† En el Bosque †

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Nigthtown no solo era conocido como un pueblo fantasma, también era conocido por tener las mejores cafeterías del estado, donde encontrabas todo tipo de dulces, y para mí suerte tenían gomitas.

Mientras yo me ahogaba en gomitas, no literalmente pero ojalá, Mafe me miraba, esperando que dijera algo, pero no quería, solo quería olvidar lo que pasó.

—¿Irás a el campamento que organizó el colegio? —preguntó Mafe, quitando una gomita de la mano porque ya tenía la boca llena—. Será el diez de este mes.

—¿Un domingo?

—Exacto, será un campamento de un día y tendremos clases el martes —sonrío—. Serán más tiempo libre de ese lugar tormentoso.

Asentí, Mafe jugaba con gomitas en la mesa.

Si iba a ese campamento tendría menos tiempo cerca de mi mamá y mi hermano... También podía hacer otras cosas que implicaban a Nacho...

—Sí iré.

Por un momento, me vi sin ganas de morir ese día para tener toda la fuerza posible para llegar a ese domingo. Y llegué, con todas mis tareas listas, con todas las ganas de ahorcar a Dyan e irme de mi casa.

Pero a la hora de la inscripción, muchos adolescentes luchando por anotar su nombre y su número de identidad en una lista. Lo cual vi insoportable, ¿por qué no podían hacer una simple fila para anotarse? Había espacio para todos, era estúpida luchar por algo que tienes asegurado.

Esperé a que todos se fueran para poder caminar, calmadamente, hacia la lista y anotar mi nombre. Tomé la carpeta y busqué en la última hoja. Quedaban dos puestos, al mismo tiempo que tome el bolígrafo, alguien me quitó la carpeta de la mano.

—Gracias por guárdame el puesto, Muset.

Karen me quitó el bolígrafo y me lanzó una mirada, una mirada que percibí como pícara. Detrás de ella se encontraba Nacho, no le di el lujo de tener mi mirada sobre él, sin que se diera cuenta.

—Déjame a mí anotar —Nacho le quitó la carpeta a Karen, junto a él bolígrafo y escribió en él.

Karen me sonrió, se dio la vuelta y se fue. Tomé las pocas ganas de existir que me quedaban y miré a Nacho.

Llegué a odiarlo tanto que por un momento pensé que ese sentimiento pudiese ser real.

—No ganaste, pero ganaste esto.

Le dio la vuelta a la carpeta y observé que debajo de su nombre, mi nombre. Levanté una ceja, algo sorprendida. Me encogí de brazos, eso no cambiaría lo que ha sentía por él.

—Lo llevaré a la dirección —sonrió—. Nos vemos.

Y desapareció en los pasillos.

Pude haberme ido a mi siguiente clase, pero no, no llegué exactamente a el salón de Química, llegué a la enfermería. ¿Por qué? Me dijeron que estaba tirada en el piso, con el pulso muy bajo...

¿Por qué no me dejaron ahí?

La enfermara quitaba el aparato para medir mi presión arterial y la anotó en un cuaderno. No recordaba como había llegado a ahí, solo quería llegar a mi casa y dormir hasta el domingo, y si era posible; no despertar.

Lo cual, por lástima, no pasó.

—Noventa sobre sesenta y cuatro —dijo la enfermera—. ¿Comiste antes de venir?

Si un vaso de agua y olor a tocones del desayuno de mi hermano cuenta como desayuno, sí.

—Sí.

Muset ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora