lo tenía muy cerca y eso me gustaba y me incomodaba.

De repente los pensamientos sobre toda la mierda que tenía de vida, me invadieron. Traté de reprimirlos, pero cuando sentí los brazos de Kendall, envolverme y enderezarse, me aferré a él y me fue inevitable llorar.

Lo pensé, lo analicé. Quise quitarme la vida, ¿cómo llegué a pensar eso? Tenía razones para seguir; el concurso, el regreso de mi papá, Kendall abrazándome, la posible disculpa de mis amigos.

Muset ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora